Luz en el collar

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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El automóvil que conducía Julio salió por el aire a estrellarse contra un árbol de la carretera.

Minutos después, doctor Alicia, viagra su esposa, se presentó al lugar del accidente y gritó al verlo sin vida. Su llanto impresionó a los vecinos, trataron de consolarla y se consternaron más al observarla embarazada.

Hace 12 años contrajeron matrimonio. Fue en primavera, sus amigos les desearon eterna felicidad. Un mundo soñado con el amor de sus 20 años de edad.  Su esposo colocó en su cuello un collar con una cruz cubierta de piedritas de esmeralda. Un verde esperanza, le dijo, su luz te protegerá.

Al año de casados tuvieron una niña que bautizaron como Wendy, princesita que alegró el hogar. Julio no aceptó que Alicia trabajara. Se dedicaría al cuidado y educación de su hija. Cada año celebraban el aniversario de Wendy y sus triunfos al pasar de grado. Cuando la niña cumplió 10 años, Alicia ya esperaba su segundo hijo. La alegría de Julio era evidente, deseaba un varón.

Hoy, fue el funeral de Julio, humedecido con el llanto de Alicia y su niña. Al regresar a casa predominó la tristeza.

Llegó el día del nacimiento de Julito, la niña brincó de contento, ya tendrían un hombrecito en el hogar. Al cumplir un mes de su dieta, Alicia decidió buscar trabajo. ¡Qué frustración! Le pedían 3 años de experiencia que no tenía y 35 años de edad mínima. Ella frisaba los 32, lo que la animaba un poco. Cuando mencionaba que era viuda, algunos hombres la veían con ojos de me gustas.

Transcurrieron dos semanas sin resultado positivo. No deseaba vender la casa ni la pantalla de la niña ni el collar que julio le obsequió. De pronto recordó que este collar encierra una mezcla de amuleto y sortilegio, con el poder de la magia y la virtud de protección. Lo frotó con una franela hasta que la cruz brilló como una fuente de luz verde esmeralda, sintió que esa luz irradiaba esperanza.

El siguiente día recibió una llamada de una empresa para que se presentara a trabajar en limpieza con el salario mínimo. Aceptó. Con su niña reajustaron el presupuesto de gastos. Una vecina le cuidaría a Julito por la mañana y por la tarde lo atendería Wendy.

Regresaba cansada, lo que más la agotaba era trapear, y seguía con las faenas de la casa, ayudaba a la niña en sus tareas escolares y mimaba a su tierno. Se levantaba a las cinco de la mañana a preparar el desayuno, los alimentos del niño, su arreglo personal y pasar a dejar a Wendy a su centro educativo. El sexo quedó como objeto de nostalgia.

El jefe de la oficina donde laboraba, comenzó a fijarse en ella, con tal insistencia que en cierta ocasión la abordó: Alicita, desde el primer día que viniste me enamoré de ti, te ofrezco todo lo que necesites pero quiero que me aceptes como novio, y siguió con sus armas de persuasión.

Ella se extrañó de tal declaración: Este señor, valiéndose de su cargo, quiere satisfacer sus deseos, a lo mejor me embaraza y me corre del trabajo, pero no voy a caer en su trampa.

–Me disculpa, jefe – respondió, con seguridad – pero no estoy en disposición de tener novio ni aventuras de este tipo.

Se retiró de ese trabajo. Su hija le sugirió tener paciencia que pronto ella trabajaría para ayudarle. Y con ansiedad ambas frotaron el collar, el siguiente día Alicia encontró otro trabajo. Se presentaba con el peor look para no verse hermosa, pero el nuevo jefe suspiraba cuando ella se agachaba para sacudir con el plumero.

Un día le dio un toque con la palma de su mano en las posaderas, ella giró con furia y le desarmó el plumero en la cabeza. Se retiró revirando de rabia.

Wendy logró graduarse y su madre le regaló el collar. La chica lo frotó y al instante se vio cubierta con una aureola de verde esperanza.

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