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Lluvias y desgracias 

 

Por Mauricio Vallejo Márquez

Estaba cubierto de lodo. Mi mamá igual que yo parecía un humanoide de barro que caminaba sobre la acera en busca del vehículo que nos llevara a casa. Yo había insistido en ir al campo de la feria que se ubicaba cerca de Don Rua y estaba plagado de ventas de churros, yuca y todo lo que se puedan imaginar. Quizá insistí mucho porque Mirna Escobarme llevaba desde pequeño, gracias a ella visité el zoológico, el parque Saburo Hirao, el Círculo Estudiantil y tantos lugares a los que probablemente jamás hubiera ido en mi vida. Y uno de esos lugares era el campo de la feria donde estaban los juegos mecánicos en medio de lodazales. Mi mamá había accedido y tras comerme un algodón de azúcar un vehículo pasó a toda velocidad y nos descargó mucha tinta de barro. Ahora que veo la escena me imagino como ese monstruo de la mitología judía: el Golem.

Desde que tengo memoria durante las fiestas agostinas de San Salvador, llueve. Y a veces son torrenciales aguaceros que se resisten a vernos caminar por las calles con la ropa seca. Tanto que es usual ver a la gente con paraguas admirando la subida del Salvador del Mundo por Catedral. Una vez, antes que dimensionara el valor de nuestras fiestas titulares y disfrutaba la vacación nada más, nos fuimos con Edgar Nasser a un centro comercial y la lluvia nos retuvo cerca de una gasolinera a pocos metros de entrar. Veíamos los caudalosos ríos con su cauce de concreto llevarse bolsas plásticas y hojas mientras nosotros dejábamos lo poco de paciencia para continuar andando, pero debíamos esperar.

Me gusta ver llover. Solo me siento o me quedo de pie observando el agua caer y lo disfruto, me relaja y me hace sentir cercano con la naturaleza. Sin embargo, la lluvia puede ser pacifica, pero sus consecuencias dependen mucho de la mano del individuo.

Hace unos diez años fui por mi hijo al colegio al mediodía. Al bajarnos del bus comenzaron a caer algunas gotas. Pensé que lograríamos llegar a un lugar donde no nos mojáramos, pero no fue así. La lluvia se vino con todo y llevaba sobre mis hombros a mi vástago porque la calle se inundó, me llegaba arriba de los tobillos. Caminé así un par de cuadras hasta una casa que tenía un techo corto. Esperé a que disminuyera y salimos. Quizá esa es la aventura más fuerte que he tenido con la lluvia.

Lamentablemente la lluvia puede traer desgracias, desprendimientos de tierras, deslaves, caída de árboles, inundaciones, destrucción. Pero en todo esto tiene que ver la prevención. Si no se está preparado para el invierno, es obvio que se tendrá que bregar con sus consecuencias. Los tragantes deben de limpiarse, el mantenimiento debe ser continuo respecto a esa limpieza. Se debe verificar la capacidad de los tragantes y apostar más por la educación de limpieza en la población, implementar políticas de reutilización y reciclaje, además de evaluar las zonas donde acontecen tragedias. El invierno se debe prever, se debe planificar medidas para contenerlo y para evitar desgracias. Incluso se puede trabajar en formas para captar esas aguas para utilizarlas en riegos en el campo, para tratarla y luego hacerla potable. Las posibilidades son infinitas. El Estado podría hacer algo, pero si no entonces la población debe organizarse y actuar para evitar desgracias.

 

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.