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Lecciones de una pandemia

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y Editor Suplemento 3000

 

En este año distópico donde las mascarillas y el distanciamiento social se ha impuesto en el mundo, lo importante vuelve a cruzarse en nuestra mirada. Poco a poco el velo que nos fijaba en la cotidianidad de laborar por un salario que nos permitiera sobrevivir y consumir nos lleva a advertir que habitamos en una hermosa sinfonía de la cotidianidad. Lo confieso, no siempre pude percatarme de la maravilla del paso de las horas y de la armonía de converger juntos en el mismo espacio distintos seres humanos. Es posible que la razón sea la inducción que hemos tenido como sociedad para creer que las posesiones y el tener y tener es lo importante. Cuando no, lo que importa es tan lejano del acumular.

Ahora en tiempos de cuarentena extraño el abrazo de mis amigos y las interminables reuniones que dilataban los minutos frente a una taza de café. El cruzar palabras entre el ligero humo que elevaba el olor del café que se aunaba a las miradas, gestos y sensaciones que implican el ejercicio de la socialización. Lo maravilloso de estrechar entre los brazos a las personas que amamos y no habitan en nuestro círculo personal. En cambio, en estos días la mayoría de encuentros es por vía virtual, por una serie de aplicaciones que me sorprende conocer y en ocasiones me agobia. Pero, así es la vida: un turbulento cambiar.

Lo bueno del asunto es que, a pesar de lo sucedido, lo crudo que implica esta cuarentena mal coordinada y la pandemia real que nos amenaza, algo aprenderemos. Claro, si tenemos la actitud para ello. Aprender positivamente de las experiencias no es algo que se logre siempre, sobre todo aprender para mejorar. Es como una persona que se ve obligada a ingresar a un presidio, donde supuestamente se corregirá su conducta; el suceso puede impactar en la persona tanto que la vuelve vulnerable y falta de autoestima, o peor aún, potencia sus cualidades negativas. Tal como sucede en la sociedad. Así como el enigmático hecho que somos vulnerables y efímeros.

Sin embargo, la coyuntura de ver el vaso medio lleno está acá, en este instante que denominamos presente. La oportunidad de ver la vida como algo maravilloso, algo que no se determina por las posesiones o posiciones. Un momento para reflexionar sobre la forma de relacionarnos y pensar en el colectivo (porque al final somos como las hormigas) para de verdad ser mejores seres humanos. Pensar en colectivo, en el beneficio de la comunidad, de la ciudad, antes que pensar egoístamente en el beneficio singular de un individuo o de su exclusivo grupo de amigos y aduladores.

Quizá uno de los sucesos más interesantes del absoluto de esto fue darme cuenta que la vida se diluye y uno se preocupa por cosas insignificantes mientras nuestros gobernantes se esfuerzan en probar quién escupe más lejos. Hacemos drama de lo que es parte de la cotidianidad y solo un instante que terminará por ser olvidado o recordado como una nimiedad más. Y entonces surge el hecho fantástico de percatarnos que la existencia es una ilusión, como una obra de teatro, como una novela o como una película. Lo visto por horas en la televisión, es lo que nosotros interpretamos en una obra más grande y universal: la vida.

El gran detalle es aprender que las virtudes no son cosa del pasado. Son necesarias para la civilización, para el respeto y la tolerancia mutua. La confrontación sin argumentos y sin lógica nos lleva al precipicio. Nada cuesta aprender a convivir, no es cuestión de ideologías; es de valores. Y este año es buen momento para resucitar el amor al prójimo.

 

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