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LA RESERVA TOTAL IMPUESTA POR #BUKELE, PERMITE EL SAQUEO MÁS GRANDE DE LA HISTORIA SALVADOREÑA

Por David Alfaro
28/05/2025

El oscurantismo informativo que caracteriza la dictadura de Nayib Bukele, ha llevado a El Salvador a niveles alarmantes de opacidad institucional. Desde el manejo de los fondos públicos hasta las cifras más sensibles en materia de salud, educación, emigración, pobreza y seguridad, el acceso a la información se ha vuelto prácticamente inexistente.

No se sabe con claridad cuánto, cómo ni en qué se están utilizando los recursos del Estado. Las licitaciones públicas han sido sustituidas por contrataciones opacas, muchas de ellas adjudicadas de forma directa a empresas de allegados políticos o estructuras fantasmas. El régimen incluso eliminó la obligación de publicar información en el portal de transparencia, blindándose ante cualquier intento de auditoría ciudadana.

La opacidad esconde también las consecuencias de la corrupción

Los hospitales públicos, por ejemplo, operan en silencio y bajo amenazas. Se desconoce la cantidad real de muertes por enfermedades prevenibles, los desabastecimientos de medicamentos o las condiciones en que trabajan los profesionales de salud. Las estadísticas epidemiológicas, que antes eran accesibles al público, han desaparecido o son manipuladas. Nadie sabe con certeza qué enfermedades están afectando al país, ni cuán grave es el deterioro del sistema sanitario.

En seguridad, la narrativa oficial habla de “cero homicidios”, pero no presenta pruebas verificables. Los registros sobre asesinatos, desapariciones forzadas y muertes en cárceles bajo el régimen de excepción se manejan con hermetismo absoluto. Se ocultan las cifras, se niega el acceso a periodistas y se criminaliza toda voz disidente.

Esta falta de transparencia esconde no solo retrocesos graves en materia educativa, de salud y derechos humanos, sino también un nivel de corrupción estructural sin precedentes. Nunca antes se había visto tanta concentración de poder, tantos recursos controlados sin rendición de cuentas, y un aparato de propaganda tan costoso financiado con fondos públicos. El Estado ha sido secuestrado y transformado en una maquinaria al servicio de una familia y su círculo de leales.

El Salvador se ha convertido en un laboratorio de autoritarismo digital, donde la tecnología no se usa para mejorar la vida de las personas, sino para vigilar, silenciar y encubrir. Mientras tanto, el pueblo sigue sin acceso a lo más básico: información veraz, servicios de calidad y un futuro digno.

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