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La ciudad de los peroles

Nelson López

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Rompiendo su mismo record, la otrora ciudad de los ziper hoy vuelve a ser la mas mencionada en cualquiera de las redes sociales (habidas y por haber), como la ciudad de los peroles, con lo que hasta hoy se lleva por las patas a cualquiera de los pueblos vivos que, por mucho que hagan vivezas, pasan desapercibidos tanto por los dundos como por los que se la pican…, en conclusión, volvemos a tener un nuevo virus de los antigüeños que sin necesidad de trolles, genera divisas mas que cualquier influencer o youtuber. Es probable que se sientan orgullosos y que más de alguno muestre esa soberbia, que es identificada como el humo que se sube a la cabeza, después de hacer ponche y seguramente en uno de esos peroles que ahora adornan con un toque modernista, la antigua ciudad que también tiene al indio Atlacatl, para hacer un elevado contraste con lo erótico de su vestimenta y los modernos zíperes abiertos de los que pronto se verán saliendo enormes troncos raizosos, obra de la astuta reforestación que calló a los ecologistas que reclamaban por la previa deforestación.

La imaginación no tiene límites (ni materiales ni virtuales) y ahora no falta quien denomine como una mega obra, los obeliscos que en la mera punta alzan el lustroso perol que le da vida al ornato citadino, no solamente por lo del ponche, sino que también por los frijoles salcochados y la variedad de atoles que desde la poleada se van nombrando en larga lista, hasta llegar al de piñuela y que conste todos quedan mas sabrosos si son cocidos en ese barro que trabajan en Ilobasco. Felicitemos a tan exitosos antigüeños que en muy poco tiempo, si siguen así, podrían recibir ese codiciado Bitcoin o sea la moneda electrónica que los hackers ya disfrutan (vaya usted a saber), con la que podrían alcanzar el añorado desarrollo de cualquier vieja y pequeña y simpática y alegre ciudad, que sería reconocida en cualquier parte del mundo, como uno de los enormes atractivos turísticos que no podrían faltar en un tour que dan los cruceros a sus recién casados en luna de miel o a las parejas de ancianos jubilados, que viajan para renovar votos y pegar unas grandes dormidas en el ancho mar. ¡que felicidad! ¡la ciudad culinaria! ¡ahí llego!

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