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Ideología y política de gobierno: una relación compleja

Iosu Perales

La relación entre ideología y política contiene una tensión permanente. Más aún cuando se está en el Gobierno. Si la primera ley de la política es obedecer a la realidad, sick puede decirse que la razón de ser de la ideología de izquierda supone transcender la realidad para caminar hacia lo inédito posible. De tal manera existen dos tentaciones que hay que evitar: una de ellas es hacer del pragmatismo el mantra sagrado al que se someten los ideales, doctor y la otra practicar el sectarismo en nombre de un cuerpo ideológico definido como el único verdadero. Lo primero supone desnaturalizar la misión del partido que llega al Gobierno; lo segundo instalar al partido fuera de la realidad social, habitando en una peligrosa burbuja sumamente ideologizada.

¿Cómo encontrar y practicar un equilibrio, de manera de ser socialmente eficaz en el Gobierno sin traicionar el mundo de las propias ideas? La respuesta debe estar en el Programa de Gobierno. Nadie debe esperar menos, ni exigir imperativamente más. Otra cosa es que la realidad siempre cambiante modifique ese mismo programa hacia arriba o hacia abajo. No siempre lo que se planifica encuentra el espacio para su realización concreta. En cualquiera de los casos lo que se exige es que el Gobierno explique en cada momento las razones que justifiquen el alejamiento del programa o su superación. Es ahí donde la fiscalización social cobra todo su sentido.

Lo anterior viene a cuento a las puertas del estreno de un nuevo Gobierno para el país. Sin duda, a un lado y otro habrá actores que con toda legitimidad estén ya calculando lo que le van a pedir al gobierno del presidente Sánchez Cerén una vez en marcha. Legitimidad que no quiere decir estar en posesión de la razón. Ese es otro asunto que habrá que valorar en su momento y alrededor de cada asunto. Ciertamente el Programa de Gobierno es el punto de equilibrio entre ideología y política por las siguientes razones: en primer lugar porque hemos de suponer que fue elaborado atendiendo a los criterios de necesidad y viabilidad; en segundo término constituye el contenido de un contrato suscrito entre el partido ganador y sus votantes y la sociedad; por consiguiente el Programa hace converger la realidad con sus datos con las transformaciones derivadas que promete el proyecto del partido ganador, que es político y que es ideológico.

Otro asunto importante es cómo llevar a la práctica el Programa de Gobierno, algo que tiene relación con el consenso y con los ritmos de su aplicación. Sin duda es preferible el acuerdo a la imposición. No es fácil lograrlo con una oposición radicalizada. Pero al menos el Gobierno debe tender puentes para el consenso, y si no es posible con fuerzas políticas opositoras, siempre queda el espacio social, el acuerdo con organizaciones y gremios. Lograr acuerdos significa, casi siempre, modular los ritmos de aplicación de un Programa de Gobierno, normalmente caminar con mayor lentitud, pero la ventaja que se obtiene es la solidez, la estabilidad de las políticas públicas que se apliquen. Es aquí donde se pone a prueba el talante y la habilidad de un gobierno para sumar apoyos a sus iniciativas. De lo dicho hasta aquí alguien puede concluir que propongo la subordinación de los ideales al realismo, pero no es así. El hiperrealismo imperante coloca a las ideas fuera de la historia puesto que proclama su final (Fukuyama). Es el cemento de la ideología ultra liberal que cree que el capitalismo es el final de la historia. También los romanos creyeron que después del Imperio no habría nada. Pero lo cierto es que los ideales y la ideología tienen mucho contacto con la realidad. Al menos deben tenerlo. Los dos planos son imprescindibles. La proporción de lo uno y de lo otro tiene que ver con cada momento histórico, con las correlaciones de fuerza, a lo que no es ajeno el empuje emancipador en la base de la sociedad.

En todo caso conviene decir que en la arquitectura ideológica de la izquierda hay un componente fuerte de cuestionamiento de realidades injustas y no todos sus aspectos pueden hacerse literalmente realidad en un mismo tiempo histórico. Lo que si debemos retener es el principio de que optimizar los ideales presupone buscar, experimentar cambios, grandes y pequeños, profundos y moderados, de modo constante. Es decir se trata de que cada paso dado por el Gobierno de la izquierda esté bien orientado, no es tan decisivo si la zancada es más grande o más pequeña.

 Me atrevo a decir, en todo caso, que las ideologías son tan necesarias para que la política no desvaríe, como conveniente su reconstrucción en una época histórica en que las certidumbres dominantes hasta ahora están dando paso a un progresivo debilitamiento de las ideas, a una “babelización” del pensamiento.

Por eso es tan urgente abrir reflexiones y debates que orienten un fortalecimiento de las ideas aspirantes a un sistema mejor, a un mundo mejor. Una democracia sin valores, sin ideas progresistas, sin una ideología que pivote en torno a la justicia social (el Buen Vivir), es una democracia a la deriva, una democracia inerme, incapaz de  regenerarse ante nuevas situaciones.  Regresando al punto de partida. Hay una tensión inevitable entre ideología (entendida como un sistema de creencias o si se quiere como racimos de creencias) y política. La hay en todas las formaciones políticas, pero con más razón en la que gobierna. Gestionar bien ambos ámbitos requiere abrir espacios de diálogo con la sociedad, en particular con organizaciones y movimientos que representan la diversidad. Diálogos que han de servir para plasmar la transparencia y honestidad de un Gobierno del cambio que ante sus interlocutores sociales debe poner sobre la mesa sus iniciativas debidamente explicadas. Esta dialéctica relacional con organizaciones y movimientos deberá servir para que los diferentes actores aporten sus planteamientos y recomendaciones para mejorar las políticas públicas. Ello servirá para una mejor gestión del partido en el Gobierno de la compleja relación entre ideología y política.

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