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Hernández Martínez Milenial

Carlos Mauricio Hernández
Docente universitario

¿Qué conexión existe entre el expresidente Maximiliano Hernández Martínez y el actual presidente salvadoreño Nayib Bukele? El primero gobernó de 1931 a 1944. Llegó a la presidencia fruto de un Golpe de Estado, mantuvo el poder con un estilo represor y antidemocrático. Su período terminó no por la vía electoral o institucional, sino por una huelga y presiones de distinta índole que le obligaron a renunciar. Martínez se fue, pero su espíritu, su estilo de gobierno se quedó impregnado en la cultura política salvadoreña.

Con las acciones de matonería llevadas a cabo por Bukele –en el contexto de presionar a la Asamblea Legislativa por un préstamo millonario– se hizo patente que Martínez está presente en nuestra sociedad y en la manera en cómo se ejerce el poder. En pancartas de quienes asistieron a la concentración –donde se utilizó transporte con placas nacionales– se leía “Presidente no estás solo”. Y así es. Existe un amplio sector de la sociedad salvadoreña que valora poco la democracia. Quisieran que volviera un presidente con el estilo de Hernández Martínez. Bukele ha asumido este penoso y peligroso papel que busca saciar la sed por un dictador.

En ese imaginario, el presidente es el hombre poderoso que está por encima de la ley, resuelve todo de manera práctica, especialmente aquellos problemas relacionados con la delincuencia, utiliza a su antojo la Fuerza Armada para poner “orden” frente a delincuentes y a políticos corruptos. Elimina partidos políticos –menos el suyo–, la oposición se considera un estorbo. De esta manera, el pluralismo partidario se concibe innecesario, puesto que se deposita la confianza en el gobernante y en un único partido, sumiso al supremo líder. El respeto a la libertad de expresión y de prensa, los procesos electorales y la división de poderes, propios de una república democrática, quedan desvalorizados ya que se consideran innecesarios frente a la efectividad del presidente todopoderoso. Por si fuera poco, al máximo líder se le adjudica un aura divina. Tiene comunicación directa con Dios y una espiritualidad que permite cubrir de voluntad divina a las decisiones políticas personales que tome.

Durante el siglo XX los gobernantes militares promovieron esta manera de ejercer la presidencia. Así justificaron prácticas de persecución política, crímenes de lesa humanidad cometidos desde el Estado, corrupción y fraudes. Siempre con la mente puesta en Hernández Martínez, no solo en el discurso, sino desde una creencia interiorizada hasta los huesos. En su libro “Rebelión. San Salvador 1960”, el historiador Roberto Turcios muestra un ejemplo que ilustra la cultura del martinato. Arturo Armando Molina -militar que gobernó entre 1972 y 1977- confesó los siguiente:

En mis momentos de angustia y meditación profunda ante los problemas que enfrenta un mandatario, reflexionaba y me preguntaba a mí mismo cómo resolverían el problema al que me enfrentaba mi general Maximiliano Hernández Martínez o mi siempre querido compañero, el teniente coronel Oscar Osorio (Turcios 2017: 17).

Los hechos del 9 de febrero en la Asamblea Legislativa realizados por Bukele, es justo lo que un tipo como Hernández Martínez hubiese realizado. Parece que el presidente actual más que regirse por los cánones institucionales de la república democrática salvadoreña, realiza la invocatoria de Molina antes de tomar decisiones políticas. Lo cual para el país es grave. Es un retroceso, es volver a las prácticas de gobierno más oscuras del siglo XX.

Si la Sala de Constitucional y la misma Asamblea Legislativa no le ponen frenos a este abominable estilo antidemocrático de gobierno, las consecuencias serán catastróficas.

Las señales que ha dado la versión milenial de Hernández Martínez están claras y no se les puede dejar en la impunidad, ni deben repetirse. No está en juego solo la estabilidad institucional, sino la integridad de la ciudadanía ante un posible escenario de confrontación política. La guerra civil salvadoreña de finales del siglo pasado es expresión de este peligro.

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