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Fiestas patronales: el respiro de la pobreza (2)

René Martínez Pineda
Sociólogo

Para los municipios salvadoreños, la fiesta patronal es una fuente importante de recursos económicos por las tasas que cobran por instalar las ruedas de la feria, ventas de platos típicos (y no tan típicos), festivales gastronómicos, carnavales desenfrenados, sin contar las actividades oscuras que no dejan un rastro contable oficial, tales como la prostitución y los juegos de azar. Por su lado, para la Iglesia católica la fiesta es la mejor ocasión del año para recibir donativos y limosnas (sobre todo de los migrantes), en dinero y en especie, además de peticiones de misas y celebraciones particulares (pagadas, por supuesto) lo que ha permitido al sacerdote llevar a cabo una infinidad de obras en la localidad y fortalecer la hegemonía cultural emanada de la iglesia. Y es que la fiesta patronal suele operar como un factor de control de la Iglesia católica sobre la comunidad cuando ésta no cumple devotamente sus obligaciones económicas con el santo patrono… y cuando las cumple también.

En lo político, participar en la fiesta patronal es el esperado ritual de iniciación en la ciudadanía. A partir de los 18 años, las personas empiezan a ejercer, en todas sus aristas, la ciudadanía y, por ello, son elegibles para ingresar en el sistema de las mayordomías que son el mecanismo para ascender en la jerarquía de poder que da prestigio social dentro de la comunidad. De esa forma, todos los miembros de la estructura doméstica gozan de nuevos derechos en la comunidad por ser parte activa en ella. En ese contexto cultural, las familias están dispuestas a hacer sacrificios y a gastar todo lo que sea necesario para honrar de la mejor forma el compromiso que implica responsabilizarse de la mayordomía, lo que llega al límite de asumir deudas.

En términos de cohesión social, a la sociología le interesa comprender el papel de regulación económica y de control social que conlleva el sistema de cargos para los miembros de la comunidad, en tanto que organizar y financiar la fiesta patronal demanda el trabajo entre barrios, parroquias, familiares, compadres y amigos que ayuden a sufragar los gastos de las mayordomías. Sin embargo, en los últimos años se ha construido una nueva relación entre religión y migración debido a que se puede observar cómo la fiesta patronal es un factor de identidad comunitaria más allá de las fronteras. Y es que el santo patrono refuerza los símbolos identitarios elementales en la medida en que la celebración del ritual religioso recrea el origen común y la memoria colectiva y, así, se recrea la identidad social que va de lo religioso a lo pagano.

En ese contexto migratorio-religioso, la fiesta patronal se convirtió en el ritual fiel para el retorno anual de los migrantes a su comunidad de origen, y ese retorno puede ser físico o representado en una remesa. En todo caso, los migrantes quieren reafirmar, con palabras y billetes, su deseo de volver, por lo que participar –dejarse ver- en la fiesta es una forma de ejercer los derechos de pertenencia y ciudadanía. Una vez sentado el flujo migratorio interino –de allá para acá, y viceversa- asistir a la fiesta patronal es también un ritual casamentero que certifica que, en el caso de los hombres, se prefiere formar un hogar con mujeres de la comunidad a quienes se llevarán en el menor tiempo posible.

Al aumentar el flujo migratorio internacional y los retornos momentáneos, la fiesta patronal dio un paso decisivo y lógico: independizarse de los presupuestos estatales y de los recursos locales, en tanto empezó a depender de los ingresos de los emigrantes, los que al ser más jugosos permiten organizar eventos costosos… y es en ese momento que inicia la competencia entre municipios. Se da por descontado que la competencia entre ciudades y familias provoca que las autoridades municipales y religiosas se conviertan en gestores oficiales de la ayuda financiera de los emigrantes para invertirlos en la fiesta patronal, lo que esconde bajo el tapete del santo patrono la pobreza vivida en los municipios. En todo caso, lo que sí se puede concluir es que la fiesta patronal se ha convertido en un ritual estratégico para incentivar el retorno –efímero o duradero- a la comunidad de origen, dándole una nueva connotación a la diáspora que tiene que ver con lo económico, lo cultural y lo político, sobretodo cando la migración pasa de ser un acto vital de carácter urgentemente laboral a un proceso familiar de largo plazo con retornos inciertos o vagos. Esa incertidumbre en el retorno de los emigrantes ha llevado a la Iglesia Católica a instaurar, dentro de las fiestas patronales, la celebración del “día del emigrante o del hermano lejano”, y la liturgia se readecua para honrar esa nominación, así como lo hace la política dándole a la diáspora una participación activa y pasiva en las elecciones, en tanto son descritos como “hermanos lejanos” (no como migrantes) que son esperados por la parroquia y por el pueblo que los vio nacer. El concepto de “hermano lejano” sugiere que el vínculo no se ha roto, que su emigración es un acto vital transitorio que implica –o debe implicar- un retorno y una espera que es recordada por la formación de las llamadas “ciudades santuarios”.

En definitiva, la celebración de la fiesta patronal, incidida por los emigrantes, dio a los pueblos un tiempo-espacio propio, transfronterizo y distintivo en el almanaque que sirve para incentivar el retorno definitivo o el regreso ritual de los migrantes a sus comunidades de origen convirtiéndolas en una versión moderna de “santa peregrinación” a la meca de la cultura religiosa y familiar que se pone sus ropas de domingo durante la semana que duran las fiestas patronales.

En este sentido, tanto la permanencia como los cambios en las fiestas patronales aparecen asociados, cada vez más, a dos proyectos bifurcados: por un lado, la oferta de la fiesta patronal como un tiempo-espacio de diversión, espectáculo y libertad para los jóvenes, una libertad que no se tiene en las ciudades, menos aún en Estados Unidos, y que tiene que ver muy poco con el sentido religioso, ritual y con las tradiciones que otros quisieran mantener.

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