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En los brazos de la abuela

EN LOS BRAZOS DE LA ABUELA

Por Myrna de Escobar

 

En una aldea remota del pequeño poblado de nuestra campiña, la noche llega quedito, despacito, para espiar en las fatigas de los hombres un poco de descanso, y en las faldas de las mujeres la caricia que espera bajo la almohada.

Los infantes esperan el abrazo del padre, y las nanas se aprestan a volver a casa, para verter en el lecho sus sueños añejos de un día mejor. A lo lejos se oye una serenata, y es que el amor anda suelto, — dice el abuelo— mientras espía a las parejas enamorarse en la ventana.

La claridad del día se desvanece a la misma hora, y tras los adobes de la casita se escucha a la abuela cantar aquella vieja tonada:

Sunsunsunganakusunga sungana kusunga sungana kusungusa…

Lo mismo repite una y otra vez, mientras acaricia la frente de la pequeña niña sentada sobre sus rodillas.

—Ayúdeme a dormirla. — Dice la nieta— mientras se acomoda en el pelo una flor.

En tanto se alista para dormir, la abuela accede feliz mientras canta aquella vieja cancioncita de cuna. La tenue lucecita de la vela en un rincón de la habitación descubre en sus ojos la alegría, que profesa a su nietecita. La Quecha, la llaman, mi Quecha, ella dice, y un beso ruidoso le deposita en la frente.

Afuera en el vientre de la noche se desliza el tamagás, ensombreciendo con su siseo la tranquilidad de la noche. Como un náufrago en busca de reposo, la niebla se tiende en el horizonte, así como el labriego después de ganar el jornal.

Tras el velo de la oscuridad, los seres animados e inanimados cobran vida al tiempo que el mirto vierte su ramillete de fragancia en las callejuelas del pueblo adormeciendo en su eterna plegaria a los grillos, los niños caprichosos de la noche.

En otras partes, cuenta la abuela, la noche siempre enamorada de la luna descansa en los brazos del tiempo, y atestigua el mal que ronda en las calles. El dolor gime en algún lecho, la culpa en la boca de un reo, el llanto en la boca inocente. Más en la campiña todo es diferente. Los tamalitos se cuecen al sigilo de la noche, y la abuela arrulla con ternura los sueños de un infante en la hamaca.

La noche es un ensayo al más allá, ese que todos quisiéramos fuera placido. En la noche renace el misterio, se revela el subconsciente, se enarbolan las pasiones. Una vida se arranca, un velo se desgarra, el indefenso llora, una mujer se ciñe al vestido del amor y el ebrio su botella engulle; en busca de piel nueva, el infiel se pierde en la noche.

En el pueblo la amargura se cuela en los techos, llora de pobreza en cada techo, pero el gallo canta, la abuela suspira, el mariachi se alegra, el amor se recoge en la cama. Para otros, la noche se esconde en la almohada, suspira la niña, su osito aprieta. Aquí, la Toña se acurruca en la boca oscura y se hace de prisa la cruz en la frente, espera no hallar en su cama el sapo del brujo o el maldiojo en su niño; mas solo desea que duerma el cipote.

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