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EN EL OJO DE LA LOCURA

 

Para Gabriel Velásquez, joven escritor.

Hay obras que no nos dan tregua, que nos sumergen en su lectura de cabo a rabo. Obras que no permiten una lectura paralela.

Ese es el caso de una novela corta, que hace unos años, leí de un “tirón” (como decía mi padre), apasionadamente. Se trata de “Boarding Home” (Salvat Editores, Barcelona, España, 1987) del escritor cubano Guillermo Rosales ((1946-1993), quien partió de este mundo por su propia mano, cuando apenas contaba con 47 años de edad, víctima de una esquizofrenia que se le volvió invencible, absolutamente intolerable.

Rosales llega a Miami, Estados Unidos, en 1979, como exiliado. Sin embargo, como él mismo narra en el volumen de marras, de corte autobiográfico, no es un exiliado cualquiera, es un exiliado total: de su país, de cualquier país, y, en definitiva, de lo que conocemos como razón, aunque la “razón” de Guillermo Rosales, ponía a prueba cualquier razón.

Autor y personaje se funden en esta historia, que retrata y documenta, literariamente, cómo la mente enferma, aunada, a la extrema y neurótica sensibilidad creadora, es capaz de sumergir a los artistas, en una severa perturbación personal y social, cuyo único y maravilloso legado es, en definitiva, la obra misma.

Dice el autor en esa primera página, que es tan fundamental para todo inicio de novela o de texto narrativo: “La casa decía por fuera ´boarding home´, pero yo sabía que sería mi tumba. Era uno de esos refugios marginales a dónde va la gente desahuciada por la vida. Locos en su mayoría. Aunque, a veces, hay también viejos dejados por sus familias para que mueran de soledad y no jodan la vida de los triunfadores. –Aquí estarás bien -dice mi tía, sentada al volante de su Chevrolet último modelo-. Comprenderás que nada ya más se puede hacer. Entiendo. Casi estoy por agradecerle que me haya encontrado este tugurio para seguir viviendo y no tener que dormir por ahí, en bancos y parques, lleno de costras de mugres, y cargado de bultos de ropa. – Ya nada más se puede hacer. La entiendo. He estado ingresado en más de tres salas de locos desde que estoy aquí, en la ciudad de Miami, a donde llegué hace seis meses huyendo de la cultura, la música, la literatura, la televisión, los eventos deportivos, la historia y la filosofía de la isla de Cuba. No soy un exiliado político. Soy un exiliado total. A veces pienso que, si hubiera nacido en Brasil, España, Venezuela o Escandinavia, hubiera salido huyendo también de sus calles, puertos y praderas”.

Las influencias literarias emergen en la prosa del personaje-autor: “Mi nombre es William Figueras, y a los quince años me había leído al gran Proust, a Hesse, a Joyce, a Miller a Mann”.

“Boarding Home” es una novela de gran crudeza, no podía ser de otra manera. Una novela del sufrimiento humano, de la desolación, de la crueldad; de la espantosa discriminación a los “fracasados” de este mundo, pero también de la ternura y de la esperanza, que, aunque son pulverizadas en la trama, no por ello pierden su infinito horizonte humano. Pero, “Boarding Home”, sobre todo, no es un simple testimonio, es una novela, escrita con esa conciencia, y, pese a todo, muy solvente.

La obra fue galardonada en el Certamen Letras de Oro (1986-87), un premio otorgado por el Nobel, Octavio Paz. A todas luces, un texto, recomendado, para quienes gustan de la literatura de gran dramatismo e intención psicológica.

 

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