Elogio al maje

Nathaly Campos,

Egresada de Antropología

“¡Cállate ya, majé!”, grité a uno de mis hermanos mayores que tentaba mi paciencia desde el otro lado de la habitación. No terminé de decir la frase cuando una mano pequeña y arrugada golpeó fuertemente mi boca y una voz con tono irascible, pero a la vez dulce dijo: “¡volvés a decir eso y te pongo los dientes del chucho!”. Era mi abuela, quien acababa de tirar al suelo mi dignidad. Mientras, mi hermano celebraba su victoria. Jamás volví a pronunciar aquel bello sonido, hasta…

Siempre vivimos nombrando a las cosas, pensándolas. “Solo al hombre le es concedido hablar”, nos dice Umberto Eco. Por eso escogemos las palabras con cierta presión musical, como cuando seleccionamos una playlist de canciones que será nuestra acompañante en un largo viaje por el ostentoso tráfico del gran San Salvador.

Las palabras son parte de nuestra esencia como especie humana porque sin ellas solo seríamos un animal sexual, las escogemos por como suenan y como suenan cuando significan algo. Eco, otra vez, dice que la carga simbólica del lenguaje se está trasformando en un lenguaje mágico encantador, como un juego de sonidos o como esa playlist que elegimos que danzan como parte de un ritual de iniciación que nos permite apropiarnos de las palabras que a nosotras como mujeres nos fueron prohibidas.

Maje es una palabra versátil y con una enorme carga simbólica, lo cual permite las presentaciones interpsicológicas, por su uso fraterno, como arte de insulto o simplemente como referencia hacia el otro, por eso mismo se rigen bajo códigos lingüísticos de grupo y poseen un campo léxico fijo, como cualquiera otra palabra, claro está que no es una manera sofisticada para usarse en nuestros discursos, pero su sonido y su sabor la hacen única. El español es un lenguaje con tinte machista, sin embargo, las mujeres empezamos a ignorar este tipo de prohibiciones lingüísticas apropiándonos de las palabras mal sonadas dentro de nuestros actos del habla. Fue como abrir la caja de Pandora.

Soy la única mujer y la menor de mis cuatro hermanos, a eso mi abuela siempre me decía que una mujer nunca debía decir palabras mal sonadas, que una mujer debe saber seducir con las palabras, articular sonidos dulces y agradables, pero el lenguaje evoluciona adaptándose a las nuevas generaciones creando así nuevos códigos lingüísticos, nuevos sonidos, nuevos significados. Pese al repudio que las palabras mal sondadas pueden ocasionar, estas sirven de catarsis lingüística y poseen una carga semántica que ninguna otra palabra podría reemplazar.

Las palabras importan por quienes las dicen, los sonidos mágicos como: maje, pendejo, cerote o hijueputa, siempre les pertenecieron a los hombres, prueba de ello es que conservé mi dentadura por más de dos décadas. La otra vez leí en Twitter: “a ese man que me acaba de decir: «exclamó la dama». Sí pendejo, sí soy dama, y sí, soy mal hablada, supérelo hijueputa, porque eso no impedirá que le siga diciendo ¡A LA VERGA!”. Un camino hacia la liberación lingüística; maje aquí, maje allá, lo digo y lo saboreo saliéndome de los márgenes que me fueron impuestos.

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