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El virgen de Guadalupe

Erick Tomasino

Escritor

 

Lupillo de pie frente a la cortina metálica que daba a la entrada del burdel “El Correcaminos”, se aseguró de que llevaba los calzoncillos nuevos recién comprados en el puesto de mercado de su tía Angélica. Dio un profundo suspiro y justo en el momento en que había decidido entrar, la Selena se le apareció -cigarrillo en mano- como si lo hubiera estado esperando aquella tarde-noche. Hola papito, le dijo con una sonrisa pícara, como una agente publicitaria que trata de convencer a su cliente de que su producto es el mejor en el mercado. Hola, respondió Lupillo evidentemente nervioso tratando de evitar mirar ese ángel prohibido que lo invitaba a entrar en aquel paraíso del pecado atestado de bolos y música de rocola. Querés pasar, preguntó ella tomando la mano del mozo que temblaba helada, vení que aquí nos podemos relajar un rato mi amor. Lupillo, que no sabía nada de la diplomacia de aquellos lugares dudó de la sinceridad de las palabras de la mujer, se apresuró yendo al grano al preguntarle que cuánto le iba a cobrar por el polvo. Ella, muy experimentada, le dio a entender que guardara silencio poniéndole el dedo índice en los labios que a Lupillo le parecía que olía a una mezcla de sardina con tabaco, cuántos años tenés le preguntó ella, ya casi cumplo los dieciséis respondió él, siendo así, no podés entrar, a menos que nos vayamos directo al cuarto le aclaró ella, pero cuánto vale el rato pues insistió él. Ella, presumiendo que aquel cipote se le iba a ir en seco ahí mismo de las grandes ganas que ya eran evidentes, siguiendo su juego seductor le adivinó que aquella sería su primera vez. Lupillo cada vez más inquieto, tuvo que aceptar su inexperiencia en las artes amatorias, la Selena se sentía un tanto motivada por arrancarle de una sola arremetida la virginidad a aquel muchacho moreno que sudaba y miraba trémulo hacia todos lados. En el historial de ella se contaban por decenas los cipotes que la habían elegido para que con sus voluptuosidades los bendijera en el serpenteado e infinito camino de la cogedera y porque prefería a los muchachos imberbes que por su nula experiencia acababan rápido el primer round que con los bolos experimentados que podían entretenerse por más tiempo; así que sería un placer sumar a uno más en aquella cuenta que en realidad sólo ella llevaba. Hoy es tu día pajarito, te voy a hacer precio especial de introducción, andate a la mesa del fondo para que no te vean desde afuera y ya voy a llegar para ver qué puedo hacer con vos. Lupillo entró dubitativo con el pulso tan agitado que hacía que sintiera que el corazón se le iba a salir como vomitado en medio de aquel lugar que parecía observarlo y castigarlo moralmente. De los nervios no sacaba sus manos de los bolsillos de su bluejeans nuevo, uno que se había comprado especialmente para aquella ocasión con el pisto que le habían dado en su trabajo de peón en las fincas de café. Tal como se lo habían ordenado se sentó en la mesa del fondo, una que estaba lejos de la barra de donde se despachaban las cervezas y los tragos, pero cerca de aquel renglón de habitaciones que atestiguaban los más íntimos secretos de los deseos prohibidos de casi todos los hombres del pueblo. Desde esa ubicación, Lupillo observaba con inquietud la dinámica del burdel del que sólo conocía por las habladas de sus amigos, hasta ese entonces “El Correcaminos” era para él una incógnita que le ponía su miembro viril como asta para colgar la bandera nacional. Sobre todo observaba con ansiedad a la Selena que en ese momento despachaba unas cervezas y unas bocas de queso frito y de chilibín a unos bolos que cantaban a todo pulmón unas canciones de Rudy La Scala mientras un viejo bailaba pegado con otra de las muchachas en el centro de aquella sala atestada de colillas de cigarro y escupidas que a esa altura apenas eran marcas pegajosas en el piso. Lupillo se emocionó al ver que la Selena se dirigía a su mesa, ella se sentó frente a él, puesí miamor, querés algo de tomar antes, una gaseosa dijo él, ella rio indiscreta, no querés que te de lechita mejor bebé, él sonrió agüevado, dame una cerveza entonces solicitó un poco envalentonado, ahorita te la traigo mi niño. La Selena se puso de pie y antes de irse por lo pedido se le acercó a Lupillo que ya iba agarrando confianza y le dio un sutil beso en la mejía dejándole la marca de sus labios pintados de rojo carmesí. En lo que la Selena andaba por la barra, de uno de los cuartos salió un tipo tosco con señales de que lo habían despachado antes de tiempo, ajustándose el pantalón miró de reojo a Lupillo, hizo una especie de mueca, balbuceó algo y salió encorvado de aquel lugar. Otro valiente había sucumbido en la cruenta guerra de los placeres inmediatos. Segundos después, del mismo cuarto, salió una mujer gorda y morena envuelta en una toalla, con el pelo recogido a fuerza de ganchos, se dirigió hacia la pila que hacía de ducha y en el cual, a puros huacalazos, se lavó las partes que en su profesión hacían de herramientas de trabajo. Una mezcla de asco y lamento pasaron por la mente de Lupillo que todavía a esa hora no sabía lo que era estar compartiendo los naturales fluidos del sexo con una mujer. En breve reapareció la Selena con una cerveza bien helada y un tarrito de plástico que contenía varias semillas de maní tostado, vaya mi niño, para que se me relaje un poco y puso las cosas sobre la mesa, mientras ella se sentaba esta vez al lado del cipote que -de un trago- le bajó la mitad a la birria sintiendo como le pasaba fría por la garganta, uy miamor, tenías sed, le dijo mientras le pasaba una mano sobre el muslo y lo miraba de pie a cabeza como quien estudia los gustos de su cliente. Lupillo no decía nada y ni siquiera podía volver a verla, pero en su actitud se notaba que quería consumar el acto lo antes posible por lo que la experticia de la Selena resaltó y casi como leyéndole la mente le dijo el precio de la primera comunión, dándole las opciones de las que podía elegir: normal, mamada y si quería ponerse más exigente había tarifa especial “por el detroit”, pero si quería aprovechar su estancia, también podía hacerle “triple saldo” que consistía en aplicarle las tres anteriores hasta que acabara. Lupillo se vio tentado, pero como desconocía las capacidades de su cuerpo, se decidió por la posición normal. La Selena le dijo que en el momento que quisiera y él respondió casi instintivamente con un ¡ya!, ella lo tomó de la mano y se lo llevó a uno de los cuartos; al entrar, Lupillo notó que aquella cueva era un verdadero cuchitril amueblado apenas con una cama, una mesita llena de peines, talcos, una alhajero y una caja de condones de los que reparten en la unidad de salud; mientras que en la pared había nada más un espejo y un calendario ilustrado con una exuberante mujer desnuda. La Selena antes de todo le pidió el dinero y al recibirlo le dijo al chamaquito que esperara, que ya volvería, después de eso le tiró un beso al aire y le hizo un guiño. Él se sentó sobre la cama que le parecía cómoda aunque sucia a pesar que de sus sábanas emanaba cierto olor a lejía, miró a su alrededor y se dijo a sí mismo por  fin, por fin sentiría los humores de una mujer de verdad, una de carne y hueso, no una de aquellas que aparecían en las páginas de contraportada del periódico que vendían en el parque y que sólo le servían para agitar su excitación y volarse la paja, pensando en ello estaba cuando entró la Selena quien lo miraba sorprendida, todavía estás vestido cariño y se le acercó reptando, sin prisa, con la sonrisa de quien tiene asechada a su presa, ella se quitó el vestido con una sutilidad inimaginable para el chico, quedándose sólo en un diminuto calzón, ayudó al joven a desvestirse, primero la camisa, después los zapatos, Lupillo no estaba seguro de quitarse los calcetines pues no se acordaba si de la prisa se había puesto los talcos para que no le hedieran los pies, pero a ella tampoco le interesaba quitárselos, luego le quitó los pantalones dejándolo sólo en aquellos calzoncillos nuevos que había comprado en el puesto de mercado de su tía Angélica, con mayor delicadeza y casi en cámara lenta, la Selena lo fue despojando de aquella prenda, presentando al mundo la virilidad de aquel cipote moreno y tímido ¡Ave María Purísima! la Selena lo observó con un poco de asombro y fuera de protocolo le preguntó a Lupillo si se lo podía besar porque de aquel instrumento emanaba un profundo olor a monte, a puro sabor del campo; él presumiendo que en el acto podrían haber besos e imaginando que le podía dar asco sentir a través de los labios de Selena el sabor de su propio pene, le dijo casi suspirando que no. Ella se saboreó los labios y pareció tragarse un buen poco de saliva. Se puso de pie y se dirigió hacia la mesita donde estaban los condones, tomó uno y abrió el sobre con delicadeza, lo sacó y con una impresionante destreza y de forma casi didáctica se lo puso en el novel miembro erecto del chico y después de ello le dio un par de frotaditas mirando a los ojos del chico que observaban absortos aquel ritual de iniciación. Ella se quitó el diminuto calzón y se reposó sobre la cama como un ave a punto de ser aliñada, le ofreció sus manos al chico y este más por instinto que por sabiduría se subió encima de ella, como principio intentó besarla, pero ella evadió el intento girando su cabeza hacia la derecha y pronto le dijo, sin besos miamor, él asumió que era parte de las reglas de su profesión y no insistió, así que sin más buscó con la punta de su lanza el abrazo vaginal que bautizaría a aquel muchacho peón de finca como un hombre. Pero los primeros intentos por penetrarla no lograron su objetivo pues Lupillo no tenía idea de cómo se hacía por lo que con un poco de ayuda, siempre con el ánimo didáctico de la Selena, sintió como con un pequeño levantamiento de la pelvis de ella, por fin lograba el flechazo inicial dando en el albo húmedo de aquella mujer. Para sorpresa de ambos, lo que sería una mera formalidad inicial, se fue convirtiendo en un verdadero estado de gozo pues quizá por el reconocimiento del territorio carnal entre ambos, se fue desatando todo el potencial que por unos tempranos dieciséis años Lupillo guardaba y aquella primera embestida tímida se fue haciendo cada vez más potente, más segura y ella más cadenciosa sentía como aquel joven miembro le cubría el cuerpo cavernoso que conocía casi todos los penes del pueblo pero ninguno tan placentero como aquel. Así, imparables ambos comenzaron a jadear, a respirar de forma acelerada, en un zigzageo que no podía detenerse y del entusiasmo de aquella conexión ella le exigió que siguiera, mostrándole un amplio repertorio de posturas que a Lupillo le eran desconocidas pero a las cuales parecía adaptarse inmediatamente, por su mente, sin embargo, se preguntaba cuánto sería el costo de todo aquello pero ya no le importaba y seguía las ordenes que la Selena le daba a gritos hasta que ella finalmente, esta vez encima del muchacho, lo bañó con el calor líquido de un orgasmo. Complacida de aquella experiencia inmediatamente le quitó el condón a Lupillo y succionó el pene aún duro hasta que como un regalo inesperado recibió en su cuerpo la liberación del deseo contenido que Lupillo tenía guardado. Finalizado aquello, ambos se tumbaron de espaldas sobre la cama, miraron el techo de zinc y respiraron hondo, ella le ofreció un cigarrillo y él se lo aceptó, se tomaron de la mano y se miraron a los ojos, ella se le acercó y le dio un apasionado beso, ¿y eso? preguntó el muchacho sonriendo evidentemente feliz, ella no dijo nada. Entrecruzaron sus cuerpos y pasaron un rato en silencio hasta que por fin Lupillo irrumpió el silencio con un pujido ¡jum!, ella alejó un poco su rostro y lo miró perpleja, ¿qué pasa?, es que apenas te conozco y ya siento que te amo le confesó él, ella lo miró con ternura y le pasó una mano por el rostro, le dio un beso tierno y se quedaron a dormir. A esa hora el silencio y la oscuridad de la noche, eran apenas atravesados por los cómplices eructos de unos geckos.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.