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El sesgo de la confirmación

Luis Armando González

En la Revista Letras Libres No. 209 (febrero de 2019) aparece el interesante artículo del psicólogo Christian Jarrett, titulado “Diez malas noticias sobre la naturaleza humana”. Jarrett inicia su ensayo con las preguntas del millón:

“Es una cuestión que ha reverberado durante años: ¿son los seres humanos, pese a sus imperfecciones, criaturas esencialmente amables, sensibles y buenas? ¿O estamos, en el fondo, programados para ser malvados, llenos de prejuicios, y somos vagos, vanidosos, vengativos y egoístas?” (Ibíd.).

Y añade:

“No hay respuestas fáciles, y existe claramente una amplia variación entre individuos, pero aquí arrojamos luz con datos sobre el tema a partir de diez descubrimientos desalentadores que revelan los aspectos más oscuros y menos sorprendentes de la naturaleza humana” (Ibíd.).

Estos son los diez rasgos de la naturaleza humana mostrados por este científico que constituyen unas tremendas malas noticias: 1) Deshumanizamos a las minorías y a los más vulnerables; 2) Experimentamos Schadenfreude (el placer que nos produce el sufrimiento de otra persona) a partir de los cuatro años; 3) Creemos en el karma: pensamos que los más desfavorecidos del mundo se merecen su situación; 4) Tenemos prejuicios y somos dogmáticos; 5) Preferimos electrocutarnos a pasar tiempo con nuestros pensamientos;  6) Somos vanidosos y arrogantes; 7) Somos moralmente hipócritas; 8) Somos troles potenciales; 9) Preferimos líderes inútiles con rasgos psicopáticos; y 10) Nos sentimos sexualmente atraídos por gente con rasgos oscuros de personalidad (Ibíd.).

En su ensayo, Jarrett desarrolla cada uno de esos aspectos con ejemplos y algunos datos; cualquier interesado puede consultar su escrito y tomar postura ante el mismo. Como quiera que sea, esas diez características humanas son ciertamente preocupantes. Es difícil decidirse por cual lo sea más y, como no son excluyentes, al juntarse en una persona no puede significar si no una enorme mala noticia para quienes estén cerca de ella. Una pregunta que podemos hacernos es con cuál de esos rasgos estamos más familiarizados o está más presente en nuestro entorno. En mi caso, me es muy familiar el número 4: “Tenemos prejuicios y somos dogmáticos”.

Me es familiar, principalmente, porque desde hace algún tiempo –leyendo literatura especializada sobre temas de epistemología, neuropsicología y neurociencia—he llegado a la conclusión de que los seres humanos (concretamente, los humanos de nuestra especie, la Homo sapiens) somos animales de “hipótesis”, es decir, animales que elaboramos permanentemente “hipótesis” en nuestro trato con la realidad que nos rodea. Esto es una manera elegante de decir que somos unos animales prejuiciosos, que siempre estamos usando nociones, ideas y conceptos previos a nuestras experiencias concretas.

Somos unos animales apriorísticos. Y eso tiene enormes ventajas evolutivas, porque además de permitirnos anticiparnos a las situaciones (preparándonos para abordarlas), abre posibilidades para la formación de esquemas cognitivos elaborados lógicamente que luego podemos contrastar sistemáticamente con hechos de la realidad; en eso consiste, precisamente, la vitalidad de la ciencia. De este modo, la ciencia es una especialización, un refinamiento, de esa capacidad natural que consiste en estar dotados de esquemas apriorísticos (que se nutren de prejuicios, ideas y nociones) que nos convierten en animales de “hipótesis”. No nos convierten en científicos, porque las hipótesis científicas, además de tener un refinamiento que no se da en las hipótesis espontáneas, hacen parte de una estructura de contrastación-falsación empírica ausente en el proceder prejuicioso de todos días.    

¿Qué es lo que hacemos normalmente con nuestros esquemas de prejuicios? Tratamos de confirmarlos (de hacerlos válidos) tomando de la realidad sólo aquello que conduzca a esa confirmación o incluso apelando a supuestos no fácticos (o sea, a situaciones pasadas o futuras probables) para salvar nuestro prejuicio y sentirnos cómodos con lo que creemos que es verdad o que es lo correcto. Descartamos, minusvaloramos o sencillamente no tomamos en cuenta los datos, hechos o evidencia en contra (e incluso, esos datos, hechos o evidencia pueden ser usados para respaldar el propio prejuicio). Al respecto, Jarrett dice lo siguiente:

“Si la gente fuera racional y abierta de mente, entonces la manera más directa de corregir las creencias falsas de alguien sería presentarle datos relevantes. Sin embargo, un estudio clásico de 1979 demostró la futilidad de esta estrategia; los participantes que estaban firmemente a favor o en contra de la pena de muerte ignoraban completamente los hechos que cuestionaban su postura, e incluso estos les reafirmaban en ella. Esto parece que ocurre en parte porque consideramos que los hechos que van contra nuestras ideas están cuestionando nuestra sensación de identidad. No ayuda que muchos confiemos demasiado en nosotros mismos y en nuestra comprensión de las cosas; creer que nuestras opiniones son superiores a las de los demás nos impide buscar más conocimiento relevante” (Ibíd.).

¿Qué es un prejuicio? Un juicio previo a una experiencia o vivencia concreta. Se puede decir también que es una noción o una idea (previa) con la que los seres humanos nos preparamos para encarar una determinada situación antes que la misma se dé. O sea, una conjetura que se hace de forma espontánea. Tiene sus ventajas, siempre y cuando seamos conscientes de la misma y estemos dispuestos no sólo a someterla a la criba de unos datos (evidencia) amplios, sino a renunciar a ella si los datos en contra son firmes (para lo cual tenemos que abrirnos a esos datos en contra).

Pues bien, es a estos último a lo que nos resistimos con uñas y dientes. No sólo seleccionamos la evidencia (datos, hechos) que confirma lo que ya creíamos, y declaramos irrelevante la que lo refuta, sino que absolutizamos el valor de la evidencia que favorece nuestro prejuicio e incluso podemos argüir a nuestro favor situaciones posibles. Es el caso de quienes argumentan a partir del “supongamos que” o “imaginemos si” para respaldar la validez de la idea previa (prejuicio) que quieren defender a capa y espada. A eso se le llama sesgo de la confirmación que consiste, como se anota en una definición simple tomada de Internet, “es la tendencia de la mente de las personas a buscar información que respalde los puntos de vista que ya tienen. También lleva a las personas a interpretar evidencia de manera que apoye sus creencias, expectativas o hipótesis preexistentes”1.

El problema no consiste en tener prejuicios; estos son un arsenal de enormes posibilidades cognitivas. El problema consiste en no ser conscientes de ellos y no formularlos de manera expresa; también en no asegurarnos de validar su consistencia a partir de un conjunto de hechos no sólo favorables, sino contrarios. Y no basta con ello: se tiene que dar el peso debido a los hechos contrarios a lo que creemos (a nuestras conjeturas o hipótesis) –es decir, no se los debe minimizar— y estar dispuestos a renunciar a la (pre) concepción que tenemos por otra mejor, más apegada a los hechos. No proceder de este modo es quedarse atrapado en el sesgo de la confirmación, a partir de lo cual no sólo pueden derivarse visiones equivocadas de la realidad, sino decisiones perniciosas para terceros.

No hay, pues, que tomarse a la ligera ni los prejuicios ni el sesgo de la confirmación. Como enseñan los más reputados lógicos y filósofos de la ciencia (Russel, Popper, Kuhn, Lakatos y los de esta estirpe) ningún cúmulo de pruebas a favor asegura la verdad de nuestras conjeturas, pero basta una en contra para atisbar (si no es que para estar seguros) de su falsedad. Esta falsedad es mucho más probable si las pruebas que alegamos en nuestro favor están sesgadas o se refieren a hechos no sucedidos efectivamente, es decir, a hechos posibles. Fijarnos en los hechos que refutan nuestras presunciones es un buen antídoto para combatir los desaciertos que pueda haber en ellas.

Debemos estar dispuestos, también, a renunciar a las mismas si las pruebas en contra son firmes (o si las pruebas a favor no tienen la fuerza que nosotros supusimos que tenían), con la convicción de que ni nuestra integridad ni nuestra integridad (y honorabilidad y prestigio) están en juego. Un honor y un prestigio mal entendidos pueden llevarnos a empecinarnos en la defensa de lo indefendible y a lo mejor nos salimos con la nuestra, imponiendo nuestra visión de las cosas. Eso no quiere decir que esa visión sea correcta. Sólo quiere decir que nos salimos con la nuestra.


1. https://ethicsunwrapped.utexas.edu/glossary/sesgo-de-confirmacion?lang=es

    

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