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Myrna de Escobar,
Escritora y docente
La víspera de Nochebuena no sería la misma para Los Castillos. La desaparición de Chitará les robó la Navidad.
Eran las cinco de la tarde cuando la madre notó la ausencia de “Bolita de Pelos, como también llamaban a la minina e iniciaron de inmediato su búsqueda minuciosa dentro del apartamento.
Tras dos horas y media de buscarla infructuosamente en el apartamento, salieron del condominio ante la mirada de los curiosos que habían advertido el alboroto.
Olvidando los estrenos y el hecho de que no habría banquete si se quedaban en casa, Los Castillos continuaban llamando a Chitará por todos lados. Afuera todos se preparaban con luces y mucho ruido. El intenso aroma de la gallina asada y los pavos en el horno contrastaba con el exquisito toque de las hojitas de laurel en la salsita de pollo, entristeciendo a los miembros de la familia.
Dos horas más tarde el padre advirtió a la minina paseándose muy agitadas y desesperada sobre el techo del balcón, pero todo esfuerzo para que ésta descendiera de ahí fue en vano. Le mostraron su latita de atún, prestaron una escalera para ofrecerle su Whiskas favorito y hasta llamarón al Cuerpo de Bomberos. El 911 se mantuvo pendiente pero no ofrecieron auxiliarles en el incidente.
Las horas pasaban. La música y las luces del vecindario animaban la algarabía de los festejos, mientras ellos se acomodaban frente al televiso con un plato de huevos revueltos y un par de crujientes tortillas. Para los que celebraban, el arroyo de luces y de estruendosa emoción iba en aumento.
Finalmente, el hijo mayor retiró las ventanas solaire de la habitación contigua al balcón esperando animar así a la minina a bajar del techo, pero tampoco sucedió. Cansados de haberlo intentado la sala quedó vacía. Solo las estrellas atestiguaron el alumbramiento de los nuevos gatitos, los huéspedes del condominio
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