Por David Alfaro
12/08/2025
En El Salvador, desde que Bukele y su gobierno instauraron el régimen de excepción, se empezó a escuchar mucho esa frase: «El que nada debe, nada teme». Suena bonito y sencillo, pero detrás de esa frase hay un cuento bien oscuro.
Miles de jóvenes pobres, que muchas veces solo se ven «mal» por cómo visten o por el barrio donde viven, han sido detenidos sin que haya pruebas claras. Les han hecho como si fueran culpables de entrada, solo por su pinta o porque policías y soldados, los «jueces de la calle», los marcó como sospechosos. No es que todos sean pandilleros, ni de cerca, pero ese perfilamiento racial y social los tiene atrapados. A esos muchachos, cuando los interrogaron en las calles, con nervios y miedo, no les creyeron, los trataron como si fueran delincuentes de verdad, y así los metieron a las cárceles.
Y las cárceles… bueno, eso es otro problema. Más de 85 mil personas apiñadas, sin derecho a una defensa digna, sin un proceso justo. Se saltaron la ley, las normas y los derechos humanos para llenar las prisiones. Y no sólo eso, sino que esas cárceles están tan llenas que parecen ratoneras, donde la vida no vale nada y la muerte anda rondando.
Eso no es justicia, es represión pura y dura. La justicia se ha convertido en un chiste, porque los jueces y tribunales sólo son la máquina para darle prisión a quien Bukele quiera. Y cuando las familias insisten y firman cartas de libertad, son letra muerta para los carceleros. No hay imparcialidad ni respeto al debido proceso. Y mientras eso pasa, el país se vuelve una enorme cárcel a cielo abierto, donde la gente vive con miedo, y donde la seguridad se compra con la sangre y la libertad de los que menos tienen.
¿Y todo para qué? ¿Para acabar con la delincuencia? Pues la violencia sigue ahí, porque eso no es castigar, eso es enterrar problemas. La miseria aumenta, no hay rehabilitación ni oportunidades para nadie. Sólo paredes, barrotes y olvido.
El problema de fondo es que Bukele y su gobierno están usando ese lema como excusa para acabar con cualquier voz que se oponga, para controlar con miedo y pisotear la democracia. Pero una sociedad que avanza sobre la injusticia no tiene futuro.
El Salvador necesita justicia de verdad, respeto por los derechos y una esperanza para los jóvenes. Porque nadie que sea inocente debería temer, y nadie debería estar preso solo por «el plante» o por vivir en un barrio pobre.
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