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¿El Salvador democracia o desarrollo I

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

 

 

EL SALVADOR: ¿DEMOCRACIA O DESARROLLO?

Primera de dos partes: Las ideas puestas.

 

 

Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

Quiero comenzar por decir que la Democracia es una forma de gobierno, y que el gobierno es un fenómeno político, es el fenómeno político mismo, que busca dirigir los asuntos del Estado utilizando un conjunto de personas y cuerpos colegiados para que ejerzan el poder público. Las formas de gobierno han evolucionado prácticamente desde el inicio de la humanidad, desde que el hombre estableció el Estado, restringiéndose sobre sí mismo por puro asunto de necesidad. Aristóteles, (IV a.C.), sobre todo en su obra La Política, hablaba de gobiernos puros y gobiernos impuros, los primeros, que buscan el provecho de la colectividad, los segundos, que buscan el provecho de los gobernantes. Esta visión de Aristóteles es una visión ética, y coloca con ello desde ya como asunto de discusión el grave dilema entre la legitimidad y la legalidad, retomado magistralmente por Kant en su Crítica de la Razón práctica. Bajo este concepto aristotélico, el gobierno puede ser: La Monarquía, forma pura, y su forma impura, la Tiranía; la Aristocracia, forma pura, y su forma impura, la Oligarquía; la Democracia, forma pura, y su forma impura, la Demagogia. Se observa desde ya, pues, que la Democracia es una forma de gobierno, y que esta se desarrolló secuencialmente, después de cubiertas etapas previas de carácter social y cultural. Se observa también que la Democracia puede degenerar en su forma impura, la Demagogia.

 

Una primera consideración nos va indicando que no es posible establecer, escribir sobre piedra, haciéndolo inamovible, un determinado sistema de gobierno, como lo hace nuestra Constitución, pues ello se hace dogmático, y lo dogmático es siempre proclive en caer en lo sectario.  Es un peligro el que un sistema que se diga democrático establecido dogmáticamente, degenere en forma natural en sectarismo. Un sistema de gobierno además no siempre es aplicable en todos los entornos, y esta aplicabilidad depende de las características sociales, económicas y políticas de estos. Además, las sociedades y los pueblos van evolucionando dinámicamente, y esta dinámica exige nuevas formas de vida política y por tanto de gobierno. No debe establecerse taxativamente que el sistema de gobierno de un Estado debe ser siempre el mismo en todos los tiempos y en todos los espacios.

 

Esta visión griega de las formas de gobierno, expresada en Aristóteles, no tuvo mayores diferencias en la historia del pensamiento y de la cultura helénica. Platón, su maestro, la expresaba de forma similar. Y sólo recordemos que los griegos, siendo amantes del concepto de Democracia, nunca gustaron de ejercerla en la realidad. Montesquieu, en “El Espíritu de las Leyes”, habla de la República, de la Monarquía y del Despotismo como formas de gobierno, pudiendo sin problema identificarse la primera de ellas con la Democracia. Montesquieu hable del gobierno de todos, de uno con restricciones y de otro con libertad total. No hay, en esencia, mayor diferencia con el concepto aristotélico, debiendo decir que, con Montesquieu, una misma forma de gobierno puede desnaturalizarse cuando el mismo se excede descontroladamente en su ejercicio. Una Monarquía puede ser despótica, y también puede serlo una Democracia. Hay que recordar que él no creía en la República, y ello simple y sencillamente porque “el tiempo de las repúblicas ha pasado…..las repúblicas sólo se mantienen en la mediocridad general, y los ciudadanos de las repúblicas se contentan ‘con poco para ser felices’. La República retrocede – termina el gran francés – a la lejanía de la historia, Grecia y Roma”.

 

Es importante recordar la división de las formas de gobierno hacha por Santo Tomás en la lucidez del medievo. Hablaba este hombre de la Suma Teológica y de El Ente y la Esencia, de gobiernos monárquicos y poliárquicos, es decir, de gobiernos de uno o de muchos, siendo la Democracia una forma de estos últimos, junto con la Aristocracia. Tampoco en esencia hay diferencia en lo expuesto por el Aquinate ante, digamos, Aristóteles y Montesquieu.

 

Esto es, las formas de gobierno pueden resumirse en unas gruesas divisiones: Aquellos en que gobiernan todos, y aquellos en que gobierna uno; o bien, aquellos en que gobiernan los escogidos, y aquellos en que gobiernan los designados; y finalmente, y más importante desde el punto de vista moral y axiológico, aquellos que gobiernan bien, asumiendo su función en la búsqueda del bien común, que es por cierto el mayor de los valores, porque por ser bien es moral y por ser común es social, y buscando el provecho de los gobernados, y aquellos que gobiernan mal, asumiendo su función en la ilegitimidad, y que buscan el provecho de los gobernantes. Puede gobernarse bien en una Monarquía, en una Aristocracia, o en una Democracia. Hay monarquías sobresalientes, y aristocracias del mérito, como decía José Ingenieros; y hay democracias demagógicas, fachadas democráticas, como decía Ignacio Ellacuría. Insistiría en que escribir sobre piedra la Democracia en una Carta Magna constituye una grave contradicción jurídica, pues si bien la ley debe ser en cierto sentido dogmática, este dogmatismo debe ser un dogmatismo doctrinario y no un dogmatismo legal. Ser democrático significa serlo en la doctrina, a la vez que serlo en la acción; para lo primero basta el pensamiento; para lo segundo se necesitan las condiciones objetivas, propias del entorno, de la cultura, de la historia, elementos que, si no se dan, niegan la idea.

 

De la Democracia se dicen muchas cosas: Puede ser directa o indirecta, es decir, la propia del areópago o la propia de la representación. Ella puede contemplar los plebiscitos y los referéndum. Pero en doctrina, como quiera que se ejerza, la Democracia exige siempre ser el poder del pueblo. Ello requiere algunas condiciones: En primer lugar, la capacidad del pueblo para gobernarse a sí mismo, ya sea de forma directa o por medio de representantes. Esto no es fácil, requiere educación, cultura, historia, preparación política, y valentía. Requiere además que el pueblo participe de un código simbólico propio y auténtico, de una propia razón vital. Un pueblo sin su “circunstancia” no es verdadero; un pueblo, y con él, los individuos que lo componen, es, para decirlo con Ortega y Gasset, “él y su circunstancia”. Un pueblo grande difícilmente podrá gobernarse democráticamente de forma directa, esto es casi imposible. Bien pudo haber sido en el areópago, donde los “hombres libres”, que eran pocos, decidían sobre los artesanos y los esclavos. La “ousía” aristotélica, el “ocio aristotélico”, eran exclusivos, y por tanto, podían manifestarse y decidir con relativa facilidad. Pero tampoco podrá gobernarse por medio de representantes, pues ello demanda del pueblo sabiduría para elegir a los elegidos, y de estos, inteligencia y capacidad, honestidad y decoro, para trabajar en función de sus representados y no en función de sus propios intereses. Sería un peligro que un pueblo ágrafo pretendiera la Democracia, porque, siguiendo a don Gregorio Marañón, “las muchedumbres tienen muchas cabezas, pero ningún cerebro”.

 

Dicho lo anterior, ¿cómo podríamos aplicarlo al caso de nuestro país? ¿Qué es lo que conviene en este aquí y ahora de nuestra realidad para poder optar a un verdadero desarrollo, en el que impere el bien común y se pueda vivir en justicia y armonía?

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.