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El saco de los maestros

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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El aula es un santuario del saber donde los maestros hombres usábamos saco, treat mañana tarde y noche, viagra aunque llueva, haga frío o calor, bajo huracanes o a pleno sol.

Ya se imaginan trabajar en La Unión, uno de los lugares más calientes de EL Salvador. Llegábamos a las siete de la mañana con saco y corbata, trabajábamos las primeras dos horas y a las nueve, ya sudando lo colgábamos en el perchero y nos quedábamos con la agradable brisa del Golfo de Fonseca. El instituto estaba situado a la orilla de la playa. A veces en la marea alta, el agua invadía el patio y salpicaba las aulas.

En 1959, yo tenía tres trajes: azul, gris y café, colores fríos, opacos. Un año después compré en el almacén Caruso una tela de casimir, color rojo con rayas vistosas que contrastaban con el fondo. Los alumnos me decían: traje juvenil, traje de alegría, traje de músico jelengoso y otros motes. Pero este traje era caliente por sí solo. El día viernes, al salir del instituto, este traje me obligaba no ir a mi habitación sino al salón Las Chías, con otros colegas, Allí disfrutábamos de las polarizadas y de las cadencias de las féminas, sirenas que se habían escapado del mar.

En cierta ocasión impartía clase de álgebra con ese traje, pero al alzar la mano para escribir con yeso en el pizarrón, me sentía apretado, y no alcanzaba, entonces me agachaba un poco y levantaba ambos brazos hacia arriba para que el saco también subiera y poder escribir. Rolando Cañas, uno de mis alumnos, al ver este movimiento reía a carcajadas.

Un día al salir de clase le pregunté por qué ríes tanto.

–Es que me cae en gracia su movimiento como que ya va a volar.

–Tienes razón – le dije – si para alcanzar el conocimiento científico hay que ascender.

Treinta años después me encontré con Rolando en una recepción que nos ofrecía la empresa 3M en San Salvador. Él ya era un hombre maduro, con bigote espeso y sonrisa permanente, contador público. Al verme, de inmediato recordó mi saco y me imitó, con un movimiento tan real que me invadió la nostalgia sobre aquellas tierras.

–Quizás solo eso aprendiste en mi clase – le dije.

–No, profe, si la matemática que usted nos impartió ha sido básica para mi profesión con los números.

Hoy, en 2015, lo veo en Facebook, siempre alegre, con su inseparable bigote, bromista, y jelengoso, con mucha vida por delante.

La maestra Marina Garzona de López, esposa de José Mario López Alvarenga, «comandante Venancio Salvatierra», nos relató que él siempre usaba saco. Con Mario fuimos compañeros en la Escuela Normal Superior, yo egresé en 1958 y él en 1959.

En cierta ocasión Mario iba con sus alumnos para la cancha deportiva y advirtió que esta actividad no era para andar con saco y lo dejó depositado en una casa para recogerlo al regreso. Cuando pasó por su saco, la señora le dijo que ya había venido un muchacho por tal prenda. Él no había enviado a nadie. Se quedó sin su saco, y antes eran caros.

El colega Luis Alfredo Hernández, «capitán Ulises», trabajaba en la escuela Urbana Mixta Pedro Pablo Castillo de Nuevo Cuscatlán. El director les exigía presentarse a trabajar con saco. Para llegar tenía que atravesar un área que llamaban La Joya, donde había cafetales, caminaba con su saco puesto, agachado, bajo los cafetos y llegaba  mojado por el rocío.

–¿Qué está lloviendo por dónde vienes? – preguntaban sus colegas.

–No, pero nadé bajo el rocío del cafetal – reían.

En 1973, el presidente Molina dispuso que los empleados públicos incluidos los maestros, no usaran saco sino guayabera como él lo hacía. Muchos decían: Molina, con guayabera, y con bigote y sin bigote siempre es un…

El viernes 20 de Junio de este año, los maestros marcharon con traje desde Catedral hasta el INDES, donde se entregarían las medallas magisteriales. Con este evento, ANDES 21 de Junio, en sus 50 años de su fundación,  recordaba cómo los maestros usábamos traje.

Pero con saco y sin saco, el maestro por vocación, sigue siendo excelente maestro.

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