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El náhuat, última lengua viva en El Salvador

El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

EL NÁHUAT, ÚLTIMA LENGUA VIVA EN EL SALVADOR.

Por Jorge E. Lemus

Secretario de la Junta Directiva de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

Los seres humanos, cuando nacemos, traemos con nosotros una maravilla genética única de la especie: la capacidad de adquirir cualquier idioma natural. El idioma que adquirimos es aquél que escuchamos desde antes de nacer, la lengua de nuestra madre. De allí, que se le llame a nuestra primera lengua, lengua materna. A través de esa lengua, adquirimos de nuestro entorno el conocimiento necesario para desenvolvernos en forma natural en el grupo social en el que nos tocó nacer. La lengua materna es el canal principal para la transmisión intergeneracional del conocimiento, de las creencias, de la religión, de los mitos, de las explicaciones del mundo real, de manera científica o de manera fantástica, y de todo lo que nos convierte en miembros de un grupo social. En el transcurso de nuestras vidas, podemos aprender otras lenguas con diversos grados de fluidez, pero nuestra lengua materna será siempre la que configure nuestro pensamiento.

Cuando Don Pedro de Alvarado llegó a lo que ahora es El Salvador, se encontró con pueblos indígenas que hablaban distintos idiomas pertenecientes a diferentes familias lingüísticas (azteca, chibcha y maya), poseían sus propias culturas y tenían su propia religión. Rápidamente, todos estos idiomas fueron desplazados en la cotidianeidad por la lengua de los conquistadores: el español. Pronto, uno a uno, los idiomas autóctonos fueron sucumbiendo la lengua del conquistador; los niños que nacían ya no aprendían la lengua de sus ancestros, sino la de sus conquistadores; ya no aprendían las costumbres, creencias, conocimientos y mitos de sus ancestros, sino los de sus conquistadores, y ya no practicaban la religión de sus ancestros, sino la de sus conquistadores. Las nuevas generaciones, fueron, poco a poco perdiendo su identidad como pueblo, y se convirtieron, inadvertidamente, en extraños en su propia tierra. Estas nuevas generaciones, producto en su mayoría del mestizaje salvaje y violento que trajo la conquista, abandonaron su identidad indígena y abrazaron la nueva, importada y ajena. A esta nueva generación de indígenas que ya no se sentían indígenas, los indígenas que aún subsistían les llamaron ladinos. Con el paso del tiempo, el país se llenó de ladinos, hijos del mestizaje, y los pueblos indígenas se redujeron a su mínima expresión. La conquista había sido completada no por las armas sino por la lengua y la cultura.

Solo tres pueblos sobrevivieron a la embestida lingüístico-cultural iniciada con la conquista y continuada después de la independencia bajo el yugo de los nuevos opresores, los criollos. Los pipiles, los lencas y los cacaoperas, también conocidos como kakawiras, subsistieron, aunque agonizantes, hasta bien entrado el Siglo XX. Los lencas y los cacaoperas eran pueblos chibchas y misumalpas radicados en el oriente del país, separados del resto por el río lempa (palabra lenca). Existen estudios, como los que Lyle Campbell realizó a finales de los sesenta, que demuestran que todavía entonces había personas que recordaban palabras y frases comunes de esos idiomas, pero que ya no lo hablaban como lengua materna. Eran lo que se conoce en lingüística como “recordantes”. En la actualidad, no existe ya ninguna persona que hable lenca o cacaopera como lengua materna. Son lenguas extintas. La transmisión intergeneracional de la lengua y cultura se detuvo. Existen, sin embargo, varias asociaciones y colectivos locales que reivindican estas culturas y tratan de mantener vivas algunas tradiciones, incluso aprenden palabras y frases en estos idiomas. Sin embargo, al no haber personas que hablen estos idiomas como lengua materna, la tarea de resucitarlos es titánica y requiere de grandes recursos económicos, de voluntad política y, principalmente, del deseo y la convicción de la generación adulta actual, descendientes mestizos de los pueblos originarios.

La única lengua indígena autóctona que ha logrado sobrevivir hasta nuestros días, a pesar de la persecución que han sufrido sus hablantes a través de la historia y la prohibición de su lengua por “sediciosa” en tiempos de la dictadura de Hernández Martínez, es el idioma pipil o náhuat. Es una lengua moribunda, al borde de la extinción. Lo hablan como lengua materna menos de un centenar de personas en el municipio de Santo Domingo de Guzmán, Sonsonate, último asentamiento de pipiles nahuaparlantes del país. El resto de los indígenas pipiles ya no habla náhuat. Su lengua materna es el español. Esto implica que, para todo propósito práctico, el náhuat es una lengua muerta que sobrevive únicamente como sustrato lingüístico del español local (P.ej., atol, tamal, tacuazín, tomate, chocolate, wishte y shuco, son palabras de uso cotidiano de origen náhuat que han enriquecido el español). Vive, únicamente en esa pequeña burbuja lingüística en el occidente del país, que cada día se vuelve más pequeña y que pronto desaparecerá. No hay transmisión intergeneracional.

El Estado salvadoreño negó sistemáticamente la existencia de pueblos indígenas en el territorio nacional, llegando a invisibilizar y, en el proceso, a folclorizar a los indígenas salvadoreños. No fue sino hasta el año 2014 que la Asamblea Legislativa modificó el artículo 63 de la constitución para reconocer a los pueblos indígenas del país, y en 2017 se declaró el 21 de febrero de cada año como el Día Nacional de la Lengua Náhuat. Estos reconocimientos son un avance en el largo camino reivindicativo de los pueblos indígenas salvadoreños, pero no son suficiente. El currículo educativo nacional, por ejemplo, sigue siendo monocultural, la lengua oficial del país sigue siendo solo el castellano (aunque no conozco a ningún salvadoreño castellano-hablante, todos hablamos español salvadoreño y no castellano), y, en general, la diversidad lingüístico-cultural sigue siendo vista como algo extraño, aberrante, que incomoda.

La crisis de las lenguas autóctonas no es única de El Salvador. Es un fenómeno universal provocado por la expansión de las lenguas de las potencias mundiales alrededor del mundo que, en el proceso, han impuestos sus lenguas como lenguas oficiales en los pueblos conquistados, reemplazando las lenguas originarias de esos pueblos, e imponiendo sus culturas como “lo normal”. De los más de 7000 idiomas que se hablan el mundo en la actualidad, más de la mitad está en peligro de extinción. Aproximadamente cada seis semanas muere una lengua en el mundo. En nuestro continente se hablan alrededor de 900 idiomas distintos, pero la mitad está por desaparecer (como el náhuat). A nivel mundial, solo 351 idiomas son hablados por más de un millón de personas y 457 tienen menos de 10 hablantes. La diversidad lingüística del mundo está amenazada.

Ante esta situación, y con el propósito de llamar la atención de las naciones del mundo a esta problemática, Naciones Unidas declaró, en 1999, en forma unánime, el 21 de febrero de cada año como el Día Internacional de la Lengua Materna, misma que fecha que el Estado salvadoreño ha adoptado para celebrar el Día Nacional de la Lengua Náhuat.

Se seleccionó esta fecha para conmemorar la fecha en la que el pueblo bangladesí fue reprimido por exigir que su lengua, el bengalí, fuera reconocida como lengua oficial en Bangladesh Oriental, entonces territorio pakistaní. El 21 de febrero de 1952, los estudiantes y el pueblo bangladesí salieron a la calle a protestar por la decisión del gobierno paquistaní de convertir al urdu en la única lengua oficial Pakistán, lo que incluía también a Bangladesh Oriental. El urdu lo hablaba una élite minoritaria pudiente y el bengalí, era la lengua popular, hablada por la mayoría. El gobierno paquistaní ordenó masacrar a los protestantes que exigían sus derechos lingüísticos. El movimiento luego se esparció por el resto de Pakistán, y eventualmente, el gobierno reconoció al bengalí como una lengua nacional.

Ante la amenaza a la diversidad lingüística mundial, cada país, cada pueblo, cada persona es responsable de apoyar, promover y participar en programas para la salvaguarda de la diversidad lingüístico-cultural del mundo. Si no hacemos algo ahora, las lenguas y culturas autóctonas de nuestro país serán solo una referencia bibliográfica en el futuro cercano. A nosotros nos corresponde, en este tiempo, salvaguardar lo poco que queda de nuestras culturas ancestrales y proteger nuestro patrimonio lingüístico.

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.