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El modo de dominación política

José M. Tojeira

El poder político busca siempre maneras de perpetuarse en el poder. Hay maneras estandarizadas que con frecuencia siguen los partidos políticos, sean de la tendencia que sean. Por ejemplo, en El Salvador tanto Arena como el Fmln en el pasado, y en la actualidad el presidente Bukele, tratan de llevarse bien con la Fuerza Armada, darle protagonismo social y no crearle ningún problema. La ideología en este punto es indiferente. Ninguno de ellos se ha atrevido a poner en algún momento un ministro de defensa civil, como hacen las democracias desarrolladas.

Y eso a pesar de que hay civiles que incluso estarían más preocupados por servir al Ejército que muchos de los militares, más interesados en hacer avanzar su carrera que en conseguir poder social.

Pero dicho esto, los modos de dominar políticamente y trabajar en favor de la permanencia en el poder, tienen también sus elementos diferenciadores. Más que hacer un ejercicio comparativo entre los partidos que han administrado el poder en los últimos 34 años, nos concentraremos brevemente en algunos aspectos novedosos y específicos del gobierno de Nuevas Ideas.

El estilo del liderazgo del presidente Bukele trata de combinar, de un modo sistemático, seducción, novedad, ejecución y temor. Seduce con esa capacidad, con frecuencia salpicada de un poco de desvergüenza, de hablar, responder, criticar, enfrentarse, exaltar las propia realizaciones y tomar decisiones rápidas, aunque la ejecución de lo prometido vaya bastante más lento de lo que el discurso puede hacer suponer.

Se puede presentar en  la ONU dando lecciones a todos los países de cómo debía estar organizada la asamblea plurinacional, haciéndose selfis, y presumiendo de ser un presidente “cool”. Su estilo desinhibido, irónico y agresivo seduce a muchos salvadoreños. La realidad detrás del discurso, e incluso la vacuidad del mismo, no importa. La apariencia juvenil, activa e incluso respondona, seduce. La escenificación exageradamente glamurosa y la propaganda sistemática contribuye a aumentar la seducción.

Al mismo tiempo hace cosas que “nunca se habían hecho anteriormente”. El manejo de la pandemia fue un ejemplo claro. Aunque posteriormente se ralentizó la vacunación, El Salvador fue uno de los primeros países en América Latina en llegar a cubrir con una o dos dosis al 60% de la población. Repartió tanto canastas alimentarias como 300 dólares a una buena cantidad de gente en necesidad. Y si alguien se contagiaba con Covid le llevaban medicina a la casa y le llamaban por teléfono todos los días para ver qué tal le iba.

En el estado de alerta, tensión y miedo causado por el covid, resultaban problemas menores que el Estado bajara sustancialmente la atención a otras enfermedades crónicas, que se detuviera y castigara ilegalmente a quienes no cumplían con la orden ejecutiva de reclusión domiciliar o que se descuidara y murieran masivamente ancianos internos en los asilos gerenciados por el Estado. La capacidad ejecutiva para algunos temas y la habilidad en el enfrentamiento con los opositores, en buena parte desprestigiados por el ejercicio del poder, daban apariencia de verdad a todas las promesas presidenciales, por descabelladas que fueran algunas como, por ejemplo, la confianza ciega puesta en el bitcoin. Novedad de acciones, capacidad ejecutiva parcial y estratégica, propaganda intensa, hacían olvidar errores, tanto de ejecución como de menosprecio y abuso de los derechos de las personas.

Y finalmente el miedo. La utilización del ejército en la seguridad, el dominio casi absoluto de las instituciones de control del poder, el financiamiento y apoyo a la agresividad en las redes, la manipulación de valores en la propaganda, los ataques y amenazas a los medios de comunicación críticos, la capacidad de mentir desde la impunidad del poder, junto con la persecución política, crearon temor en mucha gente. La llamada “guerra” contra las maras, plagada de violaciones a derechos constitucionales y convencionales, y la posibilidad de extenderla a otros sectores, como por ejemplo a los pastores evangélicos que han trabajado en la reinserción de delincuentes, ha ido creando no solo una cultura de “prudente” silencio en mucha gente, sino un auténtico miedo en una buena proporción de la ciudadanía crítica con el poder. Al terminar esta breve descripción podemos preguntarnos por su coherencia democrática.

Y podemos concluir diciendo que la violación sistemática de derechos básicos, tanto constitucionales como ratificados en convenciones internacionales deslucen el brillo artificial de su propaganda. Elegido democráticamente, no funciona como una democracia desarrollada, capaz de dialogar con la sociedad civil, respetuosa de los Derechos Humanos y de las instituciones estatales independientes del Ejecutivo y dedicadas al control de los abusos del poder. El efecto en el largo plazo de la capacidad seductora y autoritaria del actual presidente enfrentada al respeto de los Derechos Humanos está todavía por verse. Pero que la contradicción es peligrosa para el futuro democrático de el Salvador parece evidente.

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