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El Manifiesto Comunista

Olmedo Beluche

En febrero de 1848, casi coincidiendo con la revolución que ese año conmovería a Europa, vio la luz el Manifiesto del Partido Comunista. Redactado por Carlos Marx y Federico Engels, el Manifiesto constituyó la carta de presentación de una organización obrera internacional, la Liga de los Comunistas, que luchaba por abolir el injusto sistema capitalista y construir el socialismo.

Además de un programa, el Manifiesto es una magnífica síntesis de la teoría social que más ha influido en la sociedad actual, el marxismo. Desde que fue escrito, y gracias a su sencilla redacción, este manifiesto ha sido fuente de inspiración y escuela política de trabajadores de todo el mundo.

Su propuesta, resumida en una idea es: los trabajadores del mundo debemos constituir nuestro propio partido para luchar contra la burguesía (sus partidos y gobiernos), conquistar el poder político y acabar con la miseria que nos impone el capitalismo, construyendo una sociedad basada en el bienestar colectivo, el comunismo, sobre la base de la propiedad social de los medios de producción.

Pese al tiempo transcurrido el Manifiesto conserva en lo esencial de su planteamiento plena vigencia. Pero el marxismo no es un dogma religioso, ni este manifiesto es una Biblia. Por supuesto que hay aspectos obsoletos en él, además de fenómenos nuevos que han cobrado importancia y que sus autores no pudieron percibir al momento de su redacción porque la realidad aún no los había planteado con claridad. A esto nos referiremos más adelante.

Vigencia del Manifiesto

En principio, queremos destacar cinco ideas de lo que en el Manifiesto, a nuestro juicio, continúa siendo útil, lo que sigue siendo un arma política para los trabajadores del mundo, y que reafirma su vigencia 150 años después. A las ideas que mencionaremos rápidamente se pueden agregar otras más:

1. “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”, primera afirmación del manifiesto, de profunda trascendencia teórica y práctica. Con ella se establece la base de la concepción materialista de la historia que, como dice Trotsky, puso fin a las interpretaciones que intentaban explicar la historia y el mundo social a partir de verdades morales absolutas y eternas.

Este decisivo aporte metodológico hecho por Marx y Engels, no sólo tiene utilidad teórica para interpretar el pasado, sino que es imprescindible para comprender las vicisitudes de la sociedad contemporánea. No podemos comprender los problemas que conmueven a nuestro mundo, si no partimos de la lucha incesante de clases sociales, que en el sistema capitalista se concreta en la lucha entre capitalistas y trabajadores.

Pasada la “caída del muro”, y de la propaganda de que “el socialismo murió, el capitalismo triunfó”, “fin de la historia”, etc., El Manifiesto conserva toda su vigencia en este sentido.

¿Cómo explicar los problemas que se abaten sobre Europa occidental, como la crisis del «euro», sino nos referimos a la lucha de clases: por ejemplo, a la huelga francesa de diciembre del 95, o a las luchas de los obreros alemanes por preservar sus conquistas sociales? ¿Cómo explicar que, pese a la política de burócratas como Yeltsin, el capitalismo no termina de restaurarse en la ex URSS y el Este, si no nos referimos a la resistencia de los trabajadores rusos el absoluto control capitalista de la industria?

2. “Mas toda lucha de clases es una lucha política”. Esta conclusión obligada y derivada de la primera idea es decisiva para el futuro de la lucha de clases mundial y del movimiento obrero. Los reformistas de todo tipo tratan de negarla, limitando las luchas obreras al plano económico, o levantando falsas esperanzas en algún sector supuestamente “progresivo” de la burguesía, y negando que, en última instancia la única solución a todas las reivindicaciones obreras se resume en una tarea política: la toma del poder por el proletariado.

Esta lección elemental del Manifiesto sigue planteada con mayor urgencia en los países atrasados, donde los dirigentes traidores del movimiento obrero han impedido, hasta ahora, la conformación de la “… organización del proletariado en clase y, por tanto, en partido político…”, independiente de la burguesía, peldaño elemental para la lucha por la revolución socialista.

La lucha que opone a capitalistas y obreros, obliga a los últimos a combatir a los patrones, sus partidos y sus gobiernos, y a constituir partidos que representen a los trabajadores, que dirijan la lucha por la toma del poder y el socialismo.

3. “Desde hace algunas décadas, la historia de la industria y del comercio no es más que la rebelión de las fuerzas productivas modernas contra las actuales relaciones de producción, contra las relaciones de propiedad”.

Si esto era cierto hace siglo y medio, ahora lo es todavía más. No podemos entender nada de la crisis económica que conmueve a Asia y al mundo, en 1998, sin recurrir al análisis que hacen Marx y Engels en el Manifiesto sobre las crisis capitalistas.

Pese a todas las promesas respecto a un nuevo tipo de sociedad, hechas por el neoliberalismo y la mundialización de la economía, y repetidas por los renegados del marxismo, ésta no ha superado la leyes básicas del sistema capitalista descritas por Marx y Engels.

Por esa razón, sigue estando en la base de cualquier explicación científica de la crisis económica la caída constante de la cuota de ganancia, por efecto del desarrollo de las fuerzas productivas que, contradictoriamente, en el capitalismo, sólo aumentan el desempleo y la miseria entre los trabajadores.

4. Para describir la situación que afecta al proletariado mundial, ¿qué es más preciso que la siguiente afirmación?: “El obrero moderno, por el contrario, lejos de elevarse con el progreso de la industria, desciende siempre más y más por debajo de las condiciones de vida de su propia clase. El trabajador cae en la miseria, y el pauperismo crece más rápidamente todavía que la población y la riqueza”.

Como dijera Trotsky en A noventa años del Manifiesto Comunista, una pléyade de curas, profesores, ministros socialdemócratas y periodistas han combatido la “teoría de la pauperización” creciente de la clase obrera. Para hacerlo han intentado hacer “pasar a la aristocracia obrera por el proletariado o tomando por estable una tendencia pasajera”.

 Pero la miseria capitalista es tan evidente que un organismo imperialista como las Naciones Unidas se ve obligado a reconocer que, de los 5,400 millones de habitantes del planeta, al menos 1,100 millones naufraga en la pobreza, y que el 10% de la población mundial sufre de malnutrición.

Esta realidad, que ataca principalmente a los llamados “países subdesarrollados”, donde vive el 90% de la población mundial, no es ajena a los grandes países capitalistas. Estados Unidos cuenta ya con unos 40 millones de pobres, mientras que la miseria crece en Europa occidental acompañada del alto desempleo que afecta a 18 millones de personas, más del 10% de la fuerza laboral. Que lo digan los trabajadores de Rusia, a quienes se les prometió el “paraíso” capitalista, y están viendo cómo sus vidas se hunden en la miseria con la medidas de restauración capitalista.

Por eso, los trabajadores están obligados a luchar, y tomar el poder, para poner la producción al servicio de todos. “En este sentido los comunistas pueden resumir su teoría en esta fórmula: abolición de la propiedad privada”, dice el Manifiesto. Y luego aclara que se trata de la gran propiedad capitalista, no de la pequeña propiedad de campesinos y artesanos.

5. La otra importante afirmación del Manifiesto, que conserva su actualidad, es que “los obreros no tienen patria”, son una clase que tiene los mismos problemas en todo el mundo y luchan contra el mismo enemigo: el capitalismo.

Si esto era cierto 1848, cuando el capitalismo aún estaba en una fase de libre concurrencia y grandes zonas del planeta vivían todavía bajo otros modos de producción social, lo es con mayor razón en el siglo XX, fase imperialista del capitalismo en la que casi no hay país que se escape a la extracción de plusvalía.

La concentración y centralización del capital es tan grande que ha surgido un estado mayor de la burguesía imperialista, que define la política y la explotación económica en el mundo entero, el cual se encarna en organismos como el Grupo de los Siete, el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, etc. Desde ellos se imponen recetas económicas antipopulares igualitas para todos los países que condenan al hambre a millones de seres humanos.

Para derrocar este sistema imperialista mundial se requiere la unidad de los trabajadores a nivel internacional. De todas las corrientes obreras, sólo el trotskismo sostiene la lucha consecuente por este criterio internacionalista del Manifiesto, bregando por la organización de un partido mundial de la revolución socialista, la IV Internacional, en el que se concrete el grito en que concluye El Manifiesto: “Proletarios de todos los países, uníos”.

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Reconocer la vigencia de las ideas principales del Manifiesto Comunista, no implica que no haya algunos pasajes que se han quedado obsoletos, que algunas predicciones no se cumplieron en los ritmos previstos y que hoy habría que incorporarle importantes aspectos que la realidad posterior ha colocado y que no pudieron visualizar sus autores.

Hace 60 años León Trostky decía al respecto:

“¿Qué otro libro podría compararse, ni de lejos, con el Manifiesto Comunista? Pero esto no significa que, después de noventa años de desarrollo sin precedentes de las fuerzas productivas y de grandes luchas sociales, el Manifiesto no precise de correcciones y adiciones. El pensamiento revolucionario no tiene nada en común con la idolatría. Los programas y las predicciones se verifican y corrigen a la luz de la experiencia, que es el criterio supremo de la razón humana”.

En ese momento, Trotsky hizo ocho observaciones al texto original para actualizarlo, que siguen siendo válidas:

1. En el Manifiesto se vaticinó una declinación y estancamiento inmediato del sistema capitalista, cuando en realidad hubo un gran desarrollo de las fuerzas productivas hasta principios de este siglo.

2. Se sobrevaloró la madurez del movimiento obrero previendo su triunfo revolucionario inminente.

3. El capitalismo analizado por el Manifiesto es el de la libre concurrencia, y su tendencia a transformarse en capitalismo monopolista la percibe Marx con posterioridad en El Capital.

4. Una visión unilateral del proceso de liquidación de las clases intermedias por el capitalismo.

5. En el prefacio de 1872, los autores declaran que las 10 reivindicaciones transicionales del capítulo II, eran obsoletas, lo cual fue aprovechado por los reformistas socialdemócratas para defender su “programa mínimo”. Trotsky reivindica ese programa transicional y el verdadero espíritu del prefacio “contra el fetichismo de la democracia burguesa”.

6. La parte “más envejecida”, referente a la crítica de la literatura socialista, a la que habría que agregar una crítica de la degeneración de la Segunda y la Tercera Internacional.

7. El error de la previsión de que “la revolución alemana… no será sino el preludio de una revolución proletaria que la seguirá inmediatamente”. Error debido a que Marx veía la revolución burguesa alemana produciéndose en condiciones más maduras (capitalistas) que la inglesa y francesa. Trotsky concluía que la madurez capitalista conlleva la pérdida de todo vestigio revolucionario de la burguesía, siendo incapaz (en los países atrasados) de consumar sus propias tareas históricas. Las cuales deben ser realizadas por la clase obrera combinadamente con las tareas socialistas, en el proceso de una revolución ininterrumpida (permanente). “Para los partidos revolucionarios de los países atrasados de Asia, Latinoamérica y África, la clara comprensión de la conexión orgánica entre la revolución democrática y la dictadura del proletariado -…- es una cuestión de vida o muerte”, dice Trostky.

8. “El Manifiesto no contiene ninguna referencia a la lucha de los países coloniales y semicoloniales”. En la medida en que creían inminente el triunfo del proletariado en los países avanzados, dieron por resuelta por esa vía el problema de las naciones oprimidas. A Lenin le correspondió el aporte principal en este sentido.

En el Programa de Transición, Trotsky incorpora éstos y otros señalamientos, para realizar una puesta al día del Manifiesto. Casi cincuenta años después, Nahuel Moreno haría lo mismo, con la redacción de Actualización del Programa de Transición.

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Deseamos centrar nuestra reflexión final, en la importancia del último punto señalado por Trotsky, la lucha por la independencia nacional de los países coloniales y semicoloniales para cualquier programa que se pretenda revolucionario.

El proceso de la revolución socialista en el siglo XX, contra todos los vaticinios de Marx y Engels, no se inició en países capitalistas avanzados, sino que la cadena se rompió por sus eslabones más débiles, países atrasados, donde la lucha por la autodeterminación nacional contra la expoliación imperialista ha tenido un papel de primer orden.

Poderosos movimientos de liberación nacional han marcado la lucha de clases de la presente centuria. No sólo la lucha por la independencia nacional de importantes naciones de África y Asia, sino también en América Latina la movilización popular ha tenido un claro carácter antiimperialista.

El derecho a constituir naciones independientes, que decidan libremente su futuro, frente a la agresión imperialista, ha movido revoluciones y al movimiento internacional de solidaridad que las ha apoyado, como fue el caso de Vietnam, Cuba, Nicaragua sandinista, etc.

La lucha contra la opresión nacional y por la autodeterminación de los pueblos, ha sido una poderosa palanca revolucionaria del presente. Esta constituye una de las tareas democráticas, la principal, que la burguesía de los países atrasados no puede cumplir porque se ha convertido en socia menor de la burguesía imperialista.

La lucha por la autodeterminación de las naciones oprimidas es tremendamente revolucionaria, ya que cuestiona directamente al sistema capitalista imperialista, rompe sus reglas del juego para la repartición del mundo en áreas de influencia y dominación, debilita al sistema capitalista.

Aunque los marxistas no somos “nacionalistas”, sino que propugnamos por la unidad de la clase obrera mundial, tal y como señala el Manifiesto Comunista, hemos aprendido de Lenin a distinguir entre dos tipos de nacionalismo: el nacionalismo reaccionario de los países imperialistas, y el nacionalismo progresivo de los países oprimidos.

 Como dijo el propio Marx, “cualquier nación que oprima a otra, forja sus propias cadenas”. La opresión nacional debilita la lucha de la clase obrera de los países desarrollados y fortalece a su burguesía. Al revés, la liberación de las naciones oprimidas debilita a la burguesía imperialista y acerca el triunfo de los obreros de los países avanzados.

En los países coloniales, semicoloniales y dependientes la clase obrera, a la cabeza del pueblo, debe asumir la lucha por la autodeterminación nacional como una tarea esencial del proceso de la revolución socialista.

En palabras de Lenin: “Completa igualdad de derechos de las naciones; derecho de autodeterminación de las naciones; fusión de los obreros de todas las naciones; tal es el programa nacional que enseña a los obreros el marxismo, que enseña la experiencia del mundo entero y la experiencia de Rusia”.

Hoy, este programa se expresa de manera muy concreta en la lucha y la solidaridad con Cuba, contra el bloqueo y la agresión norteamericana; en el derecho a la autodeterminación de Irak, contra la agresión imperialista; en el derecho a la independencia nacional de pueblos como Bosnia o Kosovo; el derecho del pueblo palestino a constituir su propio estado; la lucha del pueblo panameño contra la presencia de bases militares norteamericanas; en general, en la movilización de los pueblos del mundo contra las deudas externas y los planes económicos neoliberales impuestos por el FMI.

Panamá, 17 de marzo 1998.

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