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El hombre en su soledad

El portal de la Academia Salvadoreña de la Lengua

EL HOMBRE EN SU SOLEDAD.

Por: Eduardo Badía Serra,

Director de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

Ya en alguna oportunidad he hablado de la soledad en este portal, condición de la existencia que es propia del hombre, que la huye y la busca a la vez, refugiándose en ella cuando vaga y divaga, agobiado por la carga y por la culpa, por la desesperación y la angustia. Pienso que la soledad se manifiesta con fuerza en el hombre salvadoreño, que lucha en su confusa condición de “ser-ahí”, de hombre “arrojado-ahí”, especie de pasión inútil, como diría Sartre.

El hombre no puede evitar la soledad. Decía Lope en su famosa figura literaria, que “a mis soledades voy, de mis soledades vengo, porque para andar conmigo me bastan mis pensamientos”. Muchos hombres grandes se refugiaron en la soledad para encontrar su paz interior, y ya en ella produjeron al mundo sus mejores productos. Es que la “ousía” sólo es propia cuando se llega al estado aquél que Aristóteles llamó el estado propio de los filósofos, el de la pura contemplación de las esencias, al que se llega sólo cuando el hombre ha sabido vencer sus “urgencias” y sus “negocios”. Así decía el estagirita, discípulo de Platón y preceptor de Alejando, sólo para decir algo de él.

Pero hay soledades y hay soledades, hay soledades de soledades. En estos momentos en que recién hemos recordado la pasión y la muerte de Nuestro Señor, una de las soledades más dolorosas y grandes fue la soledad del arrepentimiento, y el abandono que le sigue. Esta soledad es eterna, el hombre no puede salvarse de ella, no puede superarla, porque es producto de la culpa que se guarda en la conciencia misma. Se clava como un aguijón en el cuerpo, aunque es herida en el alma, hiere el alma y la sacude. Es la soledad de la desesperación y de la irredención. Judas sufrió esa soledad. No le bastaron las treinta monedad para salvarse de ella, y esta le persiguió hasta la muerte. La soledad de Judas fue la más cruel de las soledades, fue la carga por la traición, por la deslealtad más condenable. Judas vagó, inexpresivo, muerto en vida, todos le veían y entendían que la soledad le desgarraba.

“…..se acercó a Jesús para besarle. Y entonces Jesús dijo:

– Judas, ¿con un beso entregas al hijo del hombre?…..”

Y apareció el arrepentimiento, enorme, cruel, despiadado, que le llenó todo, que se pegó a su cuerpo como rémora, perforando las mayores intimidades de su alma. Le condenó la traición, le abandonaron aquellos que lo habían comprado, humillándolo, aunque haya devuelto las monedas del pecado. Y también los otros que, como él, en el momento se asustaron y se escondieron. Así salió del templo, solo, con esa soledad desgarradora, en total abandono, presa de su desasosiego, de su desesperación y de su arrepentimiento. Poco duró la soledad de Judas.

¡…..Salió del templo…..y se ahorcó!

– Sufro porque tengo que estar solo -, decía Gaspar Mora. Hay hombres que buscan la soledad, hay hombres que sienten la soledad. La de Gaspar Mora era la soledad del abandono.

Cuando Gaspar Mora desapareció, su ausencia tardó en notarse. Dejó abierta su casa, no se llevó nada, más que algunas herramientas. Era como si ya se hubiera muerto. El viejo Macario, María Rosa, y todos los del pueblo lo buscaron hasta que sus fuerzas se lo permitieron, pero el leproso no aparecía por ningún lado. Al fin, llegaron a pensar que ya no estaba y quizá que ya no regresaría nunca. Al fin lo hallaron, lo delató la música de su endiablada guitarra, y aquel hombre-Cristo que siempre llevaba. Allí, hombre, guitarra y cruz de madera, se sintió solo, todo enfermo y achacoso, escondido en su soledad.- Quiero estar solo….

– Venimos a llevarte.

– Yo ya estoy muerto.

– Pero sufres, Gaspar.

– Sí, sufro, sufro porque tengo que estar solo.

Fue inútil. El viejo Macario y María Rosa, y con ellos el grupo que les acompañaba, regresaron. Fue la última vez que lo vieron.

– ¡Contra eso no hay nada que hacer……!

Y se olvidaron de Gaspar Mora.

Así lo cuenta Roa Bastos en ese magnífico relato al que dio por llamar “Hijo de Hombre”.

– Gaspar Mora se escondió, leproso, en el monte. Dejó el Cristo…..

Así murió Gaspar Mora. Solo, solo con su soledad.

“Estoy solo y no hay nadie en el espejo”, decía Borges. “Beata solitudo, beata multitudo”, decía San Agustín. “Busco la soledad, para luego lamentarme de ella en silencio”, le contaba Einstein a Mama Winteler, en sus famosas cartas. “¡Me voy! ¡Déjenme solo! ¡No pueden detenerme!”, gritaba Tolstoi buscando el silencio. “¡Oh, soledad! ¡Mi patria soledad, ¡Cómo es de tierna y feliz tu voz para mí!”, le decía Nietzsche a esa noble categoría. Y Wittgenstein: “¡Ardo en llamas! ¡Mi tranquila soledad!”. Y de tales estados de la existencia fueron surgiendo El Principito, La Guerra y la Paz, y la soledad existencial de Montaigne cuya “negra quietud va sentada tras el jinete”, y la velocidad de la luz y sus saltos cuánticos, y ese Hijo de Hombre del que ya he hablado, y La Mansa de Dostoievski, y De Vera Religione del Obispo de Hipona, y hasta cosas supremas como Ser y Tiempo y Robinson Crusoe,……“Media noche de la ausencia, ¡herida de soledad!”, decía Juana de América, la Juana de Ibarborou…..

En nuestro país hay tantos hombres escondidos en su soledad, soledades de Judas y de Gaspares Mora, que buscan esconderse en la cueva oscura del dolor y la congoja. Soledades de la caverna del mito de Platón, que se niegan a salir a ver la luz y entender que las cosas son de otro modo “allá afuera”, soledades que intentan ser escondites para no ver la realidad. Esas soledades son perversas, no llevan a la interioridad, ni al descanso, ni al “ocio” aristotélico. Aquí no hablamos de ellas sino de las soledades que necesita el espíritu para la reflexión en el mundo de las esencias. Gaspar Mora al fin y al cabo buscó la soledad para huir del oprobio. Judas no la buscó sino más bien la soledad lo encontró a él, y le llevó la cuerda con la que ennudó su cuello para ya no sufrir más por su pena y su carga. En la soledad, la razón se aleja y cede el paso al sentimiento, que es lo propio de la vida.

Bien decía Unamuno:

“¡Qué contradicción, Dios mío, cuando queremos casar la vida y la razón!”.

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.