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El grito de la moda

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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Estoy al borde de la histeria, cialis ya no soporto el bombardeo publicitario sobre las modas. ¡Qué desastre! Exclamó Lucía, cialis halándose el cabello.

Corría la primera década del siglo XXI. La capital se estaba convirtiendo en un gran centro comercial. Los medios de comunicación con sus cables, stuff vallas y antenas, invadían calles, aceras, plazas, colonias y todo espacio libre. Se había descuidado la agricultura y la industria para dar paso a un mercantilismo agresivo con base en la importación

Lucía habitaba en una colonia del norte de la ciudad. Sus padres, ambos empleados, tenían un presupuesto para una vida normal, sin opulencia. En su colegio era amigable con sus compañeras  de grado. Algunas tardes realizaban trabajos en grupo, ella se presentaba con su uniforme, pero sus amigas vestían prendas de marca y de la última moda.

Vivía su adolescencia con sus temores, deseos e ilusiones. Comenzó a poner atención a todo anuncio publicitario sobre la moda y a exigir a sus padres la compra de pantalones, blusas y lencería del último grito de la moda.

La moda es una dictadora, implacable, irracional, astuta y dominante, que hace sufrir, patalear y llorar a muchas jóvenes. Los padres de Lucía conversaban con ella:

–Hoy no podemos comprar la blusa que deseas, es muy cara – le dijo su madre.

–Pero tienen la obligación de vestirme y no con trapíos. Mis amigas visten bien.

–Más adelante te la compraremos, vamos a ahorrar.

–Para entonces ¡ya no estará de moda! – le gritó.

Y zapateó en la sala mientras la televisión mostraba a unas modelos de pasarela, lindas como muñecas, contoneándose al caminar con los atuendos de la moda. Corrió para el patio a refugiarse en un rincón y allí tuvo que escuchar las radios del vecindario anunciando lo último en la moda, y rodaron sus lágrimas. Su hermanito le llevó el periódico y al abrirlo descubrió un desplegado a color con fotografías de jovencitas felices con sus prendas de vestir.

Volvió a zapatear de frustración y cayó desmayada. De inmediato sus padres la llevaron al médico, la encontró sana en lo físico, y recetó ansiolíticos y otros fármacos. Obtuvieron un crédito para reajustar su presupuesto y le compraron algunas prendas. A los tres meses les exigió otras prendas de la última moda.

–No, Lucía – le dijo su padre – ya no aguantamos, yo no tengo ni segunda mudada. No te dejes llevar por el consumismo. Deberías trabajar para darte los lujos que quieras.

Transcurrían los meses y el bombardeo publicitario la aturdía a toda hora, lo mismo que a sus progenitores. Su padre comenzó a sondear la posibilidad de conseguirle un empleo con tal suerte que la siguiente semana, ella asumió su primer trabajo. Con tu dinero, le dijo, vas a poder comprar lo que desees. Eso espero, respondió con cierta satisfacción.

Al recibir su primer salario sus amigas le pidieron que se diera la «culebra». Aceptó y las invitó a almorzar, luego le sugirieron ir a comprar ropa de última moda. Llegaron al Mercado Cuartel.

–¿Por qué me han traído aquí? – les reclamó, sorprendida.

–Ya lo sabrás – respondió una de ellas.

Se detuvieron en un puesto que exhibía variedad de prendas de vestir.

–Muéstreme una blusa de la última moda – dijo una de sus amigas.

–Aquí está, vale 5 dólares – respondió la vendedora.

Lucía la revisó por el derecho y por el revés, lo mismo que las costuras y repliegues, y analizó el diseño. No encontró defecto y le dijo: esta blusa no tiene viñeta de marca.

–Así es, pero en algunos centros las venden con marca por 70 dólares. Mi mamá las confecciona en casa y las entrega por docenas.

Cuando Lucía regresó a casa contó a sus padres que ya recibió su primer salario. Qué alegría, dijo su padre, ya podrás comprar la blusa de 70 dólares que tanto has deseado.

¡Noo… jamás… jamás!, exclamó en voz alta. Esto sonó como el último grito de su moda.

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