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EL BULTUETRIPAS, LA FIESTA DE LOS ZOPILOTES Y EL PETATE LABORIADO

Gustavo Vega

Artista e investigador

Ir al cantón Tajcuilujlan en Nahuizalco por su desintegrada carretera de tierra con tremendos zanjos signo de su evidente marginación, buy viagra es recorrer ocho décadas al tiempo de la ¨matanza¨ de indígenas. Todavía hay quien hable unas palabras de náhuat, see y es quizá de los pocos lugares en El Salvador, donde uno puede ver hasta media docena de venerables ancianas octogenarias refajadas, envueltas pues en sus tejidos ya desteñidos por décadas de discriminaciones, insultos, quizá por miradas de desprecio. Las abuelas no se la pasan sedentarias; normalmente se dedican a tejer petates para poder ganar uno o dos dólares después de varios días de trabajo. Aún tejen con paciencia, con su conocimiento náhuat, el complicado petate ¨laboriado¨ que tiene diseños geométricos. Pero Ir al cantón Tajcuilujlan es pues, llegar a casi centenarios ancianos cuyas manos guardan muy fresca la memoria del terror y se vuelven temblorosas, cuyos ojos aún recuerdan el horror y se abren sobresaltados como miradas de niños perdidos en la oscuridad más profunda: Una día de enero hace 80 años llegaron las tropas del gobierno y se aposentaron en la hacienda de don Abel Maza. Iban con sus fusiles máuser con filudas bayonetas caladas, con sus ametralladoras hotchkiss con dotación de miles de proyectiles y sus operadores que con gafas para protegerse los ojos al disparar y el quepis, les daban una apariencia de zopilotes. Todas las mujeres, madres, abuelas e hijas de Tajcuilujlan fueron llamadas a la hacienda del patrón y llegaron con su masa de maíz, sus gallinas y sus frijoles para cocinar a la tropa. Agapito era un cipote que pescaba con ¨cucuruchos de bejuco¨ en el río Sensunapán, y recién estrenaba un su pantalón de manta-dril que su papá le había regalado. En medio de todo el movimiento, se quedó atrás por perseguir a la gallina que su mamá le dijo llevara para la ¨fiesta¨ y en eso se distrajo viendo a unos músicos que ensayaban unos sones de pito y tambor, quizá para aplacar la tensión de la revuelta en días anteriores. A la hora del almuerzo, los soldados se dieron un banquete con gallina asada, tamales ticucos, tortillas recién hechas, cuajada y hasta uno que otro pedazo de chicharrón. El oficial a cargo, ordenó que se llamara a los hombres del cantón para darles un ¨salvoconducto¨ que les garantizaría la vida pues ellos llevaban órdenes de eliminar a los comunistas que se habían levantado el 22 de enero de 1932. Los hombres fueron llegando con un miedo dulzón de timidez de quien no termina de entender lo que sucede, por eso hablaban en lengua, quedito solo para escucharse entre ellos. Don Abel se paseaba con pistolón y daga al cinto, sonando nervioso los tacones de sus botas de caña alta y agitando enérgicamente el fuete, daba órdenes al oído del mandador de la finca. Las mujeres fueron enviadas de regreso al cantón, persuadidas por las bayonetas; algunas, presintiendo algo, decidieron quedarse con sus maridos; los empleados de la hacienda agruparon a ¨la indiada¨ que eran ya más de un centenar y súbitamente los comenzaron a amarrar. Aún no comprendían lo que sucedía, pero acostumbrados a tantas humillaciones no opusieron resistencia, solo rezaban en lengua. ¨Don Abelito oyyy?, ya están listos¨….el cipote de calzón de manta dril, iba apurado, ya al caer la tarde: se le había olvidado que tenía que llevar la gallina para la ¨fiesta¨. Se fue por la quebrada para cortar camino donde ya las sombras comenzaban a reinar. La gallina empezó a cacarear y a patalear nerviosa, arañándole los brazos, cuando Agapito sintió de golpe, una oleada de hedor a muerto y se topó con un manto de moscas verde metálico paradas en un montón de entrañas descompuestas; intentó evadirlo, pero el bulto, se movía brincando de un lado a otro cerrándole el paso: ¡ay es el bultuetripas!; jiedía feyo… ¡estues un susto y mejor me degüelvo no seya que me gane !. A los pocos minutos, escucharon las ráfagas, que no eran como los cuetes de vara, sino con descargas fuertes como truenos, como árboles que se quiebran en la tormenta. Las gafas de los soldados de las ametralladoras, se empañaron de hollín de pólvora quemada, todo el aire se llenó del olor herrumbroso de la sangre. Los pájaros huían en bandadas para todos lados como almas recién liberadas, Agapito con su calzón de manta que su papa le había comprado para estreno de año nuevo, no sabía nada; no sabía que ya era huérfano al igual que casi todos los cipotes y las cipotas del cantón, que donde cantaban las urracas, las guacalchías y las palomas de ala blanca, reinaría la hediondez de cientos de cuerpos de ajusticiados en la fiesta de los zopilotes…que don Abel Maza multiplicaría la extensión de su hacienda gracias a que se aprovecharía de las viudas del cantón…que vendría luego una plaga de langostas que el general Martínez combatiría con aviones que fumigarían con ¨aldrín ¨ y que se quedarían sin maíz…menos sabía que en un tiempo, Hitler ascendería al poder y haría su ¨matanza¨ de judíos, que Mussolini la haría con los etíopes y que el Imperio japonés haría lo suyo en Nanking… ¡qué iba a saber! Agapito nomás apretaba la gallina, torteando duro el suelo con la planta de los pies, pasó corriendo y ni siquiera se dio cuenta, al llegar al cantón, de que el pito y el tambor se habían silenciado…

Don Agapito, hoy casi de noventa años, solo apuña los ojos ante el licor fuerte de la memoria, pero su sabiduría de tatanoy respetable, ahora es escuchada por sus nietos y nietas que superando el terror, quieren recobrar su propia identidad: tienen formado un consejo indígena, desarrollan un proyecto de recuperación del nahuat, un museo comunitario y han apoyado una ordenanza municipal de derechos de las comunidades indígenas. Esperan también que un día se les repare por ese genocidio que sufrieron mientras cuidan sus milenarias pirámides, porque ahora saben que ahí mora la más antigua memoria de la Madre Tierra, donde está guardada la dignidad y no sólo de ellos, sino la dignidad de todas y todos los salvadoreños. El petate ¨laboriado¨ de la resistencia continúa pues. Vayan estas líneas como un humilde homenaje en el 82 aniversario del genocidio de 1932.

 

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«Esperanza». Fotografía: Rob Escobar. Portada Suplemento TresMil