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Discurso presidencial: la reacción de los reaccionarios (3)

*René Martínez Pineda

Director de la Escuela de Ciencias Sociales UES

La ideología tiene que ver con el discurso, el discurso con la palabra y la palabra con la nostalgia como singularidad sociológica, pues confunde el pasado con el presente y el futuro debido a que, para el jodido, todos los tiempos son iguales, todos los lugares son el mismo, y todos los salarios mínimos son el mismo salario –centavos más, billetes menos- porque siguen siendo eso: mínimos y, así, esa singularidad tiene que ver con el poder ideológico que tiene el poder para construirse como símbolo discursivo que legaliza, oculta, integra, rompe o cosifica.

En primer lugar, el discurso como símbolo de palabras que legaliza nuevas o viejas relaciones de poder debe demostrar que el sistema que defiende o propone es justo, digno, factible e inevitable. Eso es lo que hace la derecha salvadoreña: presentar a la empresa privada como único recurso para hacer que las cosas funcionen bien y rápido, teniendo últimamente en la mira al agua potable.

Esa legitimación que hace la derecha (sin que la izquierda, por el momento, haga lo mismo de forma coloquialmente convincente, lo que es notorio en la opinión del peatón que no es un “voto duro y convencido”) se logra apelando a palabras, ideas y fundamentos simples, lógicos, cotidianos y carismáticos (aunque se tenga que recurrir al carisma de los muertos si no se ha construido un nuevo liderazgo que erice la piel del pueblo con solo hablar). En ese sentido, no solo se trata de hablar de lo que se ha hecho, sino de hacer sentir a la gente que así ha sido y, ante todo, que sepa que nadie más lo hará; no solo se trata de decir que la economía ha crecido, sino de decirle a la gente quiénes se han quedado con ese crecimiento y profundizado la injusta distribución de la riqueza, porque esa es aún la lógica del sistema: “La economía nacional sigue creciendo de manera sostenida en los tres años de mi gestión…” Esa es una noticia que debe responder a la eterna pregunta de la economía: ¿cómo distribuir la riqueza generada?

Pero, así como la ideología y su discurso sirven para legalizar utopías o ilícitos, también sirven para ocultar, negar o deformar la realidad (el mejor ejemplo es la táctica usada por la burguesía venezolana) presentando el proceso socio-histórico con las palabras que enaltecen unos aspectos y deslegitiman (u obvian) otros en función de ocultar lo que realmente ocurre. “Protestas en Venezuela”, dice, con dolo, el discurso de los grandes medios de comunicación de la burguesía, pero obvian el dato de que tales protestas se realizan en menos de 10 de los 335 municipios del país. La palabra preferida que usa la derecha para presentar la justicia social como “algo” imposible o como algo no-natural es la de enaltecer la existencia de una crisis económica aparejada con una crisis alimentaria y de consumo y, en función de ello, determina (o le hacen creer a la gente) la solución a la misma: más capitalismo, más privatización. Eso explica que el candidato más fuerte de la derecha salvadoreña sea, hoy por hoy, un empresario que no solo es capaz de sacar de la crisis al país (por ser un hombre exitoso) sino que, además, su fuerte son los supermercados y esa es, según la burguesía, una combinación ganadora.

Obviamente, no se menciona el dato de que la inmensa mayoría de la población no compra en los supermercados, porque lo vital para el discurso que deforma (o reafirma la percepción) es que la gente asocie de forma instintiva y como respuesta las palabras: hambre-supermercado y crisis-empresario. Entonces, lo que viene en el país para acentuar lo dicho en el discurso de la derecha es el acaparamiento de los productos básicos que se venden en el supermercado: papel higiénico, jabón, dentífricos, frijol, arroz, pongamos de ejemplos.

Pero, para contrarrestar el uso del discurso que oculta o deforma, este puede ser usado también para integrar a los sujetos históricos en torno a un proyecto de vida que sea tangible en la cotidianidad de forma inmediata, porque la gente, antes de pensar en el paraíso terrenal, piensa en el siguiente tiempo de comida. Las relaciones de poder pueden ser determinadas en lo específico y mantenidas en el proceso si se es capaz de construir en el plano simbólico del discurso, con un destinatario dado más allá de toda duda, la unidad del pueblo como identidad colectiva que siente que ese proceso le pertenece y por tanto vale la pena defenderlo. La táctica más eficiente al respecto es la homogenización de lo que, solo en apariencia, es heterogéneo: “clase media” y sectores populares son variables muy cercanas en la gráfica del ingreso, y demostrar y mostrar que son casi idénticas.

Lo anterior lleva al otro uso que puede tener el discurso y su palabra: romper al enemigo. Las relaciones de poder pueden ser mantenidas manipulando la percepción (esta es siempre una opinión) de tal forma que rompa la unidad de los grupos sociales y ubique a los individuos y a los sectores de clase en una situación coyuntural de oposición no obstante estar en el mismo lado. “Divide y derroca al gobierno; divide y mantén al gobierno”, son fórmulas conocidas en el ámbito político e ideológico. Eso explica el por qué el magisterio nacional, pongamos por patético caso, está dividido en múltiplos de tres colores; eso explica la existencia de otrora dirigentes populares tirados al populismo administrativo y la mentira consuetudinaria para erigirse en tétricos ídolos en resistencia. De esa forma se establece una inexistente frontera entre la inexistente clase media y los sectores populares, pero bien podría ser también establecer esa frontera entre el gran empresario y el pequeño-mediano empresario. Aunque, a menudo, los rompimientos son producto de ambiciones personales más que estrategias del enemigo de clase.

Uno de los usos predilectos que la derecha hace del discurso es la cosificación (después de la abstracción). La ideología puede operar al representar un estado de cosas transitorio (crisis hospitalaria) como si fuera permanente, natural y atemporal, y acá es donde se hace uso de la impaciencia como argumento teórico y político-electoral. El restablecer “el fin de la historia y la ideología” es un distintivo clave de la ideología burguesa de este período dominado por lo mediático y lo artificial en tanto construcción simbólica. Así que, o se cambia el discurso (hablarle al pueblo, no a los políticos) o se cambia de proyecto.

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