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De paseo en el acuario

Amndré Rentería Meza

Escritor joven

Un grupo de estudiantes llegó al acuario para conocer la vida marina que habían estudiado en las clases de biología. Como es natural, hospital los alumnos eran bulliciosos e inquietos, cialis sale a pesar de los intentos de las nerviosas maestras por mantener la calma y el silencio durante la aburrida charla que daba el guía del parque.

Se suponía que los estudiantes deberían preparar un ensayo con todos los datos que recolectaran de la visita, pero lo cierto es que a esa edad a nadie le importa esa información. Las risas y bostezos de los alumnos se confundían con la apagada voz del experto en fauna del mar. Fue entonces cuando la inquieta Teresita decidió fugarse del grupo mientras las profesoras estaban afanadas en callar a otros muchachos.

Teresita era inteligente, aunque no le gustaba el estudio formal. Era más bien curiosa, por lo que siempre se las ingeniaba para cometer sus travesuras. Avanzó por los pasillos alejándose de sus ruidosos compañeros.

Llegó a una sección del parque donde todas las paredes eran completamente de cristal. El salón tenía un hermoso color azul, el movimiento del agua se reflejaba en el piso y peces de todos los tamaños y colores iban de un lado a otro nadando con elegancia.

En medio del salón estaba sentado un hombre. Estaba completamente solo. Tenía el cabello canoso, una barba espesa y llevaba puestas unas gafas oscuras. Su apariencia era el de un harapiento vagabundo. Teresita se percató que junto al hombre había un bastón de ciego. La curiosidad le invadió. ¿Qué hace un ciego en el acuario? Así que se acercó para jugarle una broma.

Se sentó junto del hombre y lo saludo cordialmente. “Hola”, respondió el hombre. Seguidamente le preguntó a la niña por qué no estaba junto a los demás compañeros viendo el parque. Teresita no contestó la interrogante y en cambio le cambió de tema astutamente:

– ¿Usted es ciego?

-Sí.

-¿Qué hace acá si no puede ver nada?

El hombre sonrió y le dijo que había un tiburón blanco nadando sobre su cabeza, que tenía unos afiliados dientes que podrían abrir de tajo el caparazón de una tortuga, como esa baula que iba apareciendo desde un extremo.

-Por cierto, a nuestra espalda viene un grupo de peces cola amarilla -dijo el hombre.

Teresita comprobó cada uno de los detalles y se sorprendió de los aciertos. Pensó que a lo mejor el hombre era un impostor. Le arrebató los lentes oscuros y descubrió que los ojos del hombre estaban cubiertos por una nube de leche. Sorprendida, Teresita se interesó por la magia y el conocimiento del hombre.

Al otro extremo del parque, las maestras se percataron de la ausencia de Teresita. Pronto se activó la alarma de búsqueda. Para fortuna de todos, hasta el guía abandonó su aburrida charla para buscar a la niña. ¡Teresita!, por aquí, ¡Teresita!, por allá.

-Me parece que te buscan -le dijo el hombre ciego a Teresita.

-Pero no me iré hasta que me diga su nombre.

El hombre se inclinó al oído de Teresita y le dijo como se llamaba. En ese instante la maestra llegó, le reprochó su falta de disciplina y le sacudió las orejas.

– ¿Qué hacías tú sola en la banca, niña traviesa?

-No estoy sola maestra -expresó con firmeza-. Estoy con el señor Poseidón, es ciego pero sabe todo los secretos del mar.

-Estoy con Poseidón ¡Niña loca! ?dijo burlonamente la maestra y se la llevó a empujones.

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