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Conciencia política y conciencia electoral: ¿son lo mismo? (4)

René Martínez Pineda
Director Escuela de Ciencias Sociales, UES

Hablando de conciencia política y conciencia electoral en la juventud como hechos sociológicos diferentes, por su naturaleza cognitiva, nos topamos con el ancestral y baladí debate cultural de la democracia entre lo representativo y lo participativo como acceso a lo público. Deslindando los hechos, la conciencia política, como premisa de la conciencia de clase, implica el conjunto de discursos y actividades dirigidas a intervenir o actuar en la esfera pública con los intereses de clase como referente; mientras que la conciencia electoral es una acción puntual movida, ante la ausencia de la variable “clase social”, por aspectos subjetivos puros que no se van a repetir necesariamente. En ambos casos, lo empírico tiene que ver con la participación o comportamiento del votante. En ese sentido, el comportamiento electoral se comprende a través de la participación, doctrinaria o instintiva, lo cual depende de si estamos frente a una acción reflejo (no más allá de lo meramente institucionalista y ritual) o frente a una acción deliberada con conocimiento de causa.

La sociología política marxista, yendo más allá de la matemática de la democracia formal, aborda el problema teórico de la participación ciudadana en las coyunturas electorales, o en los largos meses de crisis sociopolítica, construyendo de forma conjunta tres espacios comprensivos: lo electoral, lo político y lo circunstancial (la singularidad sociológica). Los tres espacios son posibles solo son posibles cuando los liderazgos (individuales o colectivos; históricos o nacientes; para el cambio o para el continuismo) tienen una influencia notoria que se traduce en movilización orgánica, en votos de apoyo o en abstención como protesta.

Desde esa lógica, la participación electoral -como espacio construido cual símbolo de la democracia y sus élites- es promovida como el patrón vital y único (en un país que tiene como historia nacional su historia política) para la gobernabilidad, una gobernabilidad que no le interesa a la juventud. En apariencia, el ciudadano expresa su voluntad soberana en las urnas, y se desatiende de todo en el instante exacto en que deposita la papeleta, pues su compromiso no va más allá de ese rito. Formalmente, cada voto le da legalidad y legitimidad al régimen (no importa el nivel de abstencionismo registrado, pues originariamente las elecciones están diseñadas para que la gente no participe en ellas, sobre todo en el área rural), una legitimidad solo mediática o discursiva. La matemática electoral –y sus sonrientes gráficos- dice que una participación masiva (igual o mayor al 60%) es sinónimo de un alto interés ciudadano por los asuntos públicos (el contento de los jóvenes, la ilusión de los adultos, la apatía de los que viven en la miseria). Pero, la sociología política reconoce que el abstencionismo no es, rigurosamente, un sinónimo de la falta de interés en la política institucional e incluso puede significar todo lo contrario (descontento en los jóvenes; desilusión en los adultos). Y es que el no votar, el comerse la papeleta frente a todos o anularla en secreto, puede ser un acto de interés tremendamente político y rebelde que denuncie, pronuncie o anuncie la desconfianza que tiene el electorado –sobre todo el joven- en los partidos políticos y en sus rancias élites permanentemente acusadas de actos de corrupción y amaños. A estas alturas hay que aclarar que, desde la perspectiva sociológica, la desilusión y el descontento no son lo mismo ni son sentidos por el mismo grupo electoral. Los jóvenes pueden estar descontentos porque no se sienten identificados o comprendidos por las instancias políticas, pero solo los adultos pueden estar desilusionados porque no se logra concretar, en el caso de los de izquierda, el proyecto de nación denominado “utopía social”. Descontento o desilusión son variables electorales que, para la sociología política, llevan directo a la leve paradoja de la agonía social en tanto cultura política.

En tal sentido, no son los ciudadanos –y mucho menos la juventud- los culpables exclusivos o reales de la exigua participación electoral y de la escasa formación política, por el aislado hecho de no acudir a las urnas (cajas de Pandora de la política institucional), sino que los partidos políticos que, deliberadamente o no, no trabajan por construir la conciencia social y no agilizan y hacen amistosos los procesos comunicativos con la ciudadanía de tal forma que se comprenda (en sus causas y efectos) la intencionalidad de clase de las políticas públicas y, al no hacerlo, se rompen las expectativas colectivas. Ciertamente, ese rompimiento no es fortuito ni es una negligencia, pues se propicia deliberadamente en función de fortalecer la cultura política de súbdito manteniendo evidentes, permanentes y crecientes abismos entre electores y elegidos para que, como ganancia, sea difícil interpelar a los segundos que viven en su versión tercermundista del Olimpo; y, además, se rompe el vínculo práctico y democrático entre el Estado (bajo la forma de gobierno) y las instituciones.

Lo anterior significa que, en un sentido sociológico-político, el alza o la baja de la participación electoral (tanto de jóvenes como de adultos, por distintas causas que solo en determinadas circunstancias son comunes, como por ejemplo cuando surge un liderazgo que fascina e ilusiona a todos por igual como acto de protesta o denuncia) no responde linealmente a la falta de interés ciudadano o al interés en su máxima expresión, ya que eso sería una simpleza tanto teórica como política que deja de lado las variables socioculturales.

Las preguntas que debemos hacernos desde la sociología política marxista y desde los partidos políticos son: ¿por qué motivo no participan más la ciudadanía y la juventud en particular? ¿Qué tipo de liderazgo y de discurso se necesita para que haya identificación total entre electores y elegidos y no se genere desilusión ni descontento? ¿Quiénes son los responsables de que en lugar de conciencias se busquen votos de forma mecánica y patética? ¿Qué se debe hacer para que exista cierta estabilidad participativa, sobre todo en la juventud? ¿Qué significa en términos políticos que la población se vaya hacia la izquierda o hacia la derecha en los procesos electorales? ¿Qué significa, como imaginario colectivo, que el electorado “crea” que se está colocando en el centro del espectro político en los procesos electorales? Para responderlas de forma rigurosa, deben instalar una mesa de negociación teórico-política las Ciencias Sociales y los partidos políticos que buscan elecciones para el cambio.

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