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¿CÓMO SE PUEDE GOBERNAR UN PAÍS DONDE  EXISTEN MÁS DE 246 VARIEDADES DE QUESOS?

 

 

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA.

 

 

 

Por Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

 

Las muchedumbres tienen muchas cabezas

pero ningún cerebro.

Gregorio Marañón.

 

 

¿Cómo se puede gobernar un país en donde existen más de 246 variedades de quesos? Así se lamentaba entre irónica y preocupadamente el general Charles De Gaulle, sintetizando en dicha frase las divisiones internas de la IV República en Francia.  Quería decir el gran estadista francés que una nación que pueda tener tantas opiniones como variedades de quesos es ingobernable. Pareciera tener razón: Durante los doce años de existencia de esa cuarta República hubo veinte presidentes de gobierno. Efectivamente, ¿cómo se puede gobernar un país en donde existen más de 246 variedades de quesos? Cuestión casi imposible, podría afirmarse.

 

Nosotros, en nuestro país, ¿cuántas variedades de quesos tenemos? En una comunidad en la que cada quien quiere ser él mismo y todos quieren ser uno, será difícil gobernar, pues la diversidad de opiniones es efectivamente benéfica para la reflexión y el buen convivio, pero ya su exceso puede caer en el desorden y hasta en la anarquía. Debemos reconocer que la opinión única siempre tiene detractores, pero también los tiene la heterogeneidad. Es cierto que la mitad más uno es siempre más que el resto, lo cual es axiomático; pero también cualquier hombre más honrado que todos sus vecinos podría constituir mayoría, lo cual ya no lo es tanto puesto que no es contrastable, aunque podría llegar a serlo. Esta condición de ser determinante tiene su pro y su contra, sobre todo estando en un entorno en el cual si no se está de un lado se está necesariamente en el otro. Es posible que el pulgarcito de América no llegue a la variedad de quesos con que cuentan los franceses, e incluso los españoles y los italianos; pero no creamos que no participamos en la contienda: Los duros-blanditos, los de capitas, los morolique, el requesón, y ya los definitivamente duros, unos con y sin chile, otros con y sin albahaca, e incluso con y sin loroco, andan por allí a la expectativa, pues, contrario a lo que decía el gran francés, nosotros vamos más con don Winston Churchill, ese oscuro personaje, para quien, y aunque su pueblo no era tan adicto al lácteo manjar y sí a sus fish and chips, “un país que produce casi 360 tipos de queso, no puede morir”.

 

¿A qué viene todo esto? Bueno, si consideramos una opinión particular como siendo el queso del que hablaba el gran general francés, aquí en nuestro país será imposible gobernar porque tendremos, no 246 quesos sino muchos más. Si contabilizamos los programas de opinión en la televisión, los artículos y editoriales en los periódicos, las opiniones y la apertura de los teléfonos al público en la radio, las expresiones y decisiones que se escuchan y toman menudamente en algunos augustos recintos, y a eso agregamos el “tuit” como elemento de opinión y arma de lucha, ¡cuántos quesos tenemos en el país! Eso es para disfrutar, sobre todo por la gran variedad de situaciones que estos abordan con una propiedad y una frescura realmente inusitada; pero también, si ello nos lleva a relajarnos, podemos caer inconscientemente en un grave problema, más aún si cada queso busca convertirse en un maestro de la sospecha. Aquí hay quesos que quieren afirmar su primacía no sólo por la vía de la revolución del proletariado, de la impronta del inconsciente, o de la anulación del débil, como lo intentaron Marx, Freud y Nietzsche, sino incluso con la exclusión de Dios para buscar ellos elevarse al cielo como su sustituto.

 

Hay quesos incluso que tratan de hacer confusión, botando un árbol para hacer mucho ruido aun estando en una selva en la que no se escucha nada, como dice el proverbio, buscando que de esa confusión llegue la fortuna, “errante puta”, como clamaba el bufón del rey Lear.

 

Pongámonos serios: Este es un nuevo año. Los dos anteriores no fueron del todo buenos. Nos llegaron pandemias de todo tipo, producto de virus de todo tipo, biológicos, políticos, económicos, sociales, y hasta culturales, muchos de ellos resultado de nuestra propia irresponsabilidad ciudadana. Deberíamos hacer un esfuerzo y cambiar un poco en este año que llega, actuar para ver la vida de otra manera. No tratemos de descubrir la pólvora, que eso ya lo hicieron los chinos, ni tratemos de domesticar el maíz, que eso lo hicieron ya hace mucho también nuestros antepasados, ni menos inventar la escritura, que para eso escribió Cervantes el Quijote. Dejemos de pensar en las utopías de Moro, y en los príncipes de Maquiavelo, pues probablemente sea mejor tratar de entender a Ramón Llull en su Libro de las Maravillas, y particularmente en este, el Libro de las Bestias. No exageremos nuestro antropocentrismo. Recordemos a Eugenio Montale cuando afirmaba que “Hubo un tiempo en que el hombre fue creído la medida de todas las cosas; más tarde se siguió creyéndolo la medida de algo; hoy no se lo cree ya medida de nada”, y esto último es verdad.

 

El país no está en la condición de ser considerado una tierra de Jauja. Aquí no hay ríos de leche ni lagos de chocolate, y menos aún árboles de donde cuelgan jamones. Nuestra realidad es cruda, y bien conocida, la conocemos todos, aunque muy pocos parecieran estar conscientes de ello. De tal manera, los medios de comunicación deberían modificar su papel, hablar menos y actuar más, ser más juiciosos, investigar mejor sus afirmaciones, y, sobre todo, evitar su dispersión. La diversidad de opiniones es buena, y escucharlas y considerarlas es muy saludable; pero su exceso es perjudicial porque confunde, y oscurece, más que aclara, el panorama. A nada bueno lleva que nos digan hoy que el café es bueno para la salud si mañana nos dirán que no lo tomemos porque altera nuestro metabolismo. Nuestros medios tienen la esencial oportunidad, y a la vez responsabilidad, de orientarnos; ellos tienen la capacidad necesaria para ello. Lo único que esto requiere es racionalidad y buen criterio.

 

Yo pienso que no sería conveniente que vivamos en un lugar en donde sólo hay una variedad de queso. ¡Cuidado! ¡Eso es peligroso! Pero tampoco lo sería el que pudiéramos comer una variedad de quesos cada día del año, y todavía nos sobraran para el otro año, sobre todo si estos han sido elaborados por manos y mentes inexpertas y agresivas, ansiosas, precisas, como las hay muchas en algunos augustos recintos, como ya lo he dicho.

 

Cuidado, pues, con competir con el General De Gaulle o con don Winston Churchill, no sea que, admitiendo muy racionalmente que no podemos ganarles en cuanto a quesos y fish and chips, intentemos hacer algo similar con las pupusas, cosa que algunos ya están haciendo, pues yo recuerdo, de mis días lejanos en Guazapa, que la niña Nico las hacía sólo de chicharrón y de queso, y todas de maíz, pero ahora ya puede encontrarlas usted, tanto de maíz como de arroz y maicillo, y no sólo de aquellos sabores sino también de frijol, de queso, con loroco o sin loroco, de mora, de camarón, de ayote, de jalapeño, y hasta de  cuchampere.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

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