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Adolescencia entre bibliotecas

 

Marlon Chicas

El Tecleño Memorioso

Recordar es volver a vivir, experimentando de nuevo esos gratos momentos de nuestra lejana adolescencia, yendo de biblioteca en biblioteca, en búsqueda de múltiples respuestas de índole académico, lo que nos permitió descubrir un maravilloso mundo de conocimientos a nuestro alcance de los que hoy solo quedan bellas remembranzas.

El origen de estos recintos en nuestro país se remonta al 5 de julio de 1870, con la creación de la Biblioteca Nacional Salvadoreña, por decreto del Ministerio de Relaciones Exteriores e Instrucción Pública. Este recinto cultural se ubicó en la Ciudad Capital, siendo una de sus primeras colecciones la atribuida al Cardenal Lambruschini, secretario del Papa Gregorio XVI, la que poseía 6.000 volúmenes y valiosos ejemplares, el cual se remonta al siglo XVI y XVII. Al frente de esta institución destacó como primer director entre otras personalidades el escritor, educador e historiador salvadoreño Francisco Antonio Gavidia.

En cuanto al importante rol de estas entidades en Santa Tecla, como complemento de la enseñanza en escuelas e institutos públicos, puede mencionarse él envió de estudiantes a la labor de investigación de ciertos temas desarrollados en clases, así como el incidir en estos al hábito de la lectura y la exploración bibliográfica, en tal sentido destaca la labor realizada por la Biblioteca Municipal, que de acuerdo al amigo Orlando Moran Castillo, funcionó a finales de 1950 a 1960 en una pequeña habitación de la comuna, la cual fue trasladada años más tarde a la casa en la que los ilustres Juan J. Cañas y Juan Aberle, crearon el Himno Nacional, ubicada sobre la Avenida San Martín, en lo personal recuerdo las enormes libreras de bellos acabados y vidrios corredizos, en cuyo interior se resguardaban volúmenes de historia, geografía entre otras disciplinas de la ciencia.

Entre las bibliotecas privadas que también figuraron en esa época de adolescencia, se encuentra la perteneciente al Dr. Manuel Gallardo, quien recopiló en sus múltiples viajes por el mundo, una significativa cantidad de libros y enciclopedias, cómo olvidar aquella puerta de madera con su mitológico aldabón, siendo atendidos por una ama de llaves de blancos cabellos, escoltada por un gran danés, los bellos pasillos vigilados por grandes personajes de la historia, la impresionante estantería en la que era solicitado el libro requerido, sin antes escuchar las instrucciones de la bibliotecaria sobre el uso del mismo y las normas de comportamiento, lamentablemente el terremoto de 2001, provoco que mucho de este legado cayera en el olvido, pereciendo irremediablemente algunos de estos valiosos ejemplares que ahí se conservaban.

Otro oasis del saber que influyó en el espíritu investigativo de los jóvenes de ese tiempo fue la Casa de la Cultura, para tal efecto se tramitaba un carné, el que contenía la fotografía del usuario, por el cual se cancelaba veinticinco centavos de colon, dando el derecho al uso irrestricto de libros o poder llevarlos a casa, con el compromiso de regresarlo en buen estado, so pena de pagar el daño causado al mismo; sin embargo a la fecha, de aquellos anaqueles alimentados por infinidad de libros solo queda el recuerdo.

Una biblioteca en temas de salud poco conocida fue la que se ubicó en la Ex Asociación Demográfica Salvadoreña, costado sur del extinto beneficio Holanda, a la que acudían solo estudiantes de medicina.

Sin lugar a duda, todas estas fuentes del saber contribuyeron a la formación de los buenos profesionales de esa época, los cuales no tuvimos acceso a la comodidad del internet y su infaltable compañero San Google. ¿Usted qué opina?

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.