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XII Mi secreto entre las ramas El hombre contra el ángel en la mujer según Claudia Lars

Rafael Lara-Martínez 

New Mexico Tech, seek  

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Desde Comala siempre…

 

Resumen/Abstract

0.  Preludio

I.  De la meta-poesía

II.  Del cuerpo como morada

II.  I.  El hombre contra el ángel

II.  II.  La casa de los mortales

III.  Coda

III.  I.  El ángel y la mujer

III.  II.  Los mandatos de la Luna

Bibliografía

Mi cuerpo —esta envoltura

de la humana criatura.

Claudia Lars (I.III.)

 

El cuerpo es el envoltorio del alma.  La ropa es el envoltorio del cuerpo.  A diario se me niega mudar el traje del alma.  Por tal razón, cambio de traje para renovar el envoltorio del cuerpo.  La moda es la ilusión de muda constante del envoltorio del cuerpo.  El que envuelve el alma durante su breve transcurso por el mundo.  Apócrifo

Resumen: “Mi secreto entre las ramas.  El hombre contra el ángel en la mujer” estudia la obra cumbre de Claudia Lars: Sobre el ángel y el hombre (1962).  El breve ensayo analiza una escritura auto-referencial que observa su propio quehacer por las metáforas clásicas de la flor, el canto, la forma y la blancura de la página.  Al centro de ese recuadro aparece la poeta, inspirada por su propio goce íntimo que denomina “ángel”.  Al proseguir el llamado secreto de ese principio interno de orden masculino —un animus junguiano— Lars adopta una vocación artística que la obliga a inquirir su ser-solitaria-en-el-mundo.  De aceptar una relación de pareja, truncaría la dádiva poética.  La escritora enfrenta el dilema de “dividirme” durante “mi humilde día de servicio”.  Le sirve a un hombre —entregándole su recinto interior— o bien prosigue sola el dictado de su ángel por escribir poesía.  Al resolver la disyuntiva, en una opción de soledad —introspectiva y creadora— el largo poema sugiere borrar el hombre del título, para instalar a la mujer en su labor poética.  El presente ensayo revierte el tachón convencional de lo femenino al glosar el título Sobre el ángel y el hombre como Sobre el ángel y la mujer.  Por la inmortalidad del alma, la vocación poética larsiana desciende “del olvido” celeste, se arraiga en “el ardiente mensaje” de la “lengua”, hasta refugiar la poesía en “la quietud” recordatoria “del limo”.

Abstract: “My Secret among the Branches.  Man against the Angel in Woman” studies the key work by Claudia Lars: On the Angel and Man (1962).  The brief essay analyses a self-referential writing, which observes its own cause by the most classical metaphors of flower, song, form, and whiteness.  At the middle of that framework, the female poet appears; inspired by her own bliss that she calls an “angel”: a Jungian animus.  Following the secret demand of that inner principle —male in gender— Lars adopts an artistic vocation, which enforces her to inquire her being-alone-in-the-world.  If she accepts a male couple, she would disfigure her poetic gift.  The female writer confronts the dilemma of “dividing myself” during “my humble day of service”.  She could serve a man —delivering her inner ground to him— or rather she would obey the angel’s request to write poetry.  Solving the alternative —by an option of introspective and creative solitude— the long poem suggests erasing man from the title to portray woman in her poetic endeavor.  The essay reverts the convential erasure of female by rewriting the title On Angel and Man as On Angel and Woman.  Thanks to an inmortal soul, Lars’ poetic vocation descends from celestial “oblivion”, takes refuge in “burning messages” of her “tongue/language”, to shelter poetry in “memorial stillness” of “slime”.

0.  Preludio

Según las dos antólogas de Claudia Lars (1899-1974) —Matilde Elena López (1973) y Carmen González Huguet (1999)—Sobre el ángel y el hombre (1962) representa la cima de la lírica de la autora.  En sus versos se despliegan “perfectas liras” que reiteran la poesía española del siglo de oro, ante todo la de “San Juan de la Cruz” (López, 26).  Este enclave del pasado en el presente lo comprueban los tres epígrafes de personalidades que expresan “la transición desde el medioevo hacia la modernidad” (González Huguet, 201).  Sucedería que esa evolución (est)ética aún no ocurre en El Salvador de mediados del siglo XX.  En su defecto, le concierne al despegue de los años sesenta rendir cuentas de ese rito de paso rezagado hacia una actualidad tardía y ajena.

Si la mejor poeta moderna de El Salvador repite la métrica antigua del siglo XVI, esta clonación declara que la verdadera re-volución artística no expresa el cambio.  Por lo contrario, en el sentido original de la doble palabra, la re-volución implica un giro hacia el eterno retorno de lo mismo.  El debate medieval entre la bondad del espíritu y la maldad del cuerpo se halla a la orden del día, al menos en la poesía larsiana temprana: ante “su celeste llama/y se humilla la carne pecadora”; sólo “lo divino […] vuelve el lodo humano cristalino” (“Sonetos del arcángel”, Sonetos).

Como lo anota Luis Gallegos Valdés (233), “el ángel asiste al hombre en sus desvelos y tribulaciones” mundanas.  Sólo en el momento en que “abre su casa —su cuerpo—“, la vida terrena se vuelve “eficaz”.  Por ello, la temática central del poemario indagaría la presencia activa de ese principio anímico supremo en toda materia corporal, humana animal e inorgánica, ante todo en la propia poeta: “hallamos lo divino del cuerpo” (“De la calle y el pan” I., Donde llegan los pasos).  “Hasta el cardo rastrero/tiene un ángel” (I.IV.  Las citas enlistan la división del poema, en vez de las páginas.  Para los otros poemas se anota el título, al igual que el libro original que los incluye).

En Lars, la dicotomía tradicional la resuelve una completa espiritualización de la materia.  Al hospedar un “ángel” en su seno, todo organismo participaría del ente divino, por una correspondencia panteísta entre lo Eterno celestial y lo perecedero terrestre: “lo eterno en terrenales nombres” (I.II.).  Empero, la consciencia de esta coincidentia oppositorum (N.  Cusa (1401-1464))—de las nupcias del Cielo y la Tierra en un sentido blakeano (1793)— sólo la realiza la palabra poética.  La poesía, la autora la sacraliza como labor suprema de lo humano: “quiero para nombrarte [= (arc)ángel”] conciencia de la rosa” (“Sonetos del arcángel”, Sonetos).  Por tal razón, al tópico panteísta esencial se añade el de una meta-poética o poesía auto-reflexiva cuyo único objetivo consiste en invocar la lengua y propiciar su advenimiento.  Sin esa función auto-referencial del idioma —poesía que habla de la poesía; poesía que performa hechos (Roque Dalton)— toda búsqueda de un asunto extra-literario quedaría truncado.

Se indaga esa doble temática que de la palabra pura —sin compromiso mundano ni referencial— conduce al encuentro de lo espiritual en la materia.  Al interrogar el sentido más que su forma en verso, no se estudian las tres secciones del poema en su disparidad métrica significante, otro análisis auto-referencial, a saber:  I: I-V (“lira”); II.:  I-VI (”endecasílabos y heptasílabos ritmados”) y III.: I-V; Envío (“libre”) (González Huguet, 202).  En cambio, se examina el significado al cual remiten esos sonidos en su ritmo: de la poesía en su forma por el llamado angelical (I.), a la tentación de la poeta por el hombre y el amor sensual (II.), hasta desistir y suscribir su soledad angelical (III.).  Los epígrafes a cada sección verifican ese triángulo temático al declarar la “muchedumbre de espíritus” que acecha a la poeta (I.), la “malandanza sostenida por amor” (II.) y “la iluminación del espíritu” por el don de “los sentidos” y “la razón” (III.).  En esa cima lírica, el ángel no brota del hombre.  En cambio, surge en el alma femenina que rescata su arquitectura interna, luego de “instala[r] el amor en ese olvido” (III.V.).

I.  De la meta-poesía

Desde la primera estrofa, la poeta cuestiona la facultad humana del lenguaje y su potestad de narradora como sujeto que asume la responsabilidad del habla.  Por una escisión borgeana constitutiva —“Borges y yo”— Lars distingue la “mí misma”, oculta en el silencio cavernoso interno, del sujeto parlante que emerge en la palabra.  El inicio del poema convoca la lengua en sí, cuyo don dispensa la cultura humana.  “Me salva de mí misma”, “la palabra que abisma” (I.I.).  A doble vía, el abismo del habla la remite a los recovecos subjetivos en un letargo acallado, al igual que al entorno social del cual obtiene el idioma.

De esa invocación ritual derivan las estrofas siguientes que calificarían como poesía pura, ya que sólo hablan de la poesía.  Esta actividad aparece bajo el símbolo “de flor” —anthos/xochitl.  Desde su primer poemario —Estrellas en el pozo (1934)— se reconoce la identidad floral del poema: “la flor de mi verso” (“Canción del recuerdo”).  Su “fina y leve arquitectura” evoca la de una ciudad inmaculada, “reino de blancura”, tal cual le corresponde a la página en blanco que acoge la letra en su mancha.  Esa triple metáfora inicial —flor; arquitectura y forma; blancura— inscribe la poesía de Lars en su función auto-referencial cuya temática es ella misma.  Antes que de ella misma, la poeta, se trata de la poesía misma hablando de sí en espejeo por la “cita enjazminada” de un querube: “el ángel de las flores” (“Dibujo de la fuga” I, Donde llegan).  En alegoría reticente, la poesía brota cual “pulsación de selva” tropical de follaje tupido que trepa al interior y circula por las venas.  “En el profundo nido de los bejucos más salvajes”, “busco en la sangre mía/vegetales palabras” (Del fino amanecer, IX).

El cuadro se completa al congregar la figura de la poeta.  Su imagen aparece desde la “edad de tierna boca adolescente/cuando el gorrión ponía/aleteo en mi frente” (I.I.).  Junto a la flora merodea la fauna, ante todo las aves productoras del canto, para insertar al centro del marco a la joven Carmen Brannon recibiendo la “llamada secreta” de la poesía.  “Llamar el valle pajarero”, “la conversación de grillos” (Del fino, II) y “la extendida música” de “palomas/como ángeles pequeños” (Del fino, III) inducen siempre el ritmo poético larsiano.

En la sección I.I., la flor y el canto forman el diseño del arte que estampa su mancha en la página en blanco —“proclamo tu blancura” (I.II.); “regocijo de blancura” (II.III).  Así la joven poeta colma su vocación de escritora adulta.  El cuadro siguiente recapitula la argumentación.

FlorCantoPoetaFormaPágina blanca

– espiritualidad de la materia/cuerpo propio comomorada = llamada secreta del ángel

+ tentación de habitar otras moradas = amor truncado- ángel que habita en la casa de la mujer

La temática formalista la generaliza

todo el poemario como lo demuestran las estrofas inaugurales de las secciones II y III.  Si la segunda declara “se abre la suelta flor” (II.I.), el anthos, la tercera enfrenta la dificultad de escribir al confesar que la invade “el silencio vigilante/…en su noche/poblada de semillas inmortales/y pájaros dormidos” (III.I.).  Por la metáfora más rancia de la poesía, mientras el florecer impulsa el verso —“maduro está el rosal” (II.I), de la flora interior— la semilla y el ave en el sueño expresan su latencia aún no manifiesta.  “Semillas de pequeños poemas” (Del fino, VII).

Rastrear la aparición reiterada de esos elementos de una poesía pura —sin un mundo externo que la contamine— sería el cometido de un amplio ensayo crítico de ese “ángel” que habita al interior de Lars en “mi ciudad profunda” (III.I.).  De traicionar esa presencia interior —al dejarse seducir por “un cantor” que deponga ”su voz en mi regazo”— en la vocación poética “equivoqué el encuentro” (III.I.).  El encuentro con un hombre —amigo, amante o esposo— extraviaría la experiencia interior de un “ángel”, en un varón de cuerpo vivo que la sujete a un designio extraño.  ”Celebrarte —cuerpo mío—“implica “te rechazo,/pero te vivo siempre” (III.I.).  El dilema de la poeta no podría ser más lacerante, ya que impugna todo recinto ajeno que se le aproxime, a fin de indagar el suyo propio.  Desde su primer poemario, la totalidad —divina y mundana— se halla al interior de la poeta misma: “buscando en mí misma lo eterno y verdadero” (“Nuevo día se inicia”); “alma en lo profundo vibrando entero todo el corazón del mundo” (“Esencia”), (Estrellas en el pozo).  La poesía “a buscar me obliga/agrestes soledades” (Del fino, IX).

II.  Del cuerpo como morada

El más amante de mí sabe tan poco … que pierde su cítara.  Claudia Lars

II.  I.  El hombre contra el ángel  

En efecto, el florecer de la poesía en la sección II refleja el auge del “amor”.  Las “rosas y el “rosal” se reiteran en cuatro ocasiones, al inicio (II.I. y II.II.), de igual manera que la palabra “casa”, nueve veces en II.V.  El auge floral se acompaña de “el revivir de sus abejas de oro” (II.I.) que lo acechan.  Ese prosperar deriva de un optimismo inmenso por “este amor tan vivo” que colma la “alegría desatada” de la poeta (II.II.).  La consonancia de los amantes abona “la tierra de tu pecho y de mi frente/es doble semillero florecido“ (II.II.).  El encuentro amoroso alcanza el éxtasis sensual en los “trémulos parajes:/mi cuerpo… mi camino… la osadía/de entrar en el temblor de tus ramajes” (II.II.).  El enlace pasional prosigue el quehacer agrícola y jardinero del hecho poético solitario.

Sin embargo, la entrega al “fuego dulce” (II.III.) del amante no produce los frutos anhelados.  Frustrada, la poeta reconoce “el día deshecho entre mis brazos;/recojo la ceniza”, ya que debe “desgarrar mis manos solas/y hasta mi frente” (II.III.).  El amor culmina ”como muerte olvidada” (II.III.).  “La casa de arrimos y antojos” (II.IV.) se descalabra hasta obligar a la poeta “volver” a su “posada” original, a su soledad que la incita a la introspección.  De ese “olvido” necesario brotan las secciones conclusivas de la sección II.  La verdadera “casa” es la “de mi sueño”, “adentro” de sí, ya que ”en mundos de otras casas vivo a solas”, siempre “en llanto poderoso” (II.IV.).  En ese instante, ya sólo queda “borrar los secretos de tu fuego” (II.IV.).  Los deseos sensuales de la amante desfallecen.  Desde temprana edad se augura que “el amado le fue traidor” (“Romance”, Estrellas en el pozo), así como un destino de “novia triste de cursis poetas” (“Canción de una noche de enero”, ídem.)

Es imposible servirles a dos señores a la vez.  Lars debe elegir entre volverse ama de casa —mujer adulta, según al norma social de la época— o asumir su vocación pueril de poeta —figura de “tierna boca adolescente” (I.I.).  La consulta frecuente  alterna entre “olvida todo lo que fue su infancia” o “sentir un mundo alucinante y nuevo” (Del fino, III.).  La estrofa siguiente se transcribe íntegramente, ya que confiesa el dilema femenino crucial.  Lars se aboca al servicio doméstico del hombre, o se dedica de profesional autónoma, en el ramo de la poesía, al forjar una cultura nacional.

“No pude estar con él y con el otro,

No pude dividirme.

Y el hombre del camino fácilmente

penetró en el sagrado territorio,

que siempre fue del ángel” (III.II.).

En refutación del título, la presencia del hombre contradice la del ángel, en una disyuntiva existencial: ¿el hombre o el ángel?  El ángel contra el hombre.  La escritora debe elegir entre ser esposa/amante/amiga de un hombre vivo, o ser poeta en amistad huraña con su hombre interior llamado Ángel.  De doblegarse ante un varón, Lars no proseguiría su vocación poética y, por tanto, “los últimos quince años.  Su etapa más productiva” se intitularía “el sueño todavía encarcelado (I.IV.)” (González Huguet, Tomo I: 55).

Como lo sugiere Del fino amanecer (1966), si “mi padre, fuerte y persuasivo” habla, “tan silenciosa” resulta “la presencia/servicial de mi madre” (Del fino, II.).  Aunque la lengua sea materna — “aprendía a encontrar en los sonidos/la maternal palabra” (Del fino, I.)—su ejercicio la vuelve patriarcal.  Tales son los “recodos sólo míos” (Del fino, I.)—lengua materna; ejecución paterna— que Lars debe resguardar para la dicción poética.  Ese legado familiar Lars lo recibe de “aquella patria feliz”, de “lo incorpóreo”, antes de “encadenarme a una máscara humana”  (“Los dos reinos” II, Donde llegan).

II.  II.  La casa de los mortales

En la sección II.V. de Sobre el ángel y el hombre, ese “sagrado territorio” íntimo se llama “casa”, en una poesía repetitiva que lo multiplica en novenario.  Se trata de un verdadero réquiem que nueve veces reitera la presencia del pasado en el presente.  “El ayer de otra vida me acompaña” (I.V.), como si la niña Carmen Brannon viviese en el hogar de Claudia Lars.  Jamás “la frágil llamada del presente” —el deseo corporal por un hombre— borraría “el soplo de aquel día ausente” (I.V.).  La poeta adulta se niega a aceptar la sumisión que le impondría la relación erótica con un varón.  En su interior solitario —habitado por el ángel— Lars no admitiría “un compañero, un amoroso” que descubra “mis escondidas grutas de verdades” (III.I).  La sensualidad carnal —“las sábanas recogen/el goce balbuciente” (III.)— no resulta suficiente para que el hombre entienda “la rosa y su destino” (IV.) femenino (“Sobre rosas y hombres”, Donde llegan).  En “secreto” (ídem, III.), la vocación poética distancia la escritora de su consorte masculino, quien “no la mira” (ídem, IV.).  No observa a la mujer en su labor de profesional de poeta.

Existiría una pugna existencial mortífera entre admitir en su cuerpo le presencia de un hombre o, por lo contrario, cultivar la soledad lírica.  Si “el ángel vive” (III.I.) y sueña en el interior físico de la escritora, es porque el “amor en la terrestre/palpitación humana” (III.II) —el deseo sensual en la relación de pareja— no podría convertirse en “creador de aquel dominio” poético que vive en la intimidad de sí (III.II.).  No obstante, “aprendo por trayectos corporales” (III.II.), acaso por el encuentro sensual con ese hombre cuya “región de dulces pliegues” motiva la relación amorosa truncada (“Sobre rosas y hombres” III., Donde llegan).

Ante el fracaso sensual, “la batalla de mi cuerpo” —la erotomaquia griega— se revierte en “conciencia de los ángeles” (III. II.).  No se recobra la vocación de una poesía pura sin esas travesías mundanas que obligan a una re-volución, es decir, a redimir la intimidad perdida de la infancia y, se anotará, la de una vida anterior.  Sin ese doble movimiento opuesto de “te celebro” y “te rechazo”, no se recobrarían “los cielos/que llevas escondidos en la interna/mansión” (III.III.).  Lars celebra “el huésped” espiritual —“exiliad[o]” en “mi sangre” (“Los dos reinos” I., Donde llegan)— a la vez que rehúsa “tu arrojo” viril en “mi cuerpo dulce (“Sobre rosas y hombres” I., Donde llegan).  Los recuerdos de la inocencia y de la juventud se recaudan —hasta volcarlos en escritura— luego del descalabro amoroso.  Acaso, sino cronológica —al menos lógicamente— escrito “entre 1955 y 1961” según González Huguet (201), el poemario Sobre el ángel y el hombre precedería Tierra de infancia (1959), al anticipar la temática de rescatar un “cuerpo mío” en su vivencia temprana y “celebrarte” (III.III.).

Más que externo a la “casa”, “mi verso” es una parte del cuerpo como “mi frente”, “mi mano”, “mis ojos”, “mi pecho” (III.V.).  Brota de “adentro, El Bienvenido”, “con el ángel/cuando en silencio habla” (III.V.).  En un juego de oposiciones en giro, el mundo y el cuerpo se corresponden, en el fluctuar de una poesía de “la piel del mundo” hacia el “mundo de mi cuerpo” (“Dibujo de la fuga” III, Donde llegan).  Sin ese “cuerpo que de materia está hecho”, si no “vivo mi cuerpo” y lo nutro de “los cadáveres” que “desciende[n] del paladar a las tinieblas”, la poesía jamás reflejaría los “altos arquetipos” espirituales” (“De la calle y del pan” IV, Donde llegan).

Por “mi cuerpo” — revestido “después de cada muerte” (“De la calle y del pan” IV, Donde llegan)— la poesía íntima resucita en el momento del fracaso con el hombre.  De inmediato, la mujer se vuelca hacia el rescate de su interioridad, la cual escucha como si fuese el llamado vocacional de un ángel.  Reiterando, en el momento en que la poeta le “abre su casa —su cuerpo—“ al ángel, en rechazo del hombre, la vida terrena se vuelve “eficaz”.   Tan eficaz que “el amor” del varón vive en ese olvido” (III.V.), mientras Lars redescubre “este secreto de florales bosques” (“Dibujo de la fuga”, Donde llegan, III).  Esos boscajes viven en el cuerpo —envoltura necesaria del alma y de lo Eterno.  Desde su primer poemario, se engendra una dinámica según la cual quien Crea emerge de lo creado, viceversa: “Dios […] salió de mi cuerpo, de mi alma salió” (“Madre”, Estrellas en el pozo);  “cuerpo que Dios me dio” (“Cuerpo”); “el cuerpo mío” (“Vida, yo te bendigo”); “mi cuerpo y mi alma” (“Mi canto”).

III.  Coda

…Sobre la tierra en soledad sagrada…

el fervor de los ángeles huye a inviolables soledades.   Claudia Lars

…Le decimos amor/mas si admite su nombre verdadero/se llama soledad.  Rosario Castellanos

III.  I.  El ángel y la mujer

Resultaría difícil calificar a Lars de feminista —pre-feminista se adecuaría con mayor rigor a su legado.  Empero, al descartar al hombre —su compañero posible— de la experiencia angélica personal, la escritora proclama una censura explícita a la relación adversa de pareja y a la convivencia con un varón.  Acaso, “sólo en soledad, solitaria y sola”, la mujer cumpliría su vocación de artista cuya llamada precede la adolescencia temprana, al emanar de vivencias prenatales que permanecen vivas (véase: Del fino amanecer, a comentar en seguida).

Lars “habla” de una memoria que se inaugura “antes del antes” (Del fino, IX).  En verdad, el “Envío” de Sobre el ángel y el hombre final asienta que “en mis ojos la tierra iluminada” germina el “Ángel”.  “Jamás” en esa “casa” habitaría “un compañero, un amoroso” (III.I.).  El hombre en carne y hueso se distingue de quien “de un trasmundo escondido/llega…/en cuerpo de hombre escondido” (I.IV.).  Paradójicamente, en esta última cita, el “hombre” no es un hombre, sino una metáfora de género para el “ángel” que íntimamente embarga e inspira a la mujer.  El “ángel labrador” cultiva “niños y pájaros” en su seno de la escritora (“La cantora y su pueblo”, Fábula de una verdad).

En un sentido psicoanalítico tradicional —junguiano conservador— “el hombre” que reside oculto al interior femenino se llamaría “animus” o principio masculino activo: “cada sexo lleva dentro de sí en cierta medida al otro sexo, pues biológicamente sólo la mayor cantidad de genes masculinos decida la masculinidad” (Jung, 33), viceversa.  Se trata de un “hombre” en quien revive una androginia psíquica de la mujer.  Queda en suspenso la interpretación pos-lacaniana radical de tal bisexualidad anhelada: “hombre y mujer no son más que significantes” (Lacan), cuyo núcleo de identidad es simbólico (Green).  Sería necesario distinguirlos “al menos en tres dimensiones” y sus vías liminales: “actividad y pasividad”, “sentido biológico” y “sentido sociológico” (Freud, 1905: 200-201).

De llamarle al animus “memoria” personal —prosiguiendo términos en boga— se disimularía el sesgo complementario de género que caracteriza la plenitud poética de Lars.  Por una dualidad psíquica tan constitutiva como la borgeana —“mí misma” acallada y yo hablante— el ángel habita en la hembra.  Y al pervivir, causa que “el ayer de otra vida” —la “tierra de infancia”— me acompaña” siempre (I.V.).  Ahí, en esa “casa” —cuerpo y hogar—no sólo subsiste la “hermanita gemela” en “el espejo” (Del fino, II).  Ahí mismo la escritora recobra las “manos de muertos” (Del fino, IV.) que le tatúan la historia en el pergamino de la piel.  “Llevo largas edades en la frente” (Del fino, III.).  La poesía transcribe  “una luz lejana”, un legado histórico que se lo dicta “el mar de mis muertos” (“Dibujo de la fuga”, Donde llegan, IV).  Acaso también “los duelos de la sangre” y “su alegría de cadáveres” prescriben el canto de la historia larsiana (“La cantora y su pueblo” y “La cantora y su sangre”, respectivamente, Fábula de una verdad).

El ángel conduce “los pasos” para que lleguen las presencias (Donde llegan) al “planeta olvidado” que “abre la noche rosas en su orilla” (I.V.).  Por ese “cuerpo de hombre [= ángel/animus] hundido”, en el sótano del recuerdo femenino, el pasado se vuelve presente.

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