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Trescientos sesenta y cinco

Harry Castel 

Escritora y dramaturga

303.  Descuido

Había perdido el tiempo, sickness lo sabía, look lo supo desde esa mañana en que la alarma no sonó y al levantarse casi a media mañana se dio cuenta que su reloj no tenía horas… ¿dónde lo habría dejado? Por más que se exprimía el cerebro, stuff no podía recordarlo, definitivamente, había perdido el tiempo y no se le ocurría dónde encontrarlo.

304. Caminar

Sus pies estaban limpios y lustrosos, tanto como las piedras del río donde había estado remojándolos, los sacó antes que se arrugaran más de la cuenta y los vio, la sangre había desaparecido completamente y diez uñas rosas se encajaban perfectamente en los tersos dedos morenos, siempre le habían gustado sus pies, solía verlos y dejar que algo así como una podal coquetería le invadiera, así que ahora le daba pena ver las cortaduras y rasguños que subían como enredaderas hasta las rodillas, pero no había nada qué hacer, la única salida había sido meterse en el breñal y allí había perdido las yinas celestes, con una flor celeste de plástico  en el centro del empeine, que le había comprado su papa para su cumpleaños número quince. Pensó en su papá, en su mamá, en sus cuatro hermanas. Suspiró. No tenía caso pensar en cosas que no tenían remedio, eso lo decía a cada rato su mamá. El lejano sonido de la metralla la sacó de sus divagaciones. “Andan buscando a los que se corrieron”, pensó y el miedo le agarró la boca del estómago como una tenaza caliente.  Se vio los pies una vez más y sintió que las lágrimas le subían a los ojos, se los restregó con la punta de los dedos, apretándoselos, para impedir que las lágrimas salieran y casi agachada caminó río arriba, pegada a los muros, para huir de los soldados que peinaban la zona después de la matanza.

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