Página de inicio » Suplemento Tres Mil | 3000 » “Sueños raros”. Por Gabriel Quintanilla

“Sueños raros”. Por Gabriel Quintanilla

Gabriel Quintanilla

Mi amigo y yo caminamos en altas horas de la noche, era un callejón oscuro, pero ello impidió que bajáramos por aquel lugar siniestro, habían puertas de madera antigua, color café, y no abrimos ninguna, sino que bajamos observando el mar, que estaba a nuestra derecha, era un mar lejano, con la arena a nuestros pies y piedras que sobresalían por encima de aquella oscuridad tenue, todo estaba en silencio, hasta que alguien gritó y nos echamos a correr buscando la salida, regresando por donde habíamos llegado pero aquel lugar lúgubre de puertas antiguas, se volvió un callejón retorcido que ya no tenía salida.

Aquella noche llegamos para pagar la deuda, todo el personal de la empresa ya se había marchado, aun así, decidimos bajar las gradas, era una noche liviana, de silencio aterrador, las gradas estaban sucias, y quebradizas, con escombros a su alrededor, era como si un terremoto hubiese pasado por ahí, entramos a unas puertas de vidrios y no había nadie, por lo que decidimos regresar justo por donde habíamos llegado pero la salida había desaparecido.

De pronto estaba en aquella sala de audiencias, era una fiscal de estatura mediana, muy sonriente y amable, ¿ya habló con su cliente? -me preguntó – si va aceptar un abreviado, ya hice cuentas y serian ciento veintisiete años los que le tocarían de pena, pero haciendo algo se pudiera llegar a noventa y siete años porque son varios delitos, – me dijo – con una sonrisa un poco nerviosa, _hablaré con él alcancé a decir_ por lo que fui en busca de mi cliente, era un pasillo largo, al final del mismo había una banca, y un señor sentado, dice la fiscal que hay que pensar en un procedimiento abreviado, -le dije-y el señor sonrió y me aclaró que él también era fiscal que no era el imputado, no pude evitar una sonrisa de pena y me aclaró _su cliente está en la sala de abajo_ habían unas gradas y justo al final estaba la sala, lo acompaño – me dijo – y los dos entramos, mi cliente estaba ahí, parado con ese aire de soledad infinita, hay que pensar en una salida, como un abreviado, alcancé a decir, porque serían más de cien años en caso de una condena, el cliente no se inmutó y me mostró un periódico viejo y alcanzó a señalar una nota donde decía que él era un bailarín de danza, y que eso era prueba para demostrar su inocencia, en mis adentros sabía que eso no era prueba de nada y me alejé de aquel lugar.

De pronto estaba en aquella casa, era desconocida para mi, era de noche como siempre pero ello no impidió que quisiera tomar un baño por lo que entré en un cuarto, estaba todo desordenado, había ropa en todas partes y justo en el momento que me disponía a cerrar la puerta llegó aquella mujer, era morena, de estatura promedio, vestía una falda corta color negro, cierra rápido que nos van a ver -me dijo- yo cerré de inmediato, ella se me acercó de manera sensual y se dio la vuelta con la falda subida hasta la cintura, no hace falta decir que aquello me excito demasiado y procedí a consumar el acto, ambos estábamos al límite de nuestros deseos pero no podíamos hacer ruido alguno porque en el cuarto contiguo había gente, por lo que terminamos nuestro encuentro y ella salió como si nada, yo estaba exhausto y me quedé en aquel cuarto, divagando en lo ocurrido por lo que sin darme cuenta llegó alguien pero ello no me inmutó en lo más mínimo y procedí a bañarme, no sin antes decirle al desconocido que me alcanzara un huacal para echarme agua.

Ahí estábamos todos, dispuestos a darle cristiana sepultura, que si ahora me lo preguntan no tenía ni la más mínima idea de quien se trataba pero que aun así se me encomendó la tarea de escribir en su lápida la fecha de nacimiento y en la que falleció y para ser sincero tampoco sabía ninguna de las dos, sólo sé que estaba en aquel cementerio y que era una noche fría sin conocer a nadie. Continuamos con el ritual de enterrar al fallecido, alguien encomendó al trabajador del cementerio que hiciera la mezcla para colocar el cemento para cellar aquel ataúd por lo que aquel hombre obedeció la orden y yo la mía que era colocar aquel cemento de manera que pudiera dar por cerrada aquella tumba, pero la mezcla que se hizo no alcanzó a cubrirla y se los manifesté de inmediato a lo que alguien me respondió que él iría después a colocarle el faltante pero que no era su responsabilidad si el alma del fallecido estaba fuera del ataúd en el momento que el la cerrara porque entonces se iba a quedar deambulando en este mundo por toda la eternidad a lo que solo logré encoger los hombros en señal que aquello no importaba y procedí a alejarme de aquel lugar no sin antes volver la vista hacia el ataúd hecho de un material blanco y alcancé a ver que era un ataúd del tamaño de una caja de cerrillos.

Cuando regresamos a la casa ya era de noche, entramos sin ser vistos, llegamos por aquel camino de tierra, abrimos la puerta, era una puerta de lámina, lo hicimos con el mayor silencio posible, aguantando la respiración y ese miedo de no ser detectados por aquellos hombres que en realidad no sé quiénes eran ni que querían pero estaban ahí, armados y esperando a que llegáramos, mi madre entró primero y luego entre yo, una vez adentro vimos por un agujero que se acercaban, nos habían visto, tuve el impulso de abrir la puerta de golpe y lanzarles algo pero no tenía nada, así que optamos por salir por una ventana trasera sin tener idea hacia dónde, simplemente era un instinto de sobrevivencia.

Aquella era una noche rara, quizá más oscura de lo normal, pero ello no impedía ver el cielo lleno de nubes negras, casi a punto de llover, yo estaba sentado en el patio de aquella casa, haciendo planes con un desconocido para ir a la mañana siguiente al cerro y conocer más de aquel lugar, y de pronto estábamos en aquel río con aguas negras, pero eso no quitó que alguien se lanzara a nadar, para salir después con un cangrejo en la mano, yo no pude evitar el impulso de meter mis manos al agua, muy a pesar que no se veía nada más que aquella agua negra, e igual saqué un cangrejo un poco más pequeño que el que sacó aquel desconocido, para sopa dije- pero será después, dijo alguien, porque la lluvia ya viene.

Aquella noche comenzó normal, era una noche tranquila, sin mayores sobresaltos, hasta que de pronto se estremeció la tierra con aquel terremoto, yo estaba en mi habitación, en un edificio, me acerqué a la ventana y dirigí la mirada hacia abajo y pude ver que todo estaba inundado, el agua casi llegaba a la mitad de aquel edificio, sin saber que hacer, recordé que no había visto a mi gata con sus crías ni a la tortuga, de inmediato emprendí su búsqueda la cual fue en vano y ante la prisa de buscar un lugar para ponerme a salvo, logré salir de aquel edificio y al llegar afuera todo seguía inundado y vi una tortuga nadando pensé que era la que yo buscaba pero no, no la reconocí y una señora salió y la tomó, dejándome claro que era de ella, de pronto paso una gata blanca a toda prisa, pensé que era la que yo buscaba pero no lo era, luego llamó mi atención unos pollos con sus alas en la parte de arriba del cuerpo y una pata para delante y otra para atrás, y mejor decidí a alejarme de aquel lugar siniestro.

.

.

[email protected]

Ver también

«Esperanza». Fotografía: Rob Escobar. Portada Suplemento TresMil