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Pirámide sin excavar en el sitio arqueológico Tacuscalco, rodeada de cultivos, en el municipio de Nahuilingo, Sonsonate. Foto Diario Co Latino.

Reciclar el racismo en su tabú de fantasía

 

 

Rafael Lara-Martínez

Professor Emeritus, New Mexico Tech

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Desde Comala siempre…

 

Abstract: the fear to name racial disparity reject any analysis of phantasy, since violence, sexuality and discrimination express a taboo to be excluded from critical thinking, according to Salvadoran cultural studies.  Censorship still hides the debate on these crucial topics of national politics.

 

Resumen: el temor a nombrar la diferencia racial rechaza todo análisis de la fantasía, ya que la violencia, la sexualidad y la discriminación expresan un tabú a excluir del pensamiento crítico, según los estudios culturales salvadoreños.  La censura oculta aún el debate de esos temas cruciales de la política nacional.

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El principal problema de evaluar una obra consagrada consiste en repetir lo trillado sin un debate serio que incluya la diferencia.  Tal cual sucede con Salarrué, siempre se reitera la separación tradicional tajante entre la fantasía y el realismo.  Casi nadie analiza la esfera de acción de los personajes.  El estudio convencional se enfoca en establecer fronteras por el ropaje y la apariencia de los personajes quienes, inmóviles, jamás actúan.  El parecer opaca el ser; la apariencia determina la esencia.

 

No extraña que para la misma temática racial —por ideal mestizo— persista el silencio o la alabanza de la fantasía, junto a la denuncia que la crítica exige en el realismo.  Para el tema de la negritud o afro-descendencia —términos recientes desconocidos por Salarrué, quien habla de «negro/a»— son ilustrativas las obras «O-Yarkandal» (1927), «Remotando el Uluán» (1932) y «La sed de Sling Bader» (1971).  Revestida de orientalismo, la primera obra describe un imperio tan «fantástico» que los amos son blancos y los esclavos son negros.  Como si esta jerarquía no existiera en la realidad social, la fantasía la arropa para expresar un tabú cultural que recicla el siglo XXI.  «Marcaba a sus esclavos (negros) con hierros candentes» (Krosiska, «blanca»).  Igualmente, la mujer aparece como «la mercancía más apetecida» («La tristeza de Ulusu-Nasar»).  Sin embargo, al esquivar la esfera de acción, no resulta paradójico observar cómo exposiciones que denuncian los prejuicios raciales en el realismo, celebran la majestad aria de la realeza en la fantasía, esto es, elogian la expresión disfrazada de los tabúes raciales en pleno siglo XXI (véase la ilustración sobre «Los mundos de Salarrué»).  El neo-marxismo añora restaurar la monarquía blanca como antesala de su utopía política porvenir

 

 

Lo mismo sucede con la segunda obra —la única novela que publica Salarrué en el año clave de 1932.  Se juzga el viaje astral del hombre letrado blanco, sin considerar que la única mujer que aparece en la obra es «perfectamente negra y perfectamente bella…desnuda como toda mujer».  «Gnarda llegó a mi camarote y tras algunas caricias y mimos irresistibles me obligó a darle un fumbultaje musical…se unieron nuestros labios y nos besamos «.  De nuevo, el tabú exige acallar la presencia de esa amante «negra», sin cuyo cuerpo sexuado, el narrador blanco no alcanzaría la cima espiritual de su travesía.  Fuera de todo placer, el materialismo aún imagina que el espíritu astral del hombre blanco existe sin el cuerpo sexuado de la mujer negra que lo remite al empíreo de su vivencia.  Ese mismo año, la denuncia de un conflicto étnico enmascara el amorío interracial como contrapunto intelectual a la política.  Igualmente, se niega transcribir los textos náhuat cuya mito-poética guía los movimientos sociales indígenas.  Por paradoja descolonizadora, las lenguas subalternas resultan innecesarias al hablar de su propia experiencia de opresión, así como «la mujer negra» debe enmudecer al consagrar al hombre blanco.  Junto a la lengua náhuat y lenca, la ilusión crítica anhela eliminar la etnia, la raza y la sexualidad de la esfera política.

 

Para terminar, hacia la conquista de una isla, la tercera novela asienta que «la tripulación» contaba con «elementos heterogéneos, entre amarillos, cobrizos, negros», «exceptuando a Sling Bader, el piloto, quien era francamente blanco y francamente independiente».  De nuevo, se establece la equivalencia entre la jerarquía social el carácter y lo racial.  Quien dirige la nave se distingue de los demás subalternos.  Por la frontera estricta entre la fantasía y lo popular, la convención analítica repite los clásicos refranes «el hábito hace al monje» y «si la mona se viste de seda ya no es mona».  El asesino de traje elegante queda exento de todo delito, del cual sólo se inculpa a una persona desarrapada y pobre.  Debido a esta falta de diálogo entre el racismo realista y la fantasía —esclavitud y realeza aria; misceginación (escritor blanco-«mujer negra»), sexualidad y conquista— la crítica convencional parecería recaer en narrar de nuevo «cuentos de cipotes» y «de barro», sin completar el objetivo explícito de denunciar el racismo ancestral y en boga.

 

Por esta razón, me pregunto por qué los estudios culturales salvadoreños temen comentar con amplitud la presencia subalterna de lo afro-descendiente en la presunta fantasía que hasta la segunda mitad del siglo XX se legitima en su magnitud mística: «la realeza (blanca) representa la jerarquía máxima y…el símbolo humano…de las jerarquías espirituales» (H. Lindo, 1969 e ilustración anterior de una exposición del siglo XXI).  De ofrecer una ruptura analítica con el pasado, la esfera de acción de los personajes resultaría de mayor valor que la apariencia de su vestido.  De lo contrario, insisto, se denuncia el racismo en la literatura realista del autor, para silenciar e incluso glorificar esa misma expresión denigrante en la fantasía.  Hasta el 2021, toda posibilidad de debate académico, la proscribe la misma rutina que denuncia en el poder político estatal.  Aún no se considera que la Verdad no la acapara el monopolio del más sabio y del más poderoso sino —durante una interminable discusión llamada identidad nacional— cada aproximación ofrece un enfoque parcial de las múltiples aristas de su poliedro.

 

 

Según la utopía vigente, sólo un monarca blanco puede conducir a la liberación social y espiritual del siglo XXI.  Sus esclavos carecen de representación política.

 

 

 

 

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