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“Quiero que mi voz sea la voz de las grandes mayorías de mi propio país”, Rutilio Grande

German Rosa, s.j.

Con las palabras de este título inicia Rutilio Grande su testamento y testimonio evangélico en un manuscrito que refleja su modo de vivir, pensar y actuar (Cfr. Cardenal, R. 2015. Rutilio Grande. Mártir de la Evangelización Rural en El Salvador. San Salvador, El Salvador: UCA Editores, p. 121). Nos evocan las palabras que cita el documento final de la III Conferencia del Episcopado Latinoamericano en Puebla (nº 24) dos años después de su martirio: “Pero en los múltiples encuentros pastorales con nuestro pueblo, percibimos también, como lo hizo S.S. Juan Pablo II en su acercamiento a campesinos, obreros y estudiantes, el profundo clamor lleno de angustias, esperanzas y aspiraciones, del que nos queremos hacer voz: la voz de quien no puede hablar o de quien es silenciado (Juan Pablo II, Alocución Oaxaca 5: AAS 71 p. 208)”.

Estas mayorías son los empobrecidos, los excluidos, los insignificantes y los vulnerables con quienes vivió y caminó Rutilio hasta su martirio (Ver https://www.diariocolatino.com/rutilio-grande-un-volcan-en-plena-erupcion-de-iniciativas-apostolicas-creativas/).

La formación permanente y la opción por cultivar el liderazgo colectivo en la parroquia de Aguilares marcaron la diferencia con respecto a otras experiencias pastorales. La síntesis de fe y vida, de la palabra y los acontecimientos de la vida cotidiana impulsó una experiencia cristiana comprometida. Se aprendió a leer la Sagrada Escritura desde la propia experiencia histórica personal y comunitaria. La Sagrada Escritura fue como poner la levadura en la masa y las comunidades prepararon el pan para vivir lo que Rutilio predicaba, la mesa compartida, en donde todos tienen un puesto y una misión.

Rutilio siempre tuvo claro que su misión era evangelizar, pero también comprendió que la concientización en un contexto de injusticia y opresión necesariamente llevaría a la organización política. Por esta razón él vivió, desde 1973 hasta su muerte, un desgarramiento interno profundo, provocado por el conflicto entre la pureza de sus ideales y el contraste de la dura realidad que sufrían sus parroquianos campesinos, quienes sintieron que era insoslayable su compromiso cristiano de hacer posible históricamente el Reino de Dios y su participación política. Rutilio algunas veces tuvo diferencias dolorosas con los miembros de las comunidades cristianas de la parroquia que también eran miembros de las organizaciones sociales y políticas. Incluso, a finales de 1976, estas crisis llevaron a Rutilio a ofrecer su renuncia a la parroquia, la cual no le fue aceptada; entonces él pidió una evaluación a fondo de la experiencia. Mientras tanto, crecía la organización popular a nivel nacional e incluso en Aguilares. La Federación Cristiana de Campesinos Salvadores (FECCAS) fundó en ese contexto grupos en Aguilares, siendo totalmente autónomos del dinamismo y de la estructura parroquial.

No obstante, las acusaciones en contra de Rutilio y su equipo no se hicieron esperar. Por eso él visitó al comandante local que difundía falsa información sobre el trabajo parroquial para aclarar la situación. Incluso, Rutilio escribió un discurso aclarando la falsedad de las acusaciones y responsabilizó al mismo comandante de estar haciendo política partidista en vez de limpiar la ciudad de borrachos y maleantes, y también de desarmar a “tanto matón que andaba por ahí”. Igualmente escribió al presidente para informarle del caso. La Casa Presidencial contestó simple y llanamente que se daba por enterada. Otro recurso de defensa que empleó Rutilio fue visitar al presidente de la República, el coronel Arturo A. Molina, para defender el trabajo pastoral del equipo y evitar la posible represión contra la parroquia y el pueblo de Aguilares y El Paisnal (Cfr. Cardenal, 2015, pp. 88-92).

No obstante, las acusaciones continuaron en contra del trabajo pastoral de Rutilio, de su equipo y de la parroquia. Sin embargo, Rutilio siempre denunció los intereses ocultos de quienes lo acusaban injustamente y desenmascaró la idolatría al dios dinero de las personas acusadoras. Él hablaba con claridad al pueblo, también de manera enérgica, valiente, con el espíritu del Evangelio y con amor a quienes lo acusaban. Estas son las palabra de Rutilio a estas personas que lo difamaban: “Les amo tanto y les perdono sus ofensas gratuitas e infundadas, que estoy dispuesto a perder mi vida para que ustedes se conviertan y salven, reconociendo sus injusticias para bien de este país” (Cardenal, 2015, p. 92).

La tensión y la crisis política iban aumentando a nivel nacional y se fortalecía el movimiento popular con las alianzas de las organizaciones políticas de los campesinos. En todo ese proceso Rutilio y el equipo pastoral no estaban implicados.

Aunque Rutilio y su equipo apostólico siempre mantuvieron la autonomía de la parroquia de Aguilares con respecto al movimiento y las organizaciones populares, las acusaciones en contra de ellos se hicieron sentir de parte de Casa Presidencial ante el Arzobispado.

La respuesta de Rutilio fue clara y sin ambigüedades: “El 7 de enero de 1976, Rutilio dijo al arzobispo que FECCAS, por tratarse de una organización gremial no partidista, entraba en el ámbito de las organizaciones intermedias, las cuales tenían un derecho humano innegable y estaban apoyadas por los documentos papales, por los de Medellín y por las cartas pastorales del mismo arzobispo” (Cardenal, 2015, p. 94). Rutilio defendió los derechos humanos de sus parroquianos y de los pobres, así mismo el derecho a la organización política y a la participación en las reivindicaciones de sus derechos laborales. De esta manera mostró ser la voz de quienes no tenían voz en ese contexto.

La tesis fundamental de Rutilio fue muy explícita: “la evangelización era algo más amplio que un determinado proyecto político. La misión parroquial no pretendía ninguna clase de poder, aunque en su acción pastoral incluyera a diversos grupos que legítimamente lo pretendían en plan de servicio y de búsqueda de los mejores proyectos históricos realizables. La fuerza mayor de la parroquia era el Evangelio y, al mismo tiempo, esa era su mayor debilidad” (Cardenal, 2015, p. 95). Realmente que en ese momento estaban viviendo una autentica crisis al modo de Jesús en Galilea, definiendo la verdadera identidad cristiana al servicio del proyecto del Reino de Dios en la historia desde la opción por los pobres en un contexto de crisis institucional nacional, del surgimiento y el fortalecimiento de los movimientos populares. Obviamente, la parroquia no estaba al margen de la crisis nacional.

El trabajo apostólico se profundizó. Rutilio les pidió a los responsables, coordinadores y organizadores de las celebraciones constancia y perseverancia. Les recomendó estudiar profundamente la Sagrada Escritura, respetar la diversidad de carismas de la comunidad, y evitar el caciquismo individual o grupal, así como también el fanatismo que podría llevar al sectarismo y al dogmatismo.

Rutilio Grande escuchó la voz de Dios y fue fiel a su llamado. De la misma manera que la escucharon Abraham, Moisés, Samuel, Elías, Isaías, Jeremías, Ana, María, Jesús de Nazaret y los apóstoles. Rutilio vivió como un hermano de los pobres, los humildes y sencillos. En su manuscrito, parafraseando a san Pablo (Hch 22), lo dice así: “Vuelvo a repetir ‘Civis Romanus sum’. Por raza, una mezcla de café con leche y a mucha honra. Todavía me siento desidentificado, hasta cierto punto de las grandes mayorías de nuestros países, aunque reconozco que un proceso de conversión comenzó en mi interior hace algún tiempo, y pido a Dios que ese proceso no pare, si es que de veras quiero ser fiel en mi medio a mi vocación de cristiano y religioso” (Cardenal, 2015, p. 122). Rutilio fue una voz profética de los sin voz. Anunció el Evangelio y denunció la idolatría al poder y la riqueza. Acompañó a su pueblo hasta que le llegó su hora del martirio junto a Manuel Solórzano y Nelson Rutilio Lemus.

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