Una reflexión sobre el poder, el miedo y el cinismo de un dictador que ya no se disfraza.
Por David Alfaro
05/06/2025
La captura de Ruth Eleonora López -jurista, defensora de derechos humanos, figura respetada y conocida internacionalmente- no es un simple error del régimen salvadoreño. Es una decisión política calculada. Y no es cualquier decisión: Nayib Bukele, con pleno conocimiento del enorme costo internacional que acarrea, ha optado por mantenerla detenida con acusaciones endebles, en estricta reserva, sin garantías procesales. ¿Por qué?
La respuesta no es simple, pero hay elementos que pueden ayudarnos a entender el fondo de este acto que raya en lo absurdo y lo brutal.
El precio del control absoluto
A estas alturas, Bukele ya no necesita convencer a nadie ni dentro ni fuera de las fronteras del país. Ha asumido su condición de dictador con cinismo abierto. Ya no le interesa ser visto como el “millenial cool” que una vez sedujo a medios y diplomáticos occidentales. Hoy gobierna como lo hacen los regímenes autoritarios clásicos: con miedo, represión, cárcel y muerte.
Pero, aún así, ¿vale la pena sostener una acusación débil contra una mujer como Ruth, sabiendo que el mundo observa? Para Bukele, la respuesta es sí. Porque en su lógica, retroceder ante una figura con prestigio internacional sería una señal de debilidad interna. Sería mostrar que la presión funciona. Sería permitir que se vea una fisura en su castillo de control. Y eso, en el lenguaje de los tiranos, es inaceptable.
Una prisión más simbólica que legal
Ruth López no está presa por delitos; está presa por lo que representa: investigación crítica, ética jurídica, valentía civil. Encarcelarla es una advertencia. Es el intento de quebrar un símbolo. Es decirle a toda persona pensante en El Salvador: “Si puedo con ella, puedo con cualquiera”. El encarcelamiento de Ruth no sólo busca acallarla. Busca efecto. Busca temor general. Busca silencio.
El cinismo como estrategia de poder
Bukele ha cruzado un umbral peligroso: el del cinismo absoluto. Ya no necesita ocultarse detrás de discursos democráticos. Ha dicho, con palabras propias, que no le molesta que le llamen dictador. Ya no disimula. Ya no finge.
Esta actitud cínica, tan típica de regímenes decadentes, lo vuelve más impredecible y más peligroso. Cuando un gobernante deja de temer al juicio internacional y a la indignación moral, empieza a jugar con otras reglas: las del poder desnudo, la del castigo sin consecuencias.
El miedo de perderlo todo
En el fondo, Bukele no es tan fuerte como parece. Está obsesionado con controlar, porque en lo profundo sabe que su proyecto es insostenible a largo plazo. Ya ha perdido buena parte del respaldo internacional. Medios, ONG, gobiernos e intelectuales que antes lo observaban con curiosidad y hasta admiración, ahora lo critican y condenan abiertamente.
Internamente, aunque su aparato propagandístico aún proyecta popularidad, el desgaste es real. Las denuncias por abusos, la decadencia moral de su gobierno, el hartazgo de los sectores críticos crecen. Lo que antes era entusiasmo hoy es resignación; lo que era fe ciega, hoy es silencio incómodo.
Cuando un líder empieza a sentir que el suelo tiembla bajo sus pies, no siempre reacciona con diálogo. A menudo lo hace con más represión.
Un régimen en su fase oscura
Bukele ya no gobierna para agradar. Gobierna para sostenerse en el poder. Ya no cuida las formas: las rompe, las aplasta, las ridiculiza. Y eso lo vuelve más temible, sí, pero también más predecible en su caída. Porque los regímenes que encarcelan a mujeres valientes, que hacen del derecho una burla y de la crítica un delito, suelen derrumbarse por el mismo lugar por donde comenzaron a tambalear: por la pérdida del respeto.
Hoy, mantener presa a Ruth López puede parecerle a Bukele una jugada de fuerza. Pero mañana será la prueba viva de que su régimen se sostuvo en el miedo, no en la razón.
Y los pueblos, tarde o temprano, despiertan de ese miedo.