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PODER, JERARQUÍA Y DEMOCRACIA

Miguel Ángel Dueñas Góchez

Desde tiempos de la Colonia el poder se establecía en los centros de cada pueblo, por ejemplo: el parque, el cuartel, la iglesia, la municipalidad y la escuela. Estas figuras demostraban una jerarquía, daban un mensaje al pueblo. Si en la escuela habían desórdenes, ahí estaba el Ejército; si una persona no se persignaba al pasar frente a la iglesia era blasfema; la municipalidad debía cobrar impuestos y para ello estaba apoyada por el Ejército, la iglesia y el Estado.

Los desfiles militares y las procesiones todavía son los actos públicos que mejor expresan esa imagen de orden jerárquico. La demarcación de género en el ejercicio de estos espacios de autoridad no puede ser más clara. En ciertos períodos, la autoridad política adoptó una doctrina religiosa como oficial y propia, valiéndose de ella como un medio más para favorecer su control social y justificar la obediencia a sus normas jurídicas. Todo ello sugiere un control coercitivo.

En cambio, el Estado laico tiene como principios: a) libertad de culto, al establecer que el Estado debe permitir la práctica de cualquier religión; b) igualitario, donde el Estado no debe preferir una religión sobre otra; y c) neutralidad, que promueve el pluralismo, donde el Estado no impulse la religión como tal, tampoco las prohíba.

Por lo tanto, se requiere de un marco de garantías institucionales que aseguren la legitimidad de las existencias individuales, que las opiniones, cuando son dichas en público, puedan ser escuchadas y respondidas en un clima de mutuo respeto, lo cual quiere decir que las afirmaciones que se presentan como inapelables, no tienen mayor razón de ser en un foro de debate democrático, y que las emociones más individualizadas, como aquellas vinculadas de manera explícita a la sexualidad, puedan ser objeto de una opinión elaborada.

Solo cuando nos comprometamos en torno a estas prácticas, podremos descubrir que la tolerancia es la virtud pública más importante que el perdón, y que la democracia no es una etiqueta que surgió de la guerra fría, sino un sentimiento de igualdad básica. Con un trasfondo anímico así, la imaginación y la energía para superar las dificultades sociales, serán tan fáciles de solventar que nos sorprenderemos seguramente al lograrlo.

Lic. en Relaciones Internacionales.

Movimiento por una Cultura Laica (MCL), correo: [email protected]

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