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Pasando ando patinando

César Ramírez Caralvá

Escritor y Fundador Suplemento Tres mil

Mis padres me regalaron en navidad unos patines metálicos.

Mis amigos también recibieron por coincidencia otros similares, de manera que la vida nos colocó sobre ruedas.

No es fácil aprender el arte de patinar, casi todo el día practicábamos sobre esos pequeños rodos, la vida en cualquier edad es incierta, las piernas no tienen memoria ni reflejos, no resisten la tensión inicial, las rodillas se doblan, caes y caes, es un rito voluntario, mientras levantarse es un homenaje al sueño del equilibrio. Aún recuerdo las caídas sobre mis rodillas, es un afilado ardor interno irradiado a las piernas, las caderas, el centro de tu rótula es un dolor paralizante, violento.

Caerse, levantarse, caerse, levantarse, una condición ineludible.

El tiempo no importa cuando uno tiene menos de doce años, el desafío es patinar, avanzar a gran velocidad, girar, manteniendo firmes los tobillos en la evolución circular, control de peso en las curvas, así adquieres un flexible sentido del equilibrio. Uno visualiza el futuro sobre ruedas, sueña dentro de una película, avanzas sobre el piso con las pequeñas alas de Mercurio el mensajero de los dioses.

A medida que la velocidad aumenta, tu cuerpo se flexiona hacia un lado u otro, en sentido contrario de la fuerza centrífuga que te hala hacia afuera, tu cuerpo se inclina hacia el opuesto, con la práctica las caídas disminuyen, entonces necesitas mejores pistas.

En las pistas especiales encuentras pisos excelentes, son diseñados para la velocidad, así tienes circuitos en el Campo de Marte, Los Planes de Renderos, Rolling o las carreteras en construcción. Existen sitios memoriales que no mueren con el tiempo, se preservan de la depredación urbana en la mente infanto-juvenil de los patinadores. El recurso de los patines no solo era un juego infantil, sino una medida de lo posible al enfrentarnos al peligro, así reproducíamos la naturaleza forjando el espíritu para los grandes eventos posteriores, muchos años después comprendimos el adagio: “el deporte no forja el carácter, lo pone de manifiesto” Heywood Hale Broun.

De manera que junto a muchos amigos y amigas nos reuníamos por la tarde, en el  parque cercano, para observar al sol moribundo de las tardes veraniegas.

En determinado momento apostamos sobre la velocidad en línea recta, luego en círculos o reculando a velocidad, además con saltos de obstáculos.

Los patines resistían el maltrato, pero en cierto momento sus rodos se comienzan a fragmentar, mi padre se encargó de repararlos con inyecciones de cobre y latón. Una tarde de diciembre hicimos apuestas, nos dejamos caer sobre pendientes sin ninguna miseria de temor, era una muestra de coraje, al inicio la velocidad es controlable, puesto que se puede maniobrar de un lado a otro, se controla doblando levemente los talones, lo importante es ganar el máximo de la velocidad.

Aquella pendiente era un reto, descender al ritmo de la gravedad es temerario, el viento azota tu rostro, mientras la estabilidad es mínima, entonces debes flexionar las piernas, de lo contrario no podrás maniobrar las vibraciones, uno debe poco a poco descender el cuerpo, casi acuclillarse cuando aumenta la velocidad.

Ese día después de las pruebas del descenso, mi turno era el tercero, la verdad mi deseo era demostrarle a Mary -mi novia imaginaria- que  podía hacerlo; me lancé con toda mi fuerza pronto alcancé el nivel del vértigo, mientras mi ego soportaba el temor al pavimento arrasado por mis patines; una docena de miradas se posaban en mí, sentía sus ojos mientras el atardecer naranja acompañaba la aventura, mi descenso fue exitoso, lleno de emoción sin temor, las piernas tiemblan y la garganta está seca, poco a poco tu espíritu se llena de éxito,  podía ver los colores desteñidos de los bluyines negros, blancos, rosados y chamarras azules al final de la pendiente.

Alguien en el extremo de la pista hacía señales que no entendía, alzaba los brazos y me miraba con preocupación, yo avanzaba en medio de la calle, de pronto otros se unían al movimiento de los brazos y señales, no tardé en comprender que pretendían detener mi avance… era demasiado tarde. La velocidad y el espacio aumentan con el tiempo, no se puede eliminar ni un segundo, entonces comprendes que la aceleración te puede matar. Un vehículo apareció en sentido contrario, era un volkswagen amarillo, el color no me decía nada, pero yo le vi rojo de peligro, ambos frente a frente. Los pilotos de avión afirman: ¡si ves los faros del Jet frente a frente, es imposible evitar la colisión! así vi mi futuro.

No podía detenerme lo único que podía hacer era desviar mi trayectoria. Lo hice pero la velocidad provocó que perdiera el control. De pronto estaba rodando con fuerza, mientras el volkswagen disminuía su velocidad y se detenía a mis pies.

El temor de la muerte se mide por la distancia entre los rodos con las llantas del auto… unos pocos centímetros.

Había pasado el examen, mis amigos tendrían tema de conversación y Mary confiaría en mi audacia al lanzarme al vacío. Pasó un tiempo, todo transcurría con normalidad con suma lentitud. Algunos de mis amigos, que por cierto debió ser el más estúpido se le ocurrió hacer un reto “de altura”. Todos aceptamos.

El desafío consistía en patinar en una plataforma de concreto (máxima elevación del edificio familiar) y girar en ese pequeño espacio, rotando hacia atrás. Patinar a 30 metros de altura, sin ninguna seguridad es un acto temerario, suicida e ingenuo… y lo aceptamos. Mis patines rozando el vacío, los rodos asomando el abismo, la mirada despavorida de los parroquianos al fondo, sus señales de advertencia indicando nuestras acrobacias, mientras vos con el corazón palpitando furioso sientes auras de calor-frio-angustia en una sola respiración, demuestras algo que llevas dentro, la fuerza de la identidad, desafiando la muerte, no tienes sentido del peligro en ese patinaje de altura. Es un juego de locos, avanzar sobre una plataforma de unos seis metros por cuatro, es un bobo sentido métrico.  Ahí estas girando con tus patines chapados de cobre y latón, girando en los extremos de la suerte, donde solo vos con tu conciencia sientes el imán de la altura, sientes la posesión del vacío. Es un encuentro aterrador. Así nos demostramos que podíamos. Aquello era una preparación para los siguientes desafíos, la constancia nos forjó la habilidad de los patines; mientras la altura nos enseñó la facilidad de morir ingenuamente por retos infantiles. Siempre creímos que los patines eran máquinas inofensivas de velocidad, saltos, giros,  pero no lo eran, son instrumentos poderosos que sirven para aumentar la imaginación.

En patines se hacen muchas cosas.

Los pequeños rodos se deslizan ante las pistas de la vida, así superamos el círculo del temor a nuestro límite, quizás bajo la auténtica imagen de vencer lo imposible. Sobre ruedas aceptamos la vida, ahora al enfrentar un problema “le ponemos ruedas y lo empujamos”. En ocasiones pienso que mi vida y mi suerte van sobre ruedas, entonces una sonrisa aparece al verme casi cantando: “pasando, ando patinando”

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.