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Palabras leídas en el Acto Solemne de la Jura de la Constitución de 1886

Por el Dr. JULIO ENRIQUE ÁVILA

Excelentísimos señores Presidentes de los Tres Poderes, Honorables miembros del Cuerpo Diplomático. Señores Diputados de la Asamblea Nacional, señores Secretarios y Subsecretarios de Estado, señores Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, Señoras, Señores:

Hay rosicleres en el cielo y en las almas. La brisa se torna sonrisa en la boca purpurina de las mujeres y luz en las miradas varoniles. Veinte mil corazones, trémulos de entusiasmo, se han fundido en uno solo corazón. Milagro de la libertad, que prendió en cada alma un nido y en cada conciencia un estandarte. Nuestra bandera azul y blanco es como un ala tendida sobre la ilusión de un pueblo!

Disculpadme la emoción, pero este radiante espectáculo de ver a un pueblo que tiene fe en su destino, me inunda de emocionante jubilo. No es conmovedor, acaso, ver, que así como esplende el arco-iris tras de la tempestad, este pueblo, heroico y sereno, eleva su canto de esperanza cuando aún están mojadas de púrpura las rosas del sacrificio?

Y esa maravilla de ver asidos de las manos, a hombres y mujeres, a niños y ancianos, a pudientes y menesterosos, no es promesa de una sabia armonía y una paz creadora?

Bendita armonía, armonía alegre y voluntaria, nutrida en la comprensión de los deberes y los derechos. La paz es la más elevada conquista del espíritu humano; pero a ella sólo se llega por los tormentosos caminos de la lucha. La paz no es el orden, ese orden implantado por una disciplina, que fuerte o patronal, cruel o bondadosa, es siempre la voluntad de un mandatario, que impone las acciones y dirige los pensamientos. No. Para que la paz sea verdadera y perdurable debe haber pureza en las almas: y las almas solo son puras cuando han aprendido, por el dolor, el goce de la responsabilidad, condición esencial del hombre libre. La paz es el respeto para todos y cada uno. Es un huerto en que deben florecer libremente los anhelos humildes junto a las ansias grandiosas, tal como brillan en noches de verano, el titilar de la luciérnaga junto al esplendor del astro.

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Soy enemigo de la violencia. La violencia se engendra a sí misma y hace sucumbir al espíritu vencido por la materia. Pero el ideal es la fuerza del espíritu y por él se vuelve todopoderoso. Así, es un día 14 de julio, una nación, cien veces gloriosa, derrumbó los muros de la tiranía y ofreció a los hombres de toda la tierra el ejemplo magnífico de un país que se libera. De ahí surgió el mensaje que había de transformar al mundo: Libertad-Igualdad-Fraternidad. Y sobre esas normas, prometedoras de una vida más justa y más noble, se alzó el concepto moderno de la Democracia.

Es pues, un símbolo feliz para el pueblo salvadoreño, que sea un 14 de Julio el día escogido para jurar nuevamente su constitución. La siempre reverenciada y perennemente viva, que nos otorgara aquellas conquistas inmarcesibles: La Constitución de 1886.

La Carta Magna de un país debe concretar los sueños y las necesidades de su pueblo, realizar la plenitud de su presente y prever el problema de su futuro. Debe ser como una Biblia que oriente y que conforte. De otro modo, mal podría ser forja de las conciencias y norma de la justicia. No basta la voluntad de un estadista o de un gobierno para hacer una constitución perdurable, ésta necesita echar raíces en los corazones, puesto que ha de nutrirse de su misma sangre.

Los hombres del 86 interpretaron aquellas urgencias materiales y aquellas ansias del espíritu y le dieron vida en leyes amplias y generosas; por eso es que nuestro pueblo se sintió seguro bajo su sombra, durante medio siglo. Sin embargo, la corriente de nuestra vida ya no se desliza, a estas horas, fácil y pastoral, como en aquella época. La lucha se ha hecho tenaz y sin piedad y ha llegado ese poder devorador que ha emponzoñado la tierra, la miseria. Nuestra nueva Carta Magna, deberá bajar a los abismos más profundos y tender la mano a los que se debaten en su oscuridad. Deberá cuidar de que todos los hijos tengan padre y de que todos los hombres y los niños de la pobreza tengan derecho a la luz y a la alegría. Terminará con ese trágico desfile de criaturas tiznadas de ojeras y de madres lánguidas por el desamparo. Y ampliará el nobilísimo concepto de la caridad cristiana con el precepto humano de la justicia social.

El pueblo tiene fe y con la fe se mueven montañas. Todos libres y unidos, bajo la protección de Dios, tal como reza nuestro escudo, veremos surgir el nuevo sol. Y el trabajo será grato y placentero; y la fraternidad no será sólo mandato divino sino gozo de los hombres; ya el odio y la zozobra no encontrarán corazones que morder; el espíritu, redimido, se alzará de sus cenizas, como el ave fénix; y entonces el amor, flor divina nacida en los campos de la justicia, dejará de ser un bello mito, y unirá a las almas en la grandiosa sinfonía de la paz

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Hay rosicleres en el cielo y en las almas. La brisa se torna sonrisa en la boca purpurina de las mujeres y luz en las miradas varoniles. Veinte mil corazones, trémulos de entusiasmo, se han fundido en uno solo corazón. Nuestra bandera azul y blanco es como un ala tendida sobre la ilusión de un pueblo!

He dicho.

 

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