Los dos Chapéu

Mauricio Vallejo Márquez

Escritor y coordinador suplemento Tres mil

Aún recuerdo cuando vi por primera vez el sombrero de mi bisabuelo, Manuel Pineda González, el papá de mi abuela Josefina Pineda de Márquez. Estaba sobre la mesa de noche de mis abuelos, elegante y pulcro. A la par estaba un sombrero café de alas anchas que mi papá Mauro (mi abuelo) usaba para cortar la grama. Aquel sombrero gris muy parecido al que uso con frecuencia, la única diferencia es que el mío es café. Seguro el destino con su ironía me llevo a usar uno igual cuando Wilfredo Arriola con generosidad me lo proporcionó .

Ese sombrero era una joya que me deslumbraba, no sé si se lo vi puesto. Mi papá Manuel murió cuando yo tenía dos años, así que podré haberlo visto, pero no lo recuerdo.

Aquel sombrero aparecía cada vez que mi abuela sacaba algo del armario. Lo dejaba sobre la cama, y era mi oportunidad de admirarlo. Lo lucía frente al espejo, pero siempre debía devolverlo. Me quedé con las ganas de usarlo en esos años que me llevaron a la adolescencia.

Los años fueron pasando y el chapéu de mi bisabuelo se escondió. Pregunté por él, pero como muchas cosas del pasado solo se desvanecieron. Así que dejé de preguntar por él. Dejé que la neblina cubriera aquella remembranza.

Hace menos de una década comencé a usar sombrero para menguar el sol en lugar de una gorra, lo cual no es muy normal en El Salvador, siendo una nación de tradición agrícola. Algunos ven con burla a los que los utilizamos. Camino mucho y me asoleo, por lo que me resulta necesario para evitar insolarme.

A veces, mientras camino me pregunto cómo se habría visto mi papá Manuel por estas calles de San Salvador, la gente se le queda viendo a uno como si fuera un bicho raro. Claro que de vez en cuando me encuentro más personas con sombrero, boina o gorras. Uno es Efraín Dalton, más de un viernes lo he visto con su sombrero naranja en la intersección de la Avenida Bernal y Calle A San Antonio Abad.

Cuando visito un banco, los vigilantes de la entrada me soliciten que me quite el sombrero, me dicen que es una regla de seguridad. ¿Será que los delincuentes usan sombrero? Así que debo llevarlo en la mano y devolverlo a su puesto cuando salgo. Claro que no siempre voy de sombrero, no lo uso si no hay necesidad. Así que raramente verán fotos mías con sombrero.

Un domingo llegué a visitar a mi abuela. Al sentarme, ella me pidió que la esperara un momento. De pronto surge en el atrio con el sombrero gris de mi bisabuelo. Estaba teñido de polvo y doblado. Se notaba que el tiempo lo había golpeado un tanto, pero igual se veía elegante y místico, como ese sombrero que añoraba en mi niñez.

No sabía qué hacer. Lo sostuve con mis manos y comencé a revisarlo, a ver como había grabado su nombre, a sentir de nuevo el cuero teñido de gris ratón. Con mi puño procuré ayudarlo a recuperar su forma en la copa, lo fui moldeando. Le pasé un paño húmedo para darle el honor que merece. Pronto el chapéu se fue viendo como lo recordaba.

Mi abuela sonreía viendo aquel ritual, como si viera a su padre. Y yo sentía que volvía a conectarme con mi papá Manuel usando su esperado sombrero.

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