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Texto: Gloria Silvia Orellana
Fotos: Alfredo Carías
Karen Lisseth Leiva, de 13 años, nació en la caserío Itamaura, cantón Obraje Nuevo, San Pablo Tacachico, La Libertad, forma parte de la tercera generación de los refugiados de Mesa Grande, Honduras de la década de los años ochenta, quien confiesa “me llamó mucho la atención la iniciativa de la comunidad”, y obedeciendo a su madre llegó para que María Nieves Méndez y Pedro Juan Laínez le enseñen sobre este arte, que poco a poco, queda en el olvido para muchos jóvenes.
“Mi mamá me dijo que aprendiera a bordar y crochet, pero me gustó más tejer hamacas, siento que más entretenido, primero se mide el material en el palo del hilo, y crear la hamaca, esto debe quedar recto, los hilos algunos son más gruesos como el del manguillo, y más delgado el de la hamaca, los colores son escogidos por el maestro. Además, somos varios grupos y venimos a tejer y aprender juntos. Este proceso nos lleva un mes tejerla, porque todos trabajamos mientras aprendemos en la hamaca. Somos grupos de cuatro, cada día es un grupo diferente y es bonito”, comentó.
Esta actividad se enmarca en el proyecto “Ciudadanía Activa y Fortalecida para Cultura de Paz y Prevención de Violencia”, se aplica en los municipios de La Libertad y San Salvador, con la participación de doce comunidades, que promedian 300 personas.
Con una población aproximada del 37.4 % en la zona rural, el empleo, la educación y la salud, son aún desafíos para solventar por el Gobierno salvadoreño, que se eleva por el quiebre de la economía, en el marco de la Emergencia Nacional por la Pandemia de COVID-19, que pasó del 33.7 % al 51.4 %, según FUSADES, que llevaría a un retroceso de veinte años, y la pérdida de un estimado de 226,200 empleos, de los cuales el 71.4 % en el sector informal y 28.6 % del sector formal.
