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LO COTIDIANO DEL TRANSPORTE COLECTIVO

Juan José Rivas,

Psicólogo y escritor

En el diario transportarse de la población salvadoreña en los buses de “aire”, -que para los habitantes de oriente que los utilizan se sienten congelar- los de 20 ctvos. de dólor y el de las coaster de a cora; para, desplazarse a sus trabajos o viceversa a sus hogares; a la escuela, la universidad, hacer las compras, a pagar recibos vencidos. En fin, para diferentes actividades.

En las horas pico, que se les denomina trabazones que provocan esas eternas colas de vehículos: de pasajeros, de carga, taxis, el culebreado de las motos, etc. hace una pesadilla cotidiana. Bueno hasta puede echarse un sueñito, sentado o parado –de repente se oye un tronar o crujido que asusta; pero, se trata del tronar de los dedos, sobre todo de quienes se dirigen a sus trabajos, a una cita médica o de romance; por lo que, se siente ese olor a desesperación con la constante mirada del reloj. Se le reza a Santa Marcha, para pedirle que pasando por el centro histórico de la capital, ya no se den más trabazones. Y ahí, si nos gusta que el motorolo le meta la pata al acelerador – que en tiempo de microbuses era de darse cabezazo contra el techo; pero en las coaster y los buses nos hacen saltar vayamos sentados o parados. Más de alguna señora de las que van a trabajar a los mercados vocifera contra el motorista “nos vas a matar cerote cabrón”. Otros con alegría afligida, porque tal vez no marquen en rojo, en el trabajo.

Hablando de esta pasadota por San Sibar en otras arterias que son súper congestionadas por mencionar algunas: Avenida España, Cuscatlán, la 1° y 3° calle Oriente y Poniente, la octava y décima norte y sur, la 25 av. Norte, Bulevar el Ejercito la Juan Pablo Segundo y otras más. Aun en la periferia de la capital, cuando la población piquetea, es decir, obstruyen diferentes arterias, para protestar obviamente por diferentes injusticias, que solo así, a veces les resuelven algún problema, o al menos ser escuchados.

Continuando en los buses, cuando alguien – él o ella – se encuentran detrás del motorista, hace llamada de parada, y que a la ves lleva mochila cargada en sus hombros, empieza a buscar la salida sometiendo y golpeando con su mochila a los demás por todo el pasillo y se empeora más cuando tiene que pasar entre otras personas que también llevan mochilas a sus espaldas, se hace la de San Quintín, es decir nos estrujamos, aprisionamos, machucamos. Hay que hacer un fin de piruetas. Y más de un libidinoso que va excitado que al pasar por varios glúteos, solo ve más que más de algunas damas abren sus ojos más de lo debido cuando sienten el rozón; que, también más de un caballero lo percibe, solo que abre los ojos de incomodidad; al contrario, del mano caída que hace ojos saltones con mucha alegría.

Ante esta situación, es decir, de los pesos completos “gorditas y gorditos” dejan estrujados y planitos a las y los demás; a ello agreguemos a las y los vendedores que convierten en supermercado al bus “vaya dos coras de jocote, de jícamas, de güisquiles”, “a dólar la bolsa de tomate, de pipián”; “no me va querer”, les venden una libra de uvas, que a ojo de buen cubero son unas 8 o 10 onzas; “ aguacates a 5 o 6 por el dolor” y cuando llegan a casa, ya están pasados de maduro.

Se venden cinchos, punteras, llaveros, lámparas, estuches de bolígrafos, folletos para “curarse” o para enamorar. “Vaya la garrapiñada, conserva, pepa, maní”, etc. Y no pueden faltar los médicos, nutricionistas, químicos, etc. (haciendo cura en los buses) que le hacen creer a la gente, que con esos productos jamás va a seguir padeciendo de enfermedades; un dolarito me va pagar con ello usted se cura de lo que sea.

Otros ofrecen y venden la espiritualidad, el acercamiento de Dios, “sin el nada somos”, “y como él me tiene bien en todo sentido, me subo a los buses a predicar su palabra” – a veces esta brevedad es de al menos 20 minutos – y al final piden el diezmo – es decir- hay que pagarles por el mensaje.

Así también, se suben a pedir diversas poblaciones, con diversos motivos; uno de ellos dice: ¡los mareros me robaron mi ventecita!, – lleva cargando un niño de dos años – “yo les pido que me ayuden, necesito recoger 40 dólares para comprar mi ventecita, y así mantener a mi hijo”. Se le vuelve a ver con la misma historia de la “ventecita”, pero el niño le cuesta sostenerlo, porque ya, tiene 5 años.

Y cuantos y cuantas se suben a pedir, y a cuántos de ellos y ellas vemos que van al vendedor de drogas o a la cantina a comprar licor. Otros son los mareros y delincuentes que piden de 1 a 3 dólares, porque les han matado a un militante. Los ladrones comunes, esos desvalijan con todo.

Hay vendedores que parecen ser los más dotados, me refiero a los que ofrecen diferentes “medicamentos”. Señores y señoras, jóvenes permítanme su amable y finísima atención; vengo de parte de los laboratorios Suizos, sí, el que está en Suiza, lo que les traigo son genuinas y vitaminas y reconstituyentes, que van directo a los nervios, si, por dos razones, una para combatir el estrés, cuatro o cinco, no importa; estos medicamentos son muy poderosos porque también favorecen al cerebro, si, esa máquina pensante que todos tenemos y que pocos la aprovechamos; porque (con más énfasis) por falta de inteligencia y desconocer las propiedades de las vitaminas que van directamente a agilizar la inteligencia en el cerebro. Ya muchos universitarios lo saben; cuando no lo tomaban solo notas de 5.0 para abajo obtenían en los exámenes, cuando lo comienzan a ingerir, solo 10. 00 sacan. – y miren a varios ilusos con cara de estudiantes de la U de primer año sacándose los 5.00 dólares.-como diciendo, hoy si la voy a hacer.

Otros aspectos que se dan en el transporte colectivo son los gustos del motoristas – sea de bus o de coaster, si es evangélico obliga a los pasajeros a escuchar cánticos, alabanzas a otros pastores predicando desde la radio. Pero, si le gusta el deporte, sobre todo el futbol, hay que escuchar “obligados” a los comentaristas deportivos, es decir, oír discusiones estériles analizando el futbol europeo y otros como el nuestro; ¿de qué color era el calzoncillo del defensa central de tal equipo?, o si el portero se había bañado con ruda o no etc. Otro gusto es el de la música ya que si les gusta las rancheras nos obliga a escuchar esa música y como dicen en la radio “rancheras que dan cólera” y suceden con los motoristas mayores; ya que, los motoristas jóvenes obligan a escuchar reguetón u otro tipo de música moderna, perdón electrónica.

En ese sentido hay que reconocer a los payasos y payasas, al igual que los magos, que todos ellos sí que se las ingenian para entretenernos “miren que chucho, que le dan de comer y a mi ni un hueso me tiran”.

Al igual a los que se suben a deleitarnos con música de flauta con zampoña y otros instrumentos típicos de nuestra América con las canciones de El Condor o El Torito Pinto y otras, que con gusto le sacan a uno, una cora.

Como ven, no hay ningún pasajero, pasajera, que no se sienta estrujado, estrujada. Bueno tengo que bajarme, y como no baja nadie del sexo femenino; este cafre me obliga a tirarme porque no tiene intenciones de detenerse.

Aaaadiiioooos, haciendo malabares para no caerme y así no sacarle una carcajada a ese motorolo que me hecha el ojo por el espejo retrovisor.

Ver también

«Fiestas de mi pueblo». Fotografía de Rob Escobar. Portada Suplemento Cultural TresMil-27 Abril 2024.