Marlon Chicas,
narrador
Cuando se hace referencia a las chalupas, es inevitable pensar en pequeñas embarcaciones en el Lago de Xochimilco; ubicado al sur este de la Ciudad de México, ni por asomo el título hace referencia a esas barcazas bellamente adornadas; para el disfrute de turistas nacionales y extranjeros; tampoco hacemos alusión a los ricos antojitos del país azteca.
A lo que se refiere el tema, es al calzado utilizado, desde épocas antiguas y doradas, por el gremio de payasos; comúnmente llamados “zapatones”, por su larga estructura de cuero; lo que genera un fuerte golpe al contacto con el piso, siendo motivo de risa de chicos y grandes.
Las chalupas son de diversos estilos y llamativos colores, alargadas, de vestir, deportivas, con terminación bulbosa, llamadas Chimbombas; o en forma de pico, utilizadas por el tipo de payaso ´Cara Blanca´ o por los simpatiquísimos arlequines. No hay duda, las chalupas constituyen un recurso infaltable en el vestuario de todo auténtico payaso.
Las chalupas se convierten en el inseparable amigo, confidente y compañero de mil batallas, con el cual se recorren largas distancias; internándose en lugares inhóspitos; cárceles, hospitales, ancianatos, orfanatos, entre otros, llevando en cada paso la alegría de vivir, sabiendo que siempre nos espera un mañana mejor.
Con mis chalupas puestas, cuántas alegrías hemos llevado a niños con leucemia, cáncer, quemados, o abusados, internos en hospitales y guarderías, con la intención de hacerlos olvidar, por un rato, su sufrimiento presente; llevando amor, sana alegría y mensajes esperanzadores.
Con mis chalupas puestas hemos avanzado por valles inundados por torrenciales aguas; encontrándonos con tanta tristeza y dolor, sobre todo por parte de aquellos que tan poco tienen materialmente; los que en cada invierno a Dios se encomiendan, con la esperanza de un futuro mejor; el niño que cambió, lamentablemente, los juguetes, los lápices de color, por el surco y el machete con el que es enviado a laborar desde tempranísima edad.
¿Se acuerdan queridas chalupas, cuando llenos de entusiasmo, cruzamos la frontera, con la misión de encender la llama de la ilusión en el corazón de la chavalada, que presta aguardaba la llegada de la caravana de la risa: niños de Palacagüina, Matagalpa, Ciudad Sandino y León, de Guatemala y de nuestra amada Patria, El Salvador.
¡El día que yo muera, quiero morir con las chalupas puestas! , como testimonio vivo de muchas aventuras, en las que nos tocó, reír, llorar y hasta correr seguido de un furioso perro, que desesperado, buscaba hundir sus terribles colmillos, en las blandas posaderas de este cómico amigo de los niños.
¡Un tributo a las chalupas, que en el más oscuro rincón o ya abandonas entre basura, viven de viejas glorias, entre luces, aplausos y sonrisas, de un pasado cada vez más lejano!