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Las armas de la razón versus la razón de las armas

En El Salvador quienes tienen las armas, pretenden tener la razón

Por David Alfaro
07/11/2025

En El Salvador se ha consolidado un patrón peculiar: las armas parecen otorgar legitimidad y su poder eclipsa la voz de la razón. En este escenario, la defensa de la Constitución y el restablecimiento de la democracia se han convertido en una confrontación entre dos formas de entender la justicia: ¿son las armas un sustituto de la razón, o el último recurso cuando esta es silenciada?

Nicolás Maquiavelo (1469-1527) escribió en El Príncipe que “las armas han cedido su lugar a la razón y a la política”. La frase moderna “las armas de la razón versus la razón de las armas” resume bien la tensión entre la fuerza de los argumentos y el argumento de la fuerza. Es el contraste entre resolver conflictos mediante el diálogo y la lógica, o imponer una postura a través de la violencia.

La filosofía política enseña que la legitimidad del poder nace del consentimiento del pueblo y que la política debe servir al bienestar común. Pero cuando una dictadura se impone y la estructura democrática se derrumba, surge la necesidad urgente de restaurar el orden constitucional y el equilibrio político.

En ese contexto, la pregunta sobre la legitimidad del poder se vuelve inevitable: ¿es la posesión de armas lo que da autoridad, o debería ser la voz de la razón la que guíe el destino de una nación?

El pensamiento filosófico asocia la justicia con la razón, el diálogo y el respeto mutuo. Sin embargo, el dilema aparece cuando la razón es desoída, cuando los argumentos son reemplazados por la fuerza y la injusticia se impone.

De ahí surge una paradoja: la justicia debe defenderse con la razón, pero cuando esta es anulada, puede surgir la necesidad de recurrir a las armas para protegerla. No como apología de la violencia, sino como reconocimiento de que, en ciertos momentos, la fuerza se vuelve el último medio para restablecer el equilibrio y la dignidad, tal como lo ordena la constitución política.

En El Salvador, ese frágil equilibrio entre razón y fuerza se ha vuelto una encrucijada ética y política. Elegir entre la legitimidad de la razón o la de las armas exige sabiduría y discernimiento para decidir qué camino permitirá preservar la identidad, la democracia y el bienestar de la nación.

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