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La pequeña burguesía toma la palabra

@renemartinezpi
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Pero “pequeña burguesía” es un concepto ideológico frágil y poderoso, buy viagra es una falacia que, buy por el fetiche de la alienación galopante, llega a tener vida propia, aunque sea irreal, pues su realidad sólo existe y se revuelca y produce-reproduce en el cautiverio del imaginario colectivo que, como mecanismo político de control social, desvanece, pervierte o retuerce la identidad sociocultural de sus portadores preeminentes, sobre todo cuando deambulan por las urnas y el centro comercial. Más allá del imaginario –digamos, verbigracia, en una gráfica sobre la distribución del ingreso económico- los pequeño-burgueses sólo son los gendarmes gratuitos de la gobernabilidad de la cultura política y los amañadores de la armonía social; sólo son los patéticos espectros de una riqueza obscena que nos les pertenece y que son incapaces de calcular en términos humanos, pero que creen tenerla a la mano cuando se pierden en las vitrinas luminosas que se convierten en la coartada perfecta de la cobardía y la amnesia, las que, en muchos casos, son la parte más ilustre del currículum vitae aunque todos sepan, o sepamos, que sus signatarios han cometido -con alevosía, premeditación y mezquindad- el delito de falsedad material e ideológica contra la historia de las víctimas porque saben que éstas no se pueden defender.

En este sentido, y en cualquier otro, los pequeño-burgueses son todos aquellos que, si somos benévolos a la hora de juzgarlos sin prejuzgarlos, hablan de una heroica revolución social que ellos o sus padres no se atrevieron a asumir como propia a la hora del “hoy es cuando, cabrones, a tomar las armas”; y, si somos malévolos, la asumieron poco después de que todo había acabado, ya cuando las balas trazadoras habían dejado de morder y silbar, a diestra y siniestra, buscando espaldas insurgentes y pechos inocentes por igual, o sea que la asumieron sólo cuando estuvieron seguros, totalmente seguros, de que los fantasmas glaciales de la represión masiva y de los despedidos colectivos habían acabado de recorrer las calles del país en sus carretas chillonas; son todos aquellos que quieren hacer de la revolución social una ponencia que les dé prestigio en los congresos internacionales; o quieren usarla como pócima infalible para conquistar amores imposibles y camas furtivas; o quieren usarla como criterio indiscutible de la lógica sexual de los pedantes bares de inmigrantes alemanes de dudosa reputación ideológica, esos lugares ambiguos y taciturnos donde la luz es un inconveniente que denuncia o anuncia traiciones a través de las ventanas; o para purificar, con la prueba del puro, las ciencias sociales y la naturaleza que los acusa sin excusa; o para los libros del próximo año o del próximo futuro en el que se imaginan a sí mismos como consultores internacionales ganando miles de dólares; o para ganar la discusión con los ingenuos; o, incluso, para salir, por fin, en los diarios o la televisión, y no para eliminar el hambre de los que no tienen estómago, por ser un artículo suntuario; y no para eliminar la sed de los que no tienen agua potable, porque en su comunidad aún no la han inventado; y no para eliminar el frío de los que no tienen sábanas limpias, porque carecen de techo; y no para eliminar la explotación de los explotados.

Es natural, entonces, que en la práctica revolucionaria verdadera que pretende hacer concreta la nueva sociedad –práctica a la que se cuelan por la puerta de atrás o mostrando credenciales falsas- cedan de inmediato y rotundamente ante el juicio implacable de la historia de la moral de la utopía, ante la lógica no formal de los cambios y, sobre todo: ante las ciencias sociales críticas; ante los libros que cuentan la historia de las víctimas, pero sin obviar el nombre y rancio apellido de los victimarios; ante los periódicos de izquierda que son boicoteados por el gran capital que exige libertad de expresión. Es natural, entonces, que los pequeños burgueses se nieguen deliberadamente a concederle la palabra y los sentimientos a los hambrientos y harapientos que tuvieron un momento de respiro cuando por estas latitudes fue verbo descalzo “la voz de los sin voz”; que se nieguen a concederle la palabra –como informantes claves- a los explotados que tienen su propia historia de horror y de amor llena de desaparecidos y masacrados infinitamente amados; que tienen su propia lógica implacable de los acontecimientos; y que tendrán, cuando la memoria deje de estar llena de olvido, sus propios libros, sus propias fábulas, sus propias ciencias sociales, su propia naturaleza y su propio futuro con pasado.

De modo que compartir la calle y las ilusiones con aquellos que son negados por los pequeños burgueses es, como dijo Roque, un encallecido honor (por duro y por estar ligado a la calle) porque termina siendo un orgulloso y glorioso sufrir del que aquellos se ríen, torciendo hacia la derecha la boca, para ocultar su instintiva y oxidada vergüenza de ser un ser inexistente. Por eso las ciencias sociales deben aclarar la falsedad económica de la existencia de una “clase media” para develar cuál es la verdad ideológica de los pequeños burgueses y, así, cumplir nuestro compromiso de amor de ser pregoneros de lo social porque, en definitiva, las ciencias sociales son o deben ser, por ineludible herencia, la voz de los sin voz cuando los fusiles han guardado las balas.

Ese compromiso de amor con los pobres, seguramente nos llevará a luchar y estudiar e investigar hasta tener sed de luz sucia y hasta quedar cegados por el agua. Por tal razón es que –enfrentando y refutando los falsos criterios ideológicos de los pequeños burgueses que quieren pervertir la historia de las víctimas para obtener algunas insignificantes migajas del rebalse económico, lo cual se hace sentir en los procesos electorales en los que, absurdamente, se pone como argumento teórico y político la impaciencia- no podemos olvidar los nombres ni los orgasmos placenteros y dolorosos de la gente. Ahorita mismo, en este instante en que los pequeños burgueses se envalentonan a causa del silencio colectivo y que pretenden humillar todo aquello que huele o sepa a revolución social, yo moriría en persona y paulatinamente por la palabra prometedora de la sacerdotisa de los cambios sociales; por los recuerdos proscritos de una tortuga taciturna; por la levadura que hiciera comestible un embrujo disfrazado del ebrio escandaloso que me hizo compañía en la celda sin número de la cárcel clandestina que me vio crecer.

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