Por: Oscar Martínez
La ofensiva «Hasta el Tope y Punto lanzada el 11 de noviembre de 1989 fue la propulsora de la transición de un conflicto armado y un sistema autoritario a un sistema de democracia representativa basado en la negociación política y el respeto a las libertades. Hace 36 años, la guerrilla del FMLN lanzó la ofensiva «Hasta el Tope y Punto,» llevando el conflicto a las principales ciudades de El Salvador.
Jaime, jefe de un pelotón guerrillero del PRTC, fue uno de los que irrumpió en Soyapango. Desde su experiencia nos cuenta cómo esta acción militar forzó la negociación política que puso fin a una década de guerra.
“La preparación fue exhaustiva y férrea,” recuerda Jaime. Desde el anuncio de la ofensiva, el entrenamiento militar fue «muy duro e intenso, físicamente era agotador.» Pero el factor decisivo fue el entrenamiento político y moral.

Desde San Vicente marchamos a Guazapa, fueron tres días de camino, algunos llegaron con los pies ampollados, todos bañados en sudor. Ya sabíamos que Guazapa estaba sometido a constantes bombardeos; pero nosotros ya estábamos acostumbrados y por ello, la moral se mantuvo alta, enfocada en la orden de la Comandancia General del FMLN. Luego de descansar, comer y asearnos, participamos en la planificación de la incursión a Soyapango. Mantuvimos una comunicación permanente con los comandantes Camilo Turcios, Elsio Amaya y Plutarco, este último jefe de las Fuerzas Especiales.
La noche del 11 de noviembre, cargados de optimismo y esperanza, entramos a Soyapango, sin mayor resistencia «Con el convencimiento de la victoria,» nosotros nos ubicamos en el tanque de ANDA, en el cerrito de La Coruña.
Al amanecer, iniciaron los combates, cobrando un alto precio: «Cayó Américo, jefe de columna, cayeron otros compañeros, algunos por su escasa experiencia de combate.» También resultaron heridos Wilber Aguirre “Chirajo” y Jairo.
«A los que murieron los enterramos rápido, pero con solemnidad, donde el dolor se convirtió en una convicción de lucha más fuerte, prometiéndonos que su sacrificio no sería en vano.»
En un inicio la Fuerza Armada se mostró sorprendida, sufriendo bajas significativas. Sin embargo, su superioridad en recursos bélicos, apoyada por Estados Unidos, fue abrumadora. Las bombas de 250 y 500 libras destruían hasta media manzana y abrían cráteres de tres metros, el fuego aéreo era constante.

«El ametrallamiento del helicóptero ‘Hughes500’, la avispita, se hizo abrumadora. La aviación se convirtió en un obstáculo que impidió el movimiento fuera de las trincheras.»
Pese a los intensos bombardeos de las colonias, la gente se mantenía, pero luego se marcharon de Soyapango. Dada esa situación que no era única de Soyapango, sino de Zacamil, Mejicanos y otras, las organizaciones hermanas como el ERP, PCS y FPL incursionaron en la exclusiva Colonia Escalón, en donde establecieron otro teatro de operaciones.
Este nuevo teatro de operaciones ocurrió en un momento crucial: un batallón élite entrenado por EE. UU. había asesinado a los Padres Jesuitas y a dos colaboradoras días antes.
«La situación para la Fuerza Armada se complicaba porque el gobierno de los Estados Unidos ya no podía seguir apoyando a un gobierno y una Fuerza Armada que mata sacerdotes. Ahí hubo un quiebre de la ofensiva en función de crear condiciones a una solución política.»
La ofensiva se extendió por días, culminando en lo que Jaime describe como «un infierno militar» en la última incursión del PRTC en Soyapango. Cuenta que se quedaron solos, las demás organizaciones hermanas se habían marchado y por ello toda la fuerza enemiga se vinieron encima y tuvimos que topar todo el día hasta quedarnos sin municiones y sin comunicaciones.
A las 6 de la tarde se dio una orden bien oportuna, “la decisión fue romper el cerco militar para retirarse”. En el repliegue cayeron Aníbal, La Nora y Delmi, y murió en el camino el compañero Nílson debido a la gravedad de sus heridas.
El repliegue a Guazapa no fue el fin. Fue, según Jaime, una acción estratégica. «Quiero dejar claro que ‘La retirada no fue por desmoralización. Fue táctica. Y aun al irnos, íbamos con la idea de volver a entrar’… Eso define a un combatiente». Llegamos a Guazapa y desde ahí salíamos a realizar nuevas acciones de hostigamiento táctico en Tonacatepeque, San Ramón y San José Guayabal.
El verdadero legado de la Ofensiva «Hasta el Tope y Punto,» concluye Jaime, fue político: «Alcanzamos la esperanza de que la paz llegaría por la vía política. Y al final, se logró. Esa fue nuestra victoria real.»
La ofensiva obligó a todos los actores -desde el partido oficial, la oligarquía, la empresa privada y demás partidos de derecha, incluyendo la administración norteamericana- a reconocer que la guerra no podía ganarse militarmente. Para Jaimito, la memoria de la Ofensiva del 11 de noviembre de 1989 es un recordatorio de que «la dignidad y la convicción pueden enfrentar a cualquier dictadura militar o política».
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