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La forma social de la pandemia (1)

René Martínez Pineda
Sociólogo, UES

Entre brotes inéditos y rebrotes anunciados; entre encierros furiosos y liberaciones tuteladas; entre muertos, como gajos maduros, y sobrevivientes milagrosos, todo el planeta sigue sufriendo los efectos guturales de una pandemia implacable que fulmina al mundo social. En clave sociológica, la pandemia muestra al menos dos desafíos: instaurar una epistemología del debate con la cotidianidad y con las otras ciencias sociales y ciencias naturales; y determinar los escenarios posibles en el marco de lo podríamos llamar la larga coyuntura post peste, en tanto forma social de lo epidemiológico.

Después de un largo año de pandemia y de cuarentenas litigantes, puedo concluir que el virus ha adquirido una presencia social que está transitando del peligro mortal al riesgo social. Ambos conceptos –leídos en clave sociológica- tienen como factor común el de ser una amenaza, la cual, si es bajo la forma de peligro, implica la aparición de sucesos propios del contexto en tanto texto de la realidad; y si es bajo la forma de riesgo social implica que es generado por las carencias deliberadamente inherentes al sistema económico que están regidas por la injusta distribución de la riqueza y el ingreso. Por supuesto que el paso de una condición a otra (de peligro a riesgo) tiene una lógica itinerante, sobre todo en los países pobres.

Relativizando los contextos, el que ya era un escenario mundial heterogéneo cambió aún más con la irrupción del virus en las naciones europeas -y en Estados Unidos y Brasil- con una ferocidad tal que fue necesario declararlo, de inmediato, como una pandemia planetaria, lo cual se convirtió en una condición de no retorno en la constitución de ésta como una forma social sui géneris. Es a partir de tal declaratoria –luego de ver la lógica troglodita del contagio y el alto nivel de letalidad- que la pandemia pasó de ser un peligro a ser un riesgo sobre todo en los países cuyo sistema de salud es precario. Y es que el virus, producto de la comprensión del mismo y del avance médico, dejó de ser un peligro y pasó a ser un riesgo, en tanto que su difusión ya no es un evento biológico predestinado y ajeno a la sociedad, sino que se materializa en su seno bajo la lógica de producción-reproducción de sus condiciones materiales de vida social. Pero, a pesar de los daños vistos, no se puede concluir, aún, que la humanidad llegará a un nivel de catástrofe irreversible que instaure una sociedad disfuncional que funciona sometida al confinamiento eterno que tanto anhela el capitalismo digital para impedir –como vendaje del ajuste social- que la conciencia se forme como producto directo del contacto cara a cara.

Este nuevo escenario disfuncional que funciona –del cual hemos sufrido un largo ensayo a manos de la cuarentena- es producto de impactos positivos-negativos en lo económico (aumento en la concentración de la riqueza de la mano de la exclusión social); lo social (virtualización de las relaciones sociales para que dejen de ser personales); lo cultural-educativo (clases virtuales en las que todos hacen y nadie aprende; clases que premian la desigualdad social); lo ideológico (la lucha entre lo mercantilista y lo solidario); y hasta en lo político (el Estado –y no el mercado- como sujeto social al que todos acuden en busca de ayuda). Sobre lo último, no se puede negar que la pandemia –en clave sociológica de riesgo social- ha montado un teatro paradójico para la política, en tanto que demanda acciones rápidas que, por ser así, generan un tipo de incertidumbre que debe ser manejada por el gobierno responsable de dichas decisiones; y, en el otro extremo, se dieron casos en que los políticos (los gobiernos) no tomaron decisiones o éstas fueron tardías. En medio de esos polos políticos –como parte de una paradoja- se ubicó la oposición local, la cual tuvo accionares distintos en cada país: unas, apoyando, y otras –las menos lúcidas o las más perversas- obstaculizando a los gobiernos.

Esa lógica de conflicto gobierno-oposición –coyunturalmente exacerbada por las decisiones de decretar confinamientos severos- aumentó la presión por hacer cambios radicales en la forma de hacer política. Así, la pandemia montó un nuevo escenario político como singularidad sociológica que tiene regresos al Estado y nuevas formas de oportunismo político que, mediados por la organización popular (real o virtual) en función de remediar la desilusión y el desencanto, generó una serie de encrucijadas políticas extraordinarias (sobre todo en El Salvador) en el marco de los llamados “premios y castigos” momentáneos a la economía y, junto a ello, la promoción de la legitimidad o ilegitimidad de los liderazgos políticos.

Más allá de los premios recibidos por el capital digital de las grandes empresas y los castigos a la pequeña y mediana empresa (junto a los castigos a la población bajo la forma de exclusión social, la economía planetaria afronta una situación inédita desde la segunda revolución industrial (1850 a 1914, período que vio el nacimiento del uso “masivo” del teléfono y la radio), en tanto que, en esta ocasión, la paralización de la economía fue un hecho deliberado que se sabía iba a generar una crisis de amplias proporciones. Y es que a la crisis ya instaurada desde mucho antes de la pandemia –la crisis del neoliberalismo en su versión más feroz, por excluyente- es el telón de fondo de la crisis que tenemos encima, y que nos muestra los afilados colmillos de la contracción de la inversión (pública y privada); tasas de desempleo galopante; pobreza, desigualdad social e indigencia real y virtual que crecen aceleradamente; desbalances fiscales sobre todo en los países que optaron por aliviar los efectos de la pandemia en la población, entre otros.

Esos elementos de la crisis, y la crisis de los elementos, generando una paradoja interesante, están propiciando una hojarasca coordinada, sin embargo, su factor común no es el peligro, sino que el riesgo que implica la pandemia como forma social, dejando en claro que, hoy por hoy, dicha pandemia no es la amenaza a nivel planetario, lo es el mundo virtual que se quiere imponer recurriendo al robo de nuestras casas (para convertirlas en oficinas y en aulas de clase) y a la destrucción de las relaciones sociales. Ese riesgo social implicado permea todas las decisiones políticas –sobre todo cuando no se cuenta con un liderazgo político significativo- y pone en clave de incertidumbre las expectativas de crecimiento económico, dentro de las cuales están las actividades de comercialización, financiamiento, turismo y consumo. En ese sentido, las expectativas sociales toman posición como planteos políticos en el escenario mundial y local consolidando o botando liderazgos, tanto los oficiales como los de la oposición.

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