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La fe acerca montañas

Carlos Burgos

Fundador

Televisión educativa

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¿Y hasta cuándo vamos a llegar a Esquipulas?, and preguntaban los romeristas que por primera vez viajaban a pie, sovaldi bañados en sudor por la calle real.

Transcurrían los años finales de la década de los cuarenta y los primeros de la década de los cincuenta. En enero algunos habitantes del cantón Palo Pique, buy cialis jurisdicción de Ahuachapán, organizaban una excursión a pie-tren-pie, para conducirse a la ciudad de Esquipulas. Cada uno iría a cumplir una promesa al Cristo Negro, por algún milagro o favor recibido en momentos de tribulación.

Preparaban sus atuendos personales y sus alimentos como tortillas, tamales de viaje, gallinas asadas, frijoles molidos, pan de maíz, marquesote y otros. Había alegría en los romeristas, una tradición que no dejaban de realizar. Asistían Yolanda, Dolores y Marta, de la familia Ganuza, Irene Contreras, el Tío Chopa y otros habitantes del cantón, formaban un grupo como de treinta habitantes.

En la madrugada del 11 de enero partían a pie desde el cantón, los hombres llevaban en hombros las tombillas con los atuendos y alimentos, pronto llegaban a la ciudad de Ahuachapán, abordaban el tren que los dejaba en Santa Ana, enseguida tomaban otro tren que los transportaba a Texistepeque y de aquí, en otro llegaban a Metapán en la noche. Aquí dormían al aire libre.

En Metapán contrataban mulas para llevar las tombillas y a las cuatro de la mañana arrancaban a pie a la Raya del Estado (frontera), atravesaban el río Anguiatú y tomaban el desayuno.

Continuaban su marcha a pie. Al llegar a la Cruz del Perdón por la tarde, junto con indígenas del lugar, celebraban la ceremonia del matrimonio simbólico de algunas romeristas que viajaban por primera vez, con lugareños. Estos tenían conjuntos musicales autóctonos. Los vestidos de las novias eran adornados con trocitos de musgo de las montañas, una especie de paishte que se adhería a la tela. Bailaban alrededor de la Cruz. Una original tradición en el camino.

Al continuar con la marcha cada romerista llevaba una piedra que dejaría en la Cruz del Divisadera. Antes de llegar acampaban cerca del puente Los Apantes, aquí se encontraban con cientos de romeristas de México, Guatemala, Honduras, El Salvador y europeos. Encendían fogatas para alumbrarse y calentar sus alimentos.

A los tres días de haber partido del cantón arribaban a la ciudad de Esquipulas. Hacían largas colas para ver de cerca la imagen del Cristo, tocar sus pies, santiguarse, echar la limosna y salir sin dar la espalda a la imagen. Encendían sus velas que colocaban en el piso del templo. Eran miles de velas que flameaban, ahumaban las paredes y formaban gruesas capas de estearina. Contrataban a una señora para rezar el rosario y todos participaban con devoción.

Al salir del templo los romeristas reflejaban satisfacción y una espiritualidad que los mostraba más seguros y liberados de un serio compromiso dentro de su ámbito de cristiandad. Enseguida compraban imágenes del Cristo, crucifijos y otras reliquias que bendecían junto con los musgos de montaña. Después, hombres y mujeres adquirían dulces de variados sabores, sombreros de palma con adornos multicolores, distintivos de los romeristas que regresaban de Esquipulas.

Ese día dormían en un hospedaje, repleto con los romeristas del cantón, y el siguiente día partieron de regreso. Marchaban con alegría, sentían más corto el camino. En Palo Pique los familiares y amigos, los esperaban con cohetes de vara que reventaban cuando iban llegando. Los romeristas repartían dulces, recuerdos y trocitos de musgo.

Una extraordinaria tradición de fe cristiana, de resistencia física al desplazarse a pie grandes distancias, de solidaridad entre los miembros del grupo, y de alegría a través de la paisajística durante el camino.

El siguiente año, la mayoría volvía a caminar hasta el templo de Esquipulas, comprobando que la fe a pie-tren-pie acerca montañas.

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.