Por David Alfaro
No hace falta ir hasta lo más profundo del campo para comprobarlo: a menos de cuatro kilómetros de San Salvador, en el cantón San Laureano, de Ciudad Delgado, la gente sobrevive en condiciones propias de la época feudal. Allí, las fiestas patronales y religiosas se mezclan con formas primitivas de trabajo y subsistencia, con estructuras familiares y sociales que parecen detenidas en el tiempo. Todo esto contrasta con la modernidad ficticia y la macroeconomía de la que tanto presume el dictador.
Coexisten, como diría el poeta Ramón López Velarde, “jacobinos de época terciaria y católicos de Pedro el Ermitaño”. Y entonces la pregunta se impone: ¿en qué siglos viven social, económica y culturalmente esas comunidades? ¿Qué hace la actual dictadura de la oligarquía para garantizarles un desarrollo mínimo y vital?
La respuesta es evidente: nada. Porque en este modelo autoritario, la modernidad no es para el pueblo, sino un espectáculo para las cámaras. Mientras tanto, miles de salvadoreños siguen condenados a vivir en el atraso y el abandono.
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