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La democracia en el contexto del COVID-19. ¿La voz de los sin voz?

German Rosa, s.j. 

El ejercicio de la democracia en la actualidad, ¿es realmente una expresión política de la voz de los sin voz? Esta pregunta desafiante que planteamos al quehacer de la democracia, ¿no será simplemente una cuestión profundamente emotiva para pedirle a la realidad política lo imposible?, ¿será un verdadero idealismo exagerado o un deseo que confunde la realidad política con lo realmente posible? 

De hecho, han existido ejemplos de personajes en la historia moderna que se han convertido en la voz de los sin voz. Recordemos a San Romero de América quien fue el gran profeta y mártir de la fe cristiana y la justicia que acompañó a El Salvador y América Latina en sus grandes búsquedas y luchas para lograr sociedades justas y fraternas en las décadas de los 70s y 80s.   

Pero también han existido ejemplos en otras latitudes. Podemos mencionar a Nelson Mandela en Sudáfrica, líder político que en su gobierno se dedicó a desmantelar la estructura social y política heredada del apartheid, combatió el racismo institucionalizado, la pobreza, la desigualdad social y promovió la reconciliación social.   Otro símbolo universal de la política fue Mohandas Karamchand Gandhi, que practicó la desobediencia civil no violenta, además de pacifista, político, pensador y abogado hinduista indio, se destacó por su lucha independentista de la India del gobierno británico. Rabindranath Tagore le dio el nombre honorífico de Mahatma, que significa en sánscrito “grande alma”.

El Reverendo Martin Luther King fue otra voz que se hizo sentir en todo el mundo. Fue un reconocido pastor estadounidense de la Iglesia bautista y activista que desarrolló una labor crucial en Estados Unidos al frente del movimiento por los derechos civiles para los afroestadounidenses, habiendo además, participado en numerosas protestas contra la guerra de Vietnam y la pobreza en general. Luchó por terminar con la segregación y la discriminación racial a través de medios no violentos, habiendo recibido el Premio Nobel de la Paz en 1964. Su voz se extendió de tal manera que se convirtió en amenaza y por eso fue asesinado en Memphis. Y existen otros ejemplos encomiables de personalidades que han sido voz de los sin voz.

Pero, hoy en nuestro contexto del siglo XXI y de la pandemia, ¿es posible pedir a la política que sea expresión de los sin voz? Esta pregunta puede resultar inquietante, pues la práctica de la democracia está fundada sobre un esquema utilitarista, cuyo fundamento ético es buscar el bien mayor para el mayor número de ciudadanos posibles. Pero, ¿está demostrado que los votos de la mayoría en el ejercicio del sufragio electoral siempre dan como resultado una práctica política que logre el bien para la mayor parte de ciudadanos?, ¿garantiza la voluntad de la mayoría electoral el bien común de la sociedad?, ¿qué ocurre cuando constatamos que lo que resulta de muchos procesos electorales es un ejercicio político que no ha causado el mayor bien, ni para la mayoría ni para una minoría perdedoras en dichas elecciones?, ¿qué ha ocurrido después de tantos procesos electorales y gobiernos con la voz de los sin voz?, ¿han sido escuchados?, ¿han tenido los espacios políticos para hacer sentir su voz después de los procesos electorales?

La política es el arte de lo posible, pero frecuentemente no es arte ni tampoco logra el bien en lo mínimamente posible para la mayoría, y lo que paradójico ocurre es que dicho bien, beneficia a un pequeño grupo o al menor número posible de quienes tienen el control del poder político y también el poder económico. La democracia se convierte así en un ejercicio repetitivo de elecciones que condenan a la población a una espiral interminable de conflictos políticos irresueltos y problemas económicos muchas veces más graves (Cfr.

https://www.diariocolatino.com/la-vulnerabilidad-de-la-democracia-y-la-necesidaddefortalecerla-con-la-justicia/).

Pero, ¿debemos renunciar a exigir de la democracia que sea la voz de los sin voz? Según nuestra opinión, no se puede pactar con esta actitud derrotista, cobarde y muy cómoda.

“La voz de los sin voz” es una expresión profundamente cristiana y también hondamente humana. La voz debe ser de los protagonistas de la política, que en este caso son una infinidad de ciudadanos anónimos a quienes no se les escucha o se les silencia. Estos ciudadanos se constituyen en el protagonista colectivo que tiene voz, pero al mismo tiempo no se le da lugar para hacerse sentir.

¿Cuántos ciudadanos desconocidos expresan en la política sus necesidades, sueños, añoranzas, deseos nobles para la vida pública y la sociedad en general? Y los líderes políticos muchas veces toman todas estas expresiones y manifestaciones como eslóganes de sus campañas electorales, pero no dan el lugar al protagonismo de los mismos ciudadanos, ni practican lo que ellos piden a gritos.

¿Se reduce la democracia a oír la opinión de quienes no tienen voz solamente en tiempos electorales y luego se realizan políticas adversas en contra de ellos mismos?, ¿qué tiene que cambiar en la organización de las campañas, los períodos electorales y el modo de funcionar de los líderes políticos para que se escuche efectivamente a los que no tienen voz y puedan hacer reaccionar a los mismos líderes políticos? Hay que darle importante a la población para que se exprese, se manifieste con su propia voz. Esto es lo que podríamos exigir a la política y que se resuelvan los problemas que aquella misma manifiesta, creando posibilidades para el mayor bien universal, porque el bien cuanto más universal es más humano y también más divino.

No podemos conformarnos con deseos nobles, sin pedir a la política resultados reales y objetivos. Y no se trata solamente dar lugar a liderazgos que hablen por aquellos a quienes no se les escucha. Es verdad que esto es necesario y muy importante, pero no es suficiente, por eso hay que crear los espacios políticos para que los que no tienen voz expresen y hagan sentir su voz. En esto hay un verdadero ejercicio democrático. Y la democracia puede hacer posible lo que hasta ahora no se ha visto en muchos casos como posible.

Sin embargo, lo que podemos observar es que cuando se hace sentir la voz de los que habitualmente no se les escucha, lo que ocurre es que se les silencia. Hay innumerables líderes ambientalistas y sociales, periodistas, líderes locales anónimos que hacen sentir la voz de los sin voz, pero desafortunadamente se les calla. También hay grandes grupos humanos que no pueden expresarse ni hacer sentir su voz porque también se les silencia de muchas maneras. Utilizando las técnicas sofisticadas de las telecomunicaciones y redes sociales, se les manipula, se les paraliza, y además los medios de comunicación frecuentemente no son tan democráticos, pues las diferencias socioeconómicas se hacen evidentes cuando no se puede acceder fácilmente a dichos medios por razones económicas y financieras.

En el período de la pandemia nos enfrentamos a nuevos rostros que se juntan a quienes ya padecían una situación de exclusión sistémica y que quieren hacer sentir su voz. Antes de la pandemia existían tantos rostros sufrientes en el mundo como se describe en el documento final de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, o Conferencia de Aparecida, en Brasil el año 2007. Los rostros de las comunidades indígenas y afroamericanas, que, en muchas ocasiones, no son tratadas con dignidad e igualdad de condiciones; muchas mujeres, que son excluidas en razón de su sexo, raza o situación socioeconómica; jóvenes, que reciben una educación de baja calidad y no tienen oportunidades de progresar en sus estudios ni de entrar en el mercado del trabajo para desarrollarse y constituir una familia; muchos pobres, desempleados, migrantes, desplazados, campesinos sin tierra, quienes buscan sobrevivir en la economía informal; niños y niñas sometidos a la prostitución infantil, ligada muchas veces al turismo sexual; también los niños víctimas del aborto. Millones de personas y familias viven en la miseria e incluso pasan hambre. Rostros de personas que dependen de las drogas, de personas con capacidades diferentes, los portadores de enfermedades graves como la malaria, la tuberculosis y VIH – SIDA, que sufren de soledad y se ven excluidos de la convivencia familiar y social. Sin olvidar los rostros de las víctimas de la violencia, del terrorismo, de conflictos armados y de la inseguridad ciudadana. También los ancianos, que además de sentirse excluidos del sistema productivo, se ven muchas veces rechazados por su familia como personas incómodas e inútiles, etc. Una globalización sin solidaridad afecta negativamente a los sectores más pobres y más vulnerables (Cfr. Documento de Aparecida, Nº 65).

Hoy existen tantos rostros y tantas voces de los grupos más vulnerables a causa de la pandemia del COVID–19 y sus consecuencias. La política es fundamental para que se haga sentir su voz. La voz de los sin voz que ha sido silenciada y sometida a un mutismo, puede ser hoy la voz que cambie las cosas y el modo de hacer política. Hay grandes esperanzas y expectativas sobre el quehacer de la democracia en la pospandemia. Hagamos el espacio para que se escuche la voz de los sin voz.

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