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KANT, LO LEGAL Y LO LEGÍTIMO

EL PORTAL DE LA ACADEMIA SALVADOREÑA DE LA LENGUA

Por Eduardo Badía Serra,

Miembro de la Academia Salvadoreña de la Lengua.

 

El mundo del derecho es inmoral.

El mundo de las leyes es inmoral.

Inmanuel Kant,

Crítica de la razón Práctica.

 

Hace trescientos años, precisamente el 11 de abril de 1724, nación uno de los más grandes filósofos que ha producido la humanidad,   En una pequeña ciudad, de la que se dice no salió nunca, cosa que yo pondría en duda, Konigsberg, Alemania, hoy Kaliningrado, Rusia, nacería el gran autor de la filosofía crítica, que influenció con ella a toda la filosofía que le sucedió. Suele decirse que Platón, Aristóteles, Santo Tomás, Descartes, y Kant, son referentes obligados para comprender adecuadamente e introducirse en el abigarrado mundo de las ideas y de las concepciones filosóficas, desde la antigüedad hasta la edad moderna. Hay que decir que Kant también fue influenciado por grandes filósofos que le antecedieron, entre ellos Leibniz con el Racionalismo, Wolff con su Metafísica, Hume con el Empirismo, Newton con la Ciencia, y sobre todo Rousseau con la Moral. Particularmente este último, de quien se dice que fue el único que pudo desviar a Kant de su paseo vespertino, infaltable en él, con la lectura del Emilio.

Se reconocen en Kant tres períodos: Un período precrítico, en el que destaca su obra Los Sueños de un Visionario; un período crítico, que fue el reconocido como su producción filosófica fundamental, cosa que yo relativizaría un poco, en el que surgen y destacan sus Crítica de la Razón Pura, Crítica de la Razón Práctica, su Crítica del Juicio, y la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres; y un período postcrítico, con su Metafísica de las Costumbres y, sobre todo, Para la Paz Perpetua, obra esta última cuya lectura yo sugeriría a los gobernantes y a los políticos. A pesar de que es la Crítica de la Razón Pura, que debería leerse en nuestra actualidad como Análisis de la Razón independientemente de la Experiencia, se suele citar como su obra cumbre, con sus juicios sintéticos a priori y sus juicios analíticos a posteriori, (conceptos y desarrollos que con todo respeto, representan en mi opinión una grave equivocación del filósofo de Konigsberg), y con el concepto del espacio y el tiempo como formas  priori de la sensibilidad, en mi opinión, es su Crítica de la Razón Práctica, de nuevo leída correctamente como Análisis de la Razón Moral, su obra fundamental. A esta quiero referirme, y particularmente a la diferencia que Kant establece entre lo que es lo legal y lo legítimo.

Es en esta obra en la que, precisamente, se advierte claramente en Kant la influencia de Rousseau, y particularmente, como he dicho, del Emilio. La Razón Práctica es aquella que guía nuestras acciones, y viene equiparada a la Voluntad que se autodetermina libremente. No hay nada en el mundo, e incluso fuera de él, que pueda ser considerado como bueno sin limitaciones, excepto la Buena Voluntad. Sólo por su medio se puede lograr el Imperativo Categórico, que es el punto central de la moralidad, porque es autónoma y por lo tanto libre. Y aquí el golpe, duro y certero que asesta Kant a la legalidad, a lo legal: “Sólo el acto moral es legítimo. Lo legal no necesariamente será legítimo, y lo será únicamente si es producto de la libertad, de la vuela voluntad, es decir, de un acto autónomo, no heterónomo. Esto constituye la base del sistema ético de Kant: El Deber, el Imperativo Categórico, y los Postulados.

Cuando una persona cumple con sus deberes, con ello ya está en el nivel legal. Pero si además de cumplir con sus deberes lo hace con la intención puesta en el respeto a ese mismo deber, es decir, con buena voluntad, entonces la persona se sitúa en el plano moral, un sistema moral autónomo y no heterónomo, pues la moral no depende de una autoridad ajena, externa, extrínseca al deber mismo, sino de la persona misma. ¡Tremenda esta posición de Kant!, sí tremenda, dura, cáustica, pero real. En el nivel moral sólo caben los imperativos categóricos: ¡Trabaja!, ¡Educa a tus hijos!, ¡Haz el bien!; y no los imperativos hipotéticos: Si quieres más dinero, trabaja mucho. El imperativo hipotético vacía la intención del acto, y por ello no es moral. Una fórmula del imperativo categórico es: “Actúa de tal manera que la máxima de tu acción pueda convertirse en ley universal”. Robar es malo, porque robar no puede convertirse en ley universal. Sólo hay moral si el hombre es libre y autónomo. Sólo hay moral si el alma humana es inmortal. Sólo hay moral si el hombre es perfectamente feliz.

Bien, la autonomía del imperativo categórico es la única forma de llegar a la felicidad, haciendo el bien, siendo libre, autónomo. No es haciendo leyes como se logra el progreso de las sociedades y la felicidad de los hombres. Al contrario, entre más leyes se hagan más se restringe la libertad de los hombres, y más se abren las puertas hacia los actos inmorales. Un país, entre más necesita de leyes, es menos libre y menos feliz. Por ello, legislar no debería interpretarse como un acto de libertad, sino como un acto de sumisión, de esclavitud. “El hombre ha nacido libre, pero las leyes lo han encadenado”, decía Rousseau. Es absolutamente necesario comprender bien esa recia diferencia entre la ley y la justicia, entre lo legal y lo justo, para devolver al hombre su libertad, su carácter de ser autónomo, con lo que le damos la oportunidad de poder obtener a su imperativo categórico.

El paradigma de la cultura griega fue la filosofía, que llevó al hombre del mito a la razón. El paradigma de la cultura romana fue el derecho, la expresión más característica y duradera de su espíritu. El paradigma de la cultura medieval fue la teología. El paradigma de la cultura moderna fue la política. El paradigma de la cultura contemporánea es la ciencia. El hombre, así, ha sido llevado por tantos caminos, de la superstición al mito, del mito a la razón, de la razón a la fe, de la fe a la teología, de la teología al conocimiento, y del conocimiento a la ciencia. Ciertamente. Pero todo ello, afectando su imperativo categórico, su libertad, su autonomía. Cada vez, el hombre es menos libre. Cuando opina, debe restringirse; cuando camina por la calle, de igual manera; cuando actúa, de igual manera.

¿Más leyes? Como decía el Padre Ellacuría, “lo más seguro es que a saber”.

 

Así quedemos.

 

 

 

 

Ver también

«Orquídea». Fotografía de Gabriel Quintanilla. Suplemento Cultural TresMil, 20 abril 2024.