Por [Wendy Alfaro] @WendyAlfaroEs
En El Salvador ya nos conocemos el cuento: hemos tenido de todo, desde gobiernos que intentaron hacer las cosas “bien” hasta otros que llegaron con promesas bonitas y salieron por la puerta de atrás. No han faltado los que se venden como salvadores, como enviados de Dios, pero al final solo traen más pobreza, miedo y control. Prometen el cielo y nos dejan el país como un infierno. No se trata solo de reformas, cárceles o discursos en redes sociales. Se trata de nuestro futuro como nación libre, justa y próspera. Y aquí es donde vale la pena mirar la historia, no para repetirla, sino para aprender de ella.
VEAMOS UN ESPEJO MILENARIO
Nabucodonosor fue un rey babilonio del siglo VI antes de Cristo. Famoso por su poder absoluto, su afán de grandeza y por querer dominar no solo territorios, sino también las mentes y corazones de su pueblo. Se decía elegido por los dioses. Construyó murallas enormes, jardines colgantes, templos monumentales… y aplastó a quienes se le opusieron.
Salvando las distancias de tiempo y cultura, en El Salvador también tenemos a un gobernante que concentra el poder, busca dejar una marca monumental y se rodea de símbolos que apelan a lo sagrado. No se puede negar: ha manejado con astucia la imagen del “elegido”, del único capaz, del que parece tener conexión directa con lo divino. Basta recordar aquel domingo de febrero de 2020, cuando entró a la Asamblea escoltado por militares, se sentó en la silla del presidente legislativo y afirmó que Dios le había hablado. Fue más que un gesto político; fue un acto simbólico que caló hondo en un país profundamente creyente. Pero usar el nombre de Dios en política no siempre es un acto de fe; muchas veces es una estrategia de poder.
¿Y DÓNDE ESTÁ EL RIESGO DE TODO ESTO?
En que ese lenguaje, aunque cargado de autoridad moral, también puede ser usado como herramienta de manipulación. En uno de los proverbios de la Biblia (un texto al que el presidente suele aludir) se advierte que; no es propio de los reyes embriagarse con vino, no porque la bebida sea el problema, sino porque en ese estado se olvida la ley y se tuerce el derecho de los más necesitados. Lo mismo ocurre con el poder: hay quienes, al colocarse la corona, se embriagan de autoridad. Y cuando eso pasa, dejan de gobernar con justicia y comienzan a dañar a su pueblo. Porque un líder embriagado de poder no construye una nación, la arrastra consigo al abismo. Pero hay una advertencia aún más grave para quien se atreve a manipular la fe genuina de su pueblo: todo lo que el hombre siembra, eso mismo cosechará. Y cuando el poder se siembra con soberbia, mentira y engaño, la cosecha no será paz ni justicia, sino ruina. Por eso traje a cuenta el caso de Nabucodonosor, no como una comparación literal, sino como un recordatorio histórico y moral: ningún imperio construido sobre el culto a la personalidad y la manipulación espiritual ha perdurado. Aquel rey, que se creyó por encima del bien y del mal, terminó humillado, apartado de su trono y reducido a la nada, hasta que reconoció que no era más grande que el pueblo que gobernaba. Porque al final, todo líder, por más fuerte que se crea, cae cuando se olvida de que el poder no es eterno, ni propio, ni divino.
¿CÓMO SABER SI PUEDE HABER VUELTA ATRÁS?
Las dictaduras de hoy no siempre traen botas ni fusiles. A veces se visten de traje, hablan bonito, sonríen frente a las cámaras y se esconden detrás de una fe o de hashtags.
Pero el pueblo salvadoreño no es ingenuo y tarde o temprano, las máscaras caen. Cuando uno abre los ojos, empieza a notar las señales. Porque sí, hay señales claras de que en El Salvador estamos viviendo una nueva dictadura, aunque la disfracen de modernidad:
Cuando la oposición política es atacada en cada discurso, ridiculizada en redes y perseguida legalmente por pensar distinto.
Cuando los jueces, diputados y fiscales ya no sirven a la justicia, sino al presidente de turno.
Cuando los medios que critican son silenciados, bloqueados o comprados para que repitan solo una versión de los hechos.
Cuando la Constitución ya no se respeta, sino que se acomoda a gusto del poder, incluso rescatando artículos “perdidos” para justificar una reelección.
Cuando decir la verdad te convierte en enemigo, y guardar silencio se vuelve la única forma de sobrevivir.
HAGAN SU CHECK LIST Y CONCLUYAMOS
En una democracia el poder sí debe tener límites. Pero si todo gira en torno a una sola persona, si nadie le puede decir “no”, si todo depende de su voluntad… entonces ya no estamos en una democracia. Estamos en un régimen personalista. EN UNA DICTADURA MODERNA, DISFRAZADA DE EFICIENCIA.
¿Y QUÉ PODEMOS HACER?
Esta no es una invitación al miedo, sino a la conciencia. Como ciudadanos salvadoreños, no podemos esperar a que el daño sea irreversible. Cuando ya no hay prensa libre, cuando ya no hay jueces independientes, cuando ya nadie se atreve a hablar… es porque ya estamos dentro. Y salir cuesta sangre, cárcel o exilio.
La buena noticia es que mientras aún podamos leer esto, debatirlo, hablarlo en familia, en grupos de amigos, grupos de redes sociales, organizaciones o en la iglesia, todavía hay esperanza. La historia no la escriben solo los presidentes. También la escriben los pueblos que deciden decir “basta” a tiempo.
Nabucodonosor terminó humillado, según la Biblia, por su soberbia. La historia no perdona a los que destruyen sus naciones por el ego.
Y tampoco a los pueblos que prefirieron el silencio por comodidad.
El Salvador merece algo mejor que una dictadura moderna con capa de modernidad. Merece una democracia viva, imperfecta pero real, donde nadie sea dueño del país.